sábado, 1 de diciembre de 2018

REFLEXIONAD; POR ENRIQUE GARCÍA-MÁIQUEZ





Lo mejor de la fiesta de la democracia es, como de casi todas las fiestas, la víspera. Esa ley llevó al poeta Mario Quintana a escribir estos versos: "Bien sabes Tú, Señor, que el mayor bien/ es ése que no pasa de un deseo ilusorio./ Nunca me des el Cielo: quiero soñar con él/ en la inquietud feliz del Purgatorio". Quizá exageró un poco, pero en el caso de las elecciones no hay duda ni teológica ni lógica ni política de que lo más provechoso es la jornada de reflexión.

Los políticos callan.

El silencio se agradece, claro; pero lo importante es el ejemplo que dan, por una vez. Vivimos en una sociedad muy poco reflexiva, que no para quieta. "Nueva York, la ciudad que nunca duerme" podría traducirse como la que nunca piensa, ni con la almohada ni a solas ni en silencio. Y quien dice Nueva York, dice el mundo, porque el mundo es un barrio de Nueva York a muchos efectos (los peores). Que en este jaleo incesante en el que nos agitamos, venga la democracia y nos imponga un día de reflexión no deja de ser refrescante y modélico.

Como para el voto no nos va a hacer excesiva falta el día entero, eso hay que reconocerlo, pero como tampoco está bien desaprovechar ninguna oportunidad ni desperdiciar un ejemplo ni perder el tiempo, reflexionemos sobre la reflexión. Hagamos hoy una especie de metarreflexión salomónica.

Pararse a pensar es una de las acciones más radicales que existen. De las más duras. Reflexionar puede hacerse el doble de exigente que hacer flexiones y, para una mente desentrenada, casi tan abominable como los abdominales. Uno tiene que mirarse en el espejo de su conciencia y a través de la ventana de su responsabilidad. Por eso, pocas cosas más atronadoras que el silencio. Pocas más necesarias.

La democracia tiende, por inercia, a sostener que no importa qué se piensa ni por qué con tal de que lo apoye una mayoría suficiente como para imponerlo, cambiando calidad por cantidad. Pero tiene el detalle inesperado de imponernos el día de reflexión contra sus propias querencias, para recordarnos que el voto es una cuestión íntima, intelectual y ética. "Un hombre, un voto", clama, como un contable, el sufragio universal, pero el sufragio moral exige: "Un voto, un hombre", que es muchísimo más exigente. No podemos menos que celebrárselo.Y copiarle la idea de la jornada de reflexión. Mañana volveremos a los recuentos y a los tantos por ciento. Hoy toca la meditación.

No hay comentarios:

Publicar un comentario