Todos los que lo han tratado hablan de su sencillez, de su servicialidad y de su esperanza. Y es que, efectivamente, él concebía la vida como una apasionante aventura, como un viaje que, aunque lo orientaba hacia metas trascendentes, le proporcionaba unos alicientes capaces para ilusionar a quien recorría el camino provisto de las estimulantes energías que proporcionan la fe en Jesús, la esperanza fundada de alcanzar la recompensa y el amor fraterno a todos los acompañantes. Recuerdo cómo, cuando lo felicité por cumplir los 98 años, me respondió que, a pesar de que se sentía “algo fatigado”, disfrutaba rumiando y relatando las múltiples experiencias de su dilatada vida intensamente vivida. Y es que, Paco Arenas supo conjugar con singular destreza la fidelidad inquebrantable al Evangelio con una profunda pasión por su familia, por su trabajo y por su ciudad. A nadie nos extrañó -salvo a él- que el Papa Benedicto XVI le concediera la distinción de Caballero de la Pontificia Orden de San Silvestre, que el Obispo Diocesano, don Rafael Zornoza, le impuso durante una concelebración, el 23 de octubre, fiesta de los Santos Patronos Servando y Germán el año 2012. A su esposa Cecilia, a sus seis hijos y a sus cinco nietos expresamos nuestra sentida condolencia. Que descanse en paz.
Por: José Antonio Hernández Guerrero
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