Me había propuesto no escribir nada estas vacaciones. Había terminado el trimestre realmente agotado y me proponía pasar unos días de descanso lo más desconectado posible. Pero no hay manera… No puede pasar uno ni una semana sin sobresaltos.
Primero me llega la noticia de que el obispo de Oporto va y, en una entrevista en un periódico, niega la virginidad “física” de María y, en la mejor versión de la herejía modernista, empieza a hablar de metáforas y símbolos. Estoy de las metáforas y de los símbolos de los modernistas hasta los mismísimos. Y que un obispo cuestione abiertamente el dogma de la virginidad de María me parece intolerable. Somos muchos los que ya estamos hasta las narices de que un día sí y otro también aparezcan jerarcas de la Iglesia reinterpretando los dogmas a su gusto. Si no tienen la fe de la Iglesia, ya saben lo que tienen que hacer: irse y buscar un trabajo, como todo hijo de vecino, y dejarnos en paz a los que queremos mantener la fe de la Iglesia, en comunión con todos los santos. Y si no, que busquen amparo en la Iglesia Anglicana o en la Luterana, que allí hay cabida para todos los símbolos y las metáforas que les dé la gana a todos los herejes del mundo.
Pero no acabó ahí la cosa. Y se lió aún más gorda… El Papa Francisco, en la Audiencia General del viernes, 21 de diciembre, dijo lo siguiente en su discurso:
Allora, chi è felice nel presepe? La Madonna e San Giuseppe sono pieni di gioia: guardano il Bambino Gesù e sono felici perché, dopo mille preoccupazioni, hanno accolto questo Regalo di Dio, con tanta fede e tanto amore. Sono “straripanti” di santità e quindi di gioia. E voi mi direte: per forza! Sono la Madonna e San Giuseppe! Sì, ma non pensiamo che per loro sia stato facile: santi non si nasce, si diventa, e questo vale anche per loro.
Traduzco:
“Entonces, ¿quién está feliz en el pesebre? Nuestra Señora y San José están llenos de alegría: miran al Niño Jesús y están felices porque, después de mil preocupaciones, han aceptado este don de Dios, con tanta fe y tanto amor. Están “rebosando” de santidad y, por lo tanto, de alegría. Y me dirás: ¡pues claro! ¡Son la Virgen y San José! Sí, pero no creamos que haya sido fácil para ellos: los santos no nacen, se hacen, y esto también es cierto para ellos”.
Las negritas son mías. El texto completo del discurso del Papa puede leerse en la página Web del Vaticano aquí. No se trata de una improvisación. Alguien escribió ese texto. Y el Papa lo leyó.
¿Quiso el Santo Padre cuestionar o echar por tierra el dogma de la Inmaculada Concepción de María? Algunos piensan que sí, que se trata de una blasfemia y una herejía intolerable. Pero hacer juicios de intenciones no es decente, no resulta moralmente aceptable; y no seré yo quien juzgue o condene al Papa: ¡Pobre de mí! ¿Quién soy yo?
