Rajoy se ha mantenido en la más exquisita neutralidad, marca de la casa, hasta que en las primarias del PP han empezado a pasar cosas. Eso no le gusta. Y entonces se acabó su neutralidad. Cuenta Marisol Hernández en El Mundo que ha tratado de convencer a Casado de que se embarque en la lista de unidad que Sáenz de Santamaría tan contraproducentemente (en cuanto que transmite nerviosismo) propone. Cuando Casado ha rechazado la oferta, ha vuelto Rajoy sus presiones hacia Cospedal, que tampoco parece que haya entrado por el aro de Santamaría.
Rajoy quería dar un dedazo dontrancrédico, inmóvil, telepático. En su línea. La misma estrategia con que venció la crisis y la amenaza de intervención de nuestra economía (aplausos sinceros) y que fracasó en la gestión del problema independentista y frente a la moción de censura de Sánchez. Si quería elegir a su sucesora tendría que haber dimitido, haberla dejado asumir en funciones la presidencia del Gobierno y haber pilotado él la transición. Ya de paso, con muchas probabilidades, nos podría haber librado o debilitado o, al menos retrasado este gobierno de Sánchez, el de los anuncios.
Rajoy, yéndose, no puede quedarse ni poner a quien venga. La autoridad moral es algo distinto y lo suyo era la potestad del que mandaba en el partido. Sin mandar, nada. Ni Casado ni Cospedal ni muchos de sus exministros están por la labor de apoyar a Sáenz de Santamaría. Ni de dejar de criticar (ahí le duele) tantos aspectos de su gestión. Con todo, esto puede tener un efecto muy beneficioso en el PP, porque no es que estemos ante su primera elección de liderazgo sin mención digital del jefe saliente, sino que incluso puede hacerse contra el dedazo, lo que incrementaría el prestigio y el empaque de la figura entrante, sin duda.
Aunque antes tiene que entrar. El peligro para Casado está en su propio mensaje de renovación. ¿Hasta qué punto una mayoría de compromisarios, que son los que votan en secreto, no se sentirán a punto (ellos) de ser renovados? Por instinto de supervivencia personal pueden votar a la que no viene a renovar ni, en consecuencia, a renovarles. Por táctica, Pablo Casado tiene que renovar, sí, pero a menos de la mitad. Ese "sí pero no" de Casado es el peaje (en esto de los compromisarios, ahora; pero en muchos de sus compromisos, mañana) que tendrá que pagar en cómodas cuotas para lograr, si lo logra, un antidedazo histórico.
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