El otro día pensaba que los andaluces teníamos que decidirnos entre o estar orgullosos de ser graciosos o picarnos mucho cuando los demás nos consideren unos graciosos. No vale estar en misa y repicados. Teniendo en cuenta que me hacemos bastante gracia, yo prefiero resignarme a algún picotazo que otro a costa del estereotipo y el acento. Tampoco es un peaje tan alto.
Como venía de este pensamiento, cuando me llegó la noticia del escándalo a cuenta de las palabras del cónsul español en Washington riéndose del acento y del vestido de Susana Díaz, no le di importancia. Sólo cuando el ministro de Exteriores ha destituido a Enrique Sardá Valls me he interesado por su caso. Una destitución fulminante convierte una patochada (o, por decirlo con las propias palabras de Sardá, una "ozadía de mar gusto") en algo más gordo.
Leyendo su comentario, compruebo que gracia no tiene ni pizca, desde luego, y que para un cónsul que representa, entre otros, a los españoles andaluces, no demuestra mucha sensibilidad hacia el hecho diferencial -que también lo es- de un acento peculiar. Además de confundir el acento con la falta de formación, que es mucho confundir. Todo esto es verdad, pero también que el comentario fue hecho en su cuenta privada de Facebook y que lo que natura non da la Escuela Diplomática non presta. En mi mundo ideal, hubiese bastado con que el ministro dijese, sencillamente, que su cónsul es bobo y que qué se le va hacer.
Más serio es que Sardá haya criticado previa y públicamente el "encaje" de Cataluña en el resto de España. ¿Se le conoce algún chiste sobre el peinado de Puigdemont? Lo digo porque no vaya a tener su broma sobre Susana un vínculo inconsciente con su posicionamiento digamos que estatal. Eso sí sería serio en un diplomático. Un indicio es que ahora va sosteniendo que si él fuese extremeