Nos encontramos en el edículo del Santo Sepulcro. Estamos en el lugar más importante para los cristianos.
En este espacio se encontraba la tumba excavada en la roca, que José de Arimatea había preparado para sí mismo y que pone a disposición para la sepultura de Jesús.
Bajo esta piedra de mármol se encuentra la roca sobre la cual se colocó el cuerpo de Jesús en la tarde del Viernes Santo, tras una primera y rápida unción y después de que su rostro fuera cubierto con un sudario y su cuerpo envuelto en una sábana nueva.
A este lugar, en la mañana del tercer día, es decir, la mañana de Pascua, vinieron María Magdalena y el resto de mujeres, y vieron la piedra corrida y el sepulcro vacío, y el mensajero de Dios que las invitaba a no buscar a aquel que vive entre los muertos.
Y es también hasta aquí que en la misma mañana de Pascua vienen corriendo Pedro y Juan, y pueden ver la tumba vacía, la sábana revuelta y el sudario doblado.
A partir de estos pocos y pobres signos, el discípulo amado consiguió pasar del simple ver al creer. Creer que en un instante de luz Jesús venció a la muerte y llevó nuestra humanidad, nuestra carne, a la vida misma de Dios.
En Nazaret, en el instante del sí de María, el Verbo se hacía carne y Dios comenzaba a experimentar nuestra vida humana en el vientre de María.
Aquí, en el lugar de la resurrección, es nuestra vida humana, frágil y mortal, la que entra en la dimensión de la eternidad, que se convierte en vida en Dios, que va más allá de la experiencia de la muerte y llega a la plenitud de la vida.
El vientre de María es el lugar físico a través del cual Dios entra en el tiempo con la encarnación de Su Hijo, para compartir nuestra existencia humana. También este lugar, el Santo Sepulcro, es como un vientre, en el cual nuestra humanidad comienza a vivir en Dios, a partir del instante en el que Jesús, el Hijo de Dios encarnado, resucita.
Este es el motivo por el que esta tumba vacía es tan importante para nosotros y es la base de nuestra fe y de nuestra esperanza. Tras la resurrección de Jesús, aquí, sabemos con certeza que la muerte ha sido vencida, sabemos que la muerte no tiene la última palabra sobre nuestra vida y sobre la vida de las personas a las que amamos; sabemos que hay Alguien que es más fuerte que la muerte misma.
Jesús dio su vida con infinito amor, atravesó la muerte para siempre, nos abrió también la posibilidad de entrar con Él en el misterio de la Pascua, en la vida misma de Dios.
En el transcurso de toda la historia humana, ningún descubrimiento será más importante que este y nada puede cambiar nuestra vida como este hecho.
Jesús resucitado, Jesús que ha vencido a la muerte, nos ha introducido definitivamente en la vida misma de Dios, que es vida plena, es comunión de amor, es felicidad más allá de toda nuestra capacidad de imaginación.
Desde este lugar tan especial, deseo haceros llegar a todas y todos la felicitación de Pascua de parte de los frailes de la Custodia de Tierra Santa.
Tanto si vivimos a pocos pasos o nos encontramos a miles de kilómetros de este lugar santo, el día de Pascua estamos todos aquí, en esta tumba vacía. Y aquí depositamos todo lo que en nuestra vida nos habla de muerte, aquí aprendemos a reconocer los signos de resurrección que Jesús nos hace vislumbrar, aquí aprendemos a creer que tomados de la mano de Jesús resucitado también nosotros podemos vivir en Dios.
Felices Pascuas a todas y todos y a vuestras familias.
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