Hacer cada día algo que complazca a Dios, aunque no sea más que recordar y agradecerle el hecho de que, sin importar las propias miserias y limitaciones, somos sus hijos muy amados.
Por: Alejandro Ortega Trillo | Fuente: Catholic.net
El fuego purifica. El hombre, siguiendo una técnica metalúrgica milenaria, somete al fuego los metales preciosos para eliminar las escorias. El apóstol Pedro, con una brillante analogía, enseña que las pruebas de la vida son como el fuego que purifica nuestra fe: «Por lo cual rebosáis de gozo, aunque sea preciso que todavía por algún tiempo seáis afligidos con diversas pruebas, a fin de que la calidad probada de vuestra fe, más preciosa que el oro perecedero que es probado por el fuego, se convierta en motivo de alabanza, de gloria y de honor» (1 Pe 1, 6 – 7). Con toda seguridad, el año 2016 nos traerá a todos algunas pruebas. Sería ingenuo suponer lo contrario. A partir de este sano realismo y también de la convicción de que el Espíritu Santo quiere que maduremos como creyentes, podemos formular un primer propósito:aceptar cada prueba que Él permita como crisol que purifica y aquilata nuestra fe.
El fuego también marca. En la antigüedad se marcaba a fuego no sólo el ganado sino también a los esclavos para saber a quién pertenecían. Semejante proceder justamente nos indigna. Sin embargo, en ámbito espiritual, la «marca del fuego» tiene un gran valor. El sacramento del bautismo sella hoy a los creyentes como hijos de Dios. Pero el fuego que sella nuestra alma no es un hierro cruel sino un Amor que quema esclavitudes y libera nuestra personalidad haciéndola capaz, incluso, de amar como Dios ama. En este sentido, el amor de Dios –como escribe Jacques Philippe– no sólo es personal sino también, «personalizante». Dios Padre, mirando a cada bautizado, repite las mismas palabras que pronunció sobre su Hijo Jesús cuando se hizo bautizar en el Jordán: «Tú eres mi Hijo, mi predilecto, en quien me complazco» (Lc 3, 22). Dios quiere seguir repitiendo estas palabras sobre cada uno de nosotros cada día del año: «en ti me complazco». Cabe así formular un segundo propósito: hacer cada día algo que complazca a Dios, aunque no sea más que recordar y agradecerle el hecho de que, sin importar las propias miserias y limitaciones, somos sus hijos muy amados.
Por último, el fuego inflama. El amor humano tiene sus vaivenes. A veces pueden quedar sólo cenizas de un amor que parecía una hoguera inextinguible. Dios, en cambio, quiere que nuestro corazón arda siempre. Por eso nos da con el bautismo el Espíritu Santo, que es fuego y también viento que sopla y resopla para de las cenizas hacer brasas y de las brasas, llamaradas. Durante este año 2016 sin duda encontraremos personas que viven en un invierno permanente de amor. De esta convicción se desprende nuestro tercer propósito: ser fuego que dé luz y calor a los demás. Un fuego que, en este año jubilar, asuma los destellos propios de la misericordia, tanto corporales como espirituales. «Si nosotros no ardemos de amor, mucha gente morirá de frío», advertía Francois Mauriac. Esa «gente» posiblemente esté más cerca de lo que imaginamos. Démosle mucho, mucho amor, sin temor a consumirnos, a apagarnos, a tener frío. Porque, como también decía el poeta inglés John Owen: «No tengas miedo de dar amor, de dar calor. No te vas a enfriar. Todo lo contrario. Porque cuanto más desnudo está el amor, menos frío tiene».
Por: Alejandro Ortega Trillo | Fuente: Catholic.net
El fuego es un símbolo bíblico importante. Aparece 457 veces en la Biblia. Juan Bautista, profetizando la obra de Jesús, dice: «Él los bautizará con el Espíritu Santo y con fuego». El fuego significa tres maneras de obrar de Dios en nuestra vida. Quizá el reflexionar en ellas nos ayude a concretar algunos propósitos para el año que comienza.
El fuego purifica. El hombre, siguiendo una técnica metalúrgica milenaria, somete al fuego los metales preciosos para eliminar las escorias. El apóstol Pedro, con una brillante analogía, enseña que las pruebas de la vida son como el fuego que purifica nuestra fe: «Por lo cual rebosáis de gozo, aunque sea preciso que todavía por algún tiempo seáis afligidos con diversas pruebas, a fin de que la calidad probada de vuestra fe, más preciosa que el oro perecedero que es probado por el fuego, se convierta en motivo de alabanza, de gloria y de honor» (1 Pe 1, 6 – 7). Con toda seguridad, el año 2016 nos traerá a todos algunas pruebas. Sería ingenuo suponer lo contrario. A partir de este sano realismo y también de la convicción de que el Espíritu Santo quiere que maduremos como creyentes, podemos formular un primer propósito:aceptar cada prueba que Él permita como crisol que purifica y aquilata nuestra fe.
El fuego también marca. En la antigüedad se marcaba a fuego no sólo el ganado sino también a los esclavos para saber a quién pertenecían. Semejante proceder justamente nos indigna. Sin embargo, en ámbito espiritual, la «marca del fuego» tiene un gran valor. El sacramento del bautismo sella hoy a los creyentes como hijos de Dios. Pero el fuego que sella nuestra alma no es un hierro cruel sino un Amor que quema esclavitudes y libera nuestra personalidad haciéndola capaz, incluso, de amar como Dios ama. En este sentido, el amor de Dios –como escribe Jacques Philippe– no sólo es personal sino también, «personalizante». Dios Padre, mirando a cada bautizado, repite las mismas palabras que pronunció sobre su Hijo Jesús cuando se hizo bautizar en el Jordán: «Tú eres mi Hijo, mi predilecto, en quien me complazco» (Lc 3, 22). Dios quiere seguir repitiendo estas palabras sobre cada uno de nosotros cada día del año: «en ti me complazco». Cabe así formular un segundo propósito: hacer cada día algo que complazca a Dios, aunque no sea más que recordar y agradecerle el hecho de que, sin importar las propias miserias y limitaciones, somos sus hijos muy amados.
Por último, el fuego inflama. El amor humano tiene sus vaivenes. A veces pueden quedar sólo cenizas de un amor que parecía una hoguera inextinguible. Dios, en cambio, quiere que nuestro corazón arda siempre. Por eso nos da con el bautismo el Espíritu Santo, que es fuego y también viento que sopla y resopla para de las cenizas hacer brasas y de las brasas, llamaradas. Durante este año 2016 sin duda encontraremos personas que viven en un invierno permanente de amor. De esta convicción se desprende nuestro tercer propósito: ser fuego que dé luz y calor a los demás. Un fuego que, en este año jubilar, asuma los destellos propios de la misericordia, tanto corporales como espirituales. «Si nosotros no ardemos de amor, mucha gente morirá de frío», advertía Francois Mauriac. Esa «gente» posiblemente esté más cerca de lo que imaginamos. Démosle mucho, mucho amor, sin temor a consumirnos, a apagarnos, a tener frío. Porque, como también decía el poeta inglés John Owen: «No tengas miedo de dar amor, de dar calor. No te vas a enfriar. Todo lo contrario. Porque cuanto más desnudo está el amor, menos frío tiene».
aortega@legionaries.org; www.aortega.org. Alejandro Ortega Trillo es sacerdote legionario de Cristo, licenciado en filosofía, maestría en humanidades clásicas, conferencista y escritor. Es autor de los libros Vicios y virtudes y Guerra en la alcoba. Actualmente ejerce su ministerio sacerdotal en Roma.
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