En mi opinión, si algo caracterizó a este hombre bueno, trabajador y entusiasta, fue la fuerza con las que luchó para defender sus principios cristianos y la constancia con la que permaneció fiel a sus convicciones morales y ciudadanas. Esperanzado creyente del Evangelio, de la Iglesia y de los seres humanos, animaba a sus colaboradores directos para que, con templanza, con serenidad, con respeto y con cariño, entablaran un diálogo abierto con Jesús en la Eucaristía y, al mismo tiempo, para que, de manera preferente, se acercaran a los enfermos y a todos los que sufrían. Siempre me llamó la atención -como le confesé hace escasas fechas- su notable capacidad para roturar caminos y su audacia para adaptarse a las sucesivas situaciones históricas y a cada uno de los momentos cambiantes. Recuerdo, por ejemplo cómo desde los 16 años, fue miembro de la Adoración Nocturna, y, desde un poco más tarde, Congregante de María Inmaculada y San Luis Gonzaga. Fue fundador de Hermandad de Penitencia Ecce Mater Tua, hermano de la Amargura de Sevilla y Hermano Mayor del Ecce Homo, de la Santa Caridad, de la Hermandad de los Santos Patronos y Presidente de la Asociación de Amigos de la Catedral.
Todos los que lo han tratado hablan de su sencillez, de su servicialidad y de su esperanza. Y es que, efectivamente, él concebía la vida como una apasionante aventura, como un viaje que, aunque lo orientaba hacia metas trascendentes, le proporcionaba unos alicientes capaces para ilusionar a quien recorría el camino provisto de las estimulantes energías que proporcionan la fe en Jesús, la esperanza fundada de alcanzar la recompensa y el amor fraterno a todos los acompañantes. Recuerdo cómo, cuando lo felicité por cumplir los 98 años, me respondió que, a pesar de que se sentía “algo fatigado”, disfrutaba rumiando y relatando las múltiples experiencias de su dilatada vida intensamente vivida. Y es que, Paco Arenas supo conjugar con singular destreza la fidelidad inquebrantable al Evangelio con una profunda pasión por su familia, por su trabajo y por su ciudad. A nadie nos extrañó -salvo a él- que el Papa Benedicto XVI le concediera la distinción de Caballero de la Pontificia Orden de San Silvestre, que el Obispo Diocesano, don Rafael Zornoza, le impuso durante una concelebración, el 23 de octubre, fiesta de los Santos Patronos Servando y Germán el año 2012. A su esposa Cecilia, a sus seis hijos y a sus cinco nietos expresamos nuestra sentida condolencia. Que descanse en paz.
Por: José Antonio Hernández Guerrero
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