San Juan Pablo II, en la Audiencia General del 15 de mayo de 1996 decía lo siguiente (los subrayados siguen siendo míos) sobre la santidad de la Virgen María desde el primer instante de su concepción:
1. En María, llena de gracia, la Iglesia ha reconocido a la “toda santa, libre de toda mancha de pecado, (…) enriquecida desde el primer instante de su concepción con una resplandeciente santidad del todo singular” (Lumen gentium, 56).Este reconocimiento requirió un largo itinerario de reflexión doctrinal, que llevó a la proclamación solemne del dogma de la Inmaculada Concepción.El término “hecha llena de gracia” que el ángel aplica a María en la Anunciación se refiere al excepcional favor divino concedido a la joven de Nazaret con vistas a la maternidad anunciada, pero indica más directamente el efecto de la gracia divina en María, pues fue colmada, de forma íntima y estable, por la gracia divina y, por tanto, santificada. El calificativo “llena de gracia” tiene un significado densísimo, que el Espíritu Santo ha impulsado siempre a la Iglesia a profundizar.2. En la catequesis anterior puse de relieve que en el saludo del ángel la expresión llena de gracia equivale prácticamente a un nombre: es el nombre de María a los ojos de Dios. Según la costumbre semítica, el nombre expresa la realidad de las personas y de las cosas a que se refiere. Por consiguiente, el título llena de gracia manifiesta la dimensión más profunda de la personalidad de la joven de Nazaret: de tal manera estaba colmada de gracia y era objeto del favor divino, que podía ser definida por esta predilección especial.El Concilio recuerda que a esa verdad aludían los Padres de la Iglesia cuando llamaban a María la toda santa, afirmando al mismo tiempo que era “una criatura nueva, creada y formada por el Espíritu Santo” (Lumen gentium, 56).La gracia, entendida en su sentido de gracia santificante que lleva a cabo la santidad personal, realizó en María la nueva creación, haciéndola plenamente conforme al proyecto de Dios.3. Así, la reflexión doctrinal ha podido atribuir a María una perfección de santidad que, para ser completa, debía abarcar necesariamente el origen de su vida.A esta pureza original parece que se refería un obispo de Palestina, que vivió entre los años 550 y 650, Theoteknos de Livias. Presentando a María como “santa y toda hermosa", “pura y sin mancha", alude a su nacimiento con estas palabras: “Nace como los querubines la que está formada por una arcilla pura e inmaculada” (Panegírico para la fiesta de la Asunción, 5-6).Esta última expresión, recordando la creación del primer hombre, formado por una arcilla no manchada por el pecado, atribuye al nacimiento de María las mismas características: también el origen de la Virgen fue puro e inmaculado, es decir, sin ningún pecado. Además, la comparación con los querubines reafirma la excelencia de la santidad que caracterizó la vida de María ya desde el inicio de su existencia.
Esta es la fe milenaria de la Iglesia. Esta es mi fe. Y doy por hecho que esta es la fe del Papa Francisco. Si bien es cierto que alguna expresión de ese discurso digamos que no fue muy afortunada, al menos desde mi punto de vista. Porque, efectivamente, María fue concebida santa desde el inicio de su existencia, desde el origen mismo de su vida. Y esto no es una opinión: es un dogma de la Iglesia Católica. Y ningún obispo tiene autoridad para cambiar la fe de la Iglesia: ni siquiera el Papa.
Ante el texto de la Audiencia del Santo Padre Francisco, algunos se echaron las manos a la cabeza y se rasgaron las vestiduras. Y mi muro de Facebook se llenó de imprecaciones y de toda clase de acusaciones:
- Denunciad en Infocatolica la enorme blasfemia de Francisco el pasado viernes…
- Pedro, por Dios. ¿A qué esperáis?
- Pedro, tenéis que reaccionar.
- A denunciar don Pedro, porque se nota la estrategia bien calculada desde el Vaticano contra nuestra Santa Madre. Hace días Francisco, ayer un obispo alemán y otro de Portugal. Van por la Inmaculada Concepción.
De este modo, se nos animaba a denunciar y poco menos que a llamar hereje al Papa. Como si yo fuera el inquisidor general e InfoCatólica tuviera el poder de juzgar o condenar nada menos que al Papa. ¿Estamos locos o qué? Y además se nos acusa de un pecado de omisión… En la Iglesia hay miles de obispos y cientos de cardenales. Son ellos quienes tienen la responsabilidad de velar por la integridad de la fe de la Iglesia: no yo. Yo me conformo con intentar vivir la fe y tratar de transmitirla a quienes tienen la paciencia de leerme o de escucharme… Pero no soy sacerdote ni obispo ni cardenal. Cada cual tiene su responsabilidad en la Iglesia. Yo soy como la uña del dedo meñique: una insignificancia dentro de la Iglesia. No sirvo para nada. No valgo nada. No tengo autoridad alguna, salvo la de dirigir un colegio católico insignificante y pequeñito en un pueblo pequeñito e insignificante (aunque para mí no haya mejor colegio en todo el mundo ni pueblo mejor en todo el universo). Pero yo no soy el prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, ni formo parte de ningún dicasterio ni de ninguna Academia Pontificia ni nada de nada. ¿Quién soy yo para corregir a nadie (y mucho menos al Papa)? ¿Si todo el Colegio Cardenalicio calla y los obispos no dicen nada, voy a hacerlo yo? ¿Acaso sé yo más teología que los teólogos o tengo más autoridad que un obispo? ¿Cómo voy a hacer yo un juicio de intenciones sobre por qué el Santo Padre dijo lo que dijo? El Señor es el único que puede leer los corazones, el único que nos juzgará a todos. Y siempre debemos estar más dispuestos a salvar la proposición del prójimo que a condenarla.
