Junto a mi familia (carnal y política), a los amigos del colegio y a las señoras que en la adolescencia ignoraron mis insinuaciones románticas y que ahora (mangas verdes) me dispensan una dulce mirada, Cristian Campos me tiene un cariño inquebrantable. Inmerecido, pero comprensible, porque nació acunado entre copas de palo cortado. El brillante periodista suele citarme. Gano entonces al momento veinte seguidores de Twitter que voy perdiendo uno a uno a lo largo de la semana siguiente, pasmados de que alguien tan moderno, informado y estiloso como Campos hable bien de mí. Ignoran lo del palo cortado.
El otro día Cristian decía que yo, como conservador, me he acostumbrado a las derrotas, pero que él me iba a dar una victoria. Dicho y hecho: habló del útero artificial que está desarrollando el equipo de Alan Flake en el Hospital de Niños de Filadelfia. Y explicaba cómo eso sacudirá al abortismo en dos frentes: en el legal, puesto que la sentencia Roe vs. Wade se basa en la inviabilidad del feto; y en el mediático, porque se dejará de hablar de un derecho al propio cuerpo. El niño podrá sobrevivir fuera de la madre. De paso, quedan en evidencia quienes se obcecan en el aborto como un derecho y un fin en sí mismo, olvidados de su origen y sus consecuencias. El desarrollo de esa técnica, el artículo y que me recordase en él me hicieron una enorme ilusión.
Lo que no implica ceguera para las posibles derivaciones. ¿No acabará siendo una alternativa más pulcra y económica a los vientres de alquiler? Sobrevuela un peligro de fabricación en serie de seres humanos como en Un mundo feliz de Huxley. Cada nuevo avance técnico nos plantea un reto mayor. Pero ante eso hay que reforzar la moral, no desconfiar preventivamente de la técnica. Cuando la ciencia sube su apuesta, la moral ha de verla.
Siendo verano, veo una analogía marítima. El útero artificial debe ser un bote salvavidas para niños a los que sus madres quieren eliminar o en caso de enfermedades. Jamás una cadena de cruceros o una consignataria. Sólo el bote salvavidas explica la alegría y el alivio de Cristian Campos y el mío.
Ningún avance científico o técnico nos va a dispensar de la tensión ética ni de la exigencia metafísica. Tenemos que entender qué es un ser humano, su dignidad y su derecho al amor de unos padres para valorar en su justa medida esta posibilidad para el mal, sin duda, y, mucho más, para el bien.
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