Las campanas y el órgano rompían el silencio: así se anunciaba la Pascua en Jerusalén. Con el anticipo de la vigilia pascual el sábado por la mañana, el Santo Sepulcro era el primer lugar del mundo en que se anunciaba la Resurrección. En el Santo Sepulcro, los horarios especiales de las celebraciones se deben a las exigencias del lugar en el que coexisten diferentes iglesias cristianas. Por tanto, el sábado santo, a las 7:30 de la mañana ya era la hora de la Vigilia de Pascua y el administrador apostólico del Patriarcado Latino, monseñor Pierbattista Pizzaballa, presidió la liturgia. Después del breve “lucernario” con el encendido de las velas desde el cirio pascual, se proclamaron las siete lecturas del Viejo Testamento y luego dos del Nuevo Testamento. Al llegar el momento del “Gloria”, sonaron con fuerza las campanas y el órgano. Y toda la emoción de encontrarse en el lugar donde Cristo resucitó llenó los ojos de muchos de los presentes con lágrimas de agradecimiento. Era tanta la emoción y la incredulidad por celebrar la Pascua en el lugar de la Pascua.
“Tenemos la gracia y la responsabilidad de celebrar la Vigilia Pascual en el lugar santo por excelencia, de tocar con las manos y dar testimonio de que todo lo que acabamos de escuchar en el Evangelio es verdad y lo hemos experimentado”. Así decía monseñor Pizzaballa en su homilía. “En esta vigilia celebramos la fidelidad de Dios a la alianza y su perdón – continuaba -. A lo largo de los siglos Dios sigue perdonando y reactivando su relación con el hombre, desde Adán, Abraham hasta Jesús, quien atravesando la muerte y el pecado, nos devuelve esa comunión plena, de una vez para siempre”. El deseo de monseñor Pizzaballa para la Iglesia fue que no se cierre en sí misma y concluyó: “Me gustaría que esta Pascua nos hiciera capaces de dirigir una mirada nueva a nosotros mismos y nuestra historia, la mirada de quien ha encontrado al Señor y su salvación”.
El día siguiente, domingo, la misa de Pascua se celebró delante del edículo del Santo Sepulcro. Asistieron los frailes franciscanos de la Custodia de Tierra Santa, los sacerdotes del Patriarcado Latino, los cónsules generales de Bélgica, Francia, España e Italia, y el nuncio apostólico monseñor Leopoldo Girelli, además de fieles y peregrinos del mundo. En el Santo Sepulcro las comunidades de las iglesias ortodoxas estaban celebrando el Domingo de Ramos, ya que según su calendario litúrgico la Pascua caerá dentro de una semana. Así, los cantos de las diferentes celebraciones se mezclaban a menudo. Esto da una imagen de la diversidad de las iglesias cristianas actuales que, sin embargo, comparten el anuncio de una noticia en la que se basa toda nuestra fe: Cristo ha resucitado. La alegría de la Pascua se proclamó, al final de la celebración, cuatro veces con la lectura de los textos evangélicos en cuatro puntos diferentes, según los cuatro puntos cardinales. La palabra de Dios fue llevada en procesión solemne alrededor del Edículo y a la piedra de la Unción.
En la homilía, Pizzaballa afirmó que “Jesús promete la vida” y “la promesa de vida, de hecho, solo podía cumplirse si también era vencida la muerte. Y no había otro modo de superar el obstáculo de la muerte más que atravesándola completamente, hasta salir victorioso, abriendo un espacio para todos”. “Este es mi deseo para la Pascua este año: no temáis a la muerte – dijo Pizzaballa -. Nuestro tiempo está marcado por la muerte. La vida tiene poco valor para nosotros. Aquí se muere fácilmente. Lo vemos a nuestro alrededor, en los países que nos rodean y también en nuestras casas. La Pascua es entrar allí y experimentar que esos sepulcros, esas heridas, en el fondo no son mortales. La Pascua es la capacidad de volver a mirar nuestra historia a la luz de la promesa de vida que precisamente hoy se realiza”.
Beatrice Guarrera
01/04/2018
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