Si yo me pusiera a hacer juicios sobre el Papa sería un insensato, un presuntuoso y un soberbio. Dios me libre. Seamos serios: pongámonos en el hipotético caso de que yo me lanzara de manera desaforada a condenar al Santo Padre, ¿cuánto duraría yo en InfoCatólica? ¿Cuánto duraría dirigiendo el Colegio Católico que tengo encomendado si llegara a volverme loco condenando a obispos, papas y cardenales? Si hiciera tal cosa, estaría condenando a mi familia a la miseria: ¿os dais cuenta de lo que pedís? ¿Qué ganaría inmolándome? ¿Y qué ganaríais vosotros si yo me quedara sin pan y sin voz? Y no se trata de cobardía, sino de prudencia y de inteligencia. Estoy convencido de que los gilipollas no van al cielo (precisamente por gilipollas). Y ya hay bastantes en el mundo como para que yo pase a engrosar esa interminable lista de tontos del culo que pululan por el planeta. Alguien señalaba con mucho acierto que si los gilipollas volaran, no veríamos la luz del sol. Pues eso…
Si llega el momento del martirio, Dios quiera que me mantenga fiel hasta el final. Pero seguramente ese martirio será por defender la fe y por defender al Papa: no por apostatar ni por renegar del Papa, que me guste más o me guste menos, es mi Papa y es el único que tengo.
Dios no nos pide que seamos necios, fatuos o presuntuosos. Dios nos quiere santos. Yo intento serlo en mi trabajo, en mi familia, escribiendo en mi blog… Y no lo consigo… Lo conseguirá Dios con su gracia a pesar de mi debilidad, porque si Él ha puesto ese deseo de santidad en mi corazón, seguro que me concederá la gracia para alcanzar algún día esa meta: “en todas las cosas interviene Dios para bien de los que lo aman” (Rm 8,28). Dios lo puede todo: esa es mi esperanza, porque yo nada valgo…
Recemos por el Santo Padre, por los obispos y los sacerdotes, que no son im-pecables: son pecadores como lo somos cada uno de nosotros. Recemos por la Santa Madre Iglesia. Nuestra vida y la Iglesia están en manos de Dios, que son las mejores manos. Los caminos de Dios no son nuestros caminos. El Señor sabrá por qué la Iglesia tiene que pasar por estos momentos de oscuridad y tribulación. Pero Él es la Luz Verdadera. Él es nuestra esperanza. Cristo vive. Confiad en Él. Convirtámonos todos a Él. Recemos más por la Iglesia, por el Papa, por los Obispos y por los sacerdotes. Y mantengámonos firmes en la fe, en comunión con todos los santos. A nosotros nos toca rezar: no juzgar ni condenar. De eso ya se encargará Nuestro Señor Jesucristo.
Cuanto peor veamos que estén las cosas, más tenemos que rezar. En medio de la noche del pecado, brilla la estrella de Belén. Alegraos: está cerca nuestra liberación.
¡Viva Cristo Rey! ¡Viva la Siempre Virgen María, la Madre de Dios, la Inmaculada Concepción asunta al cielo!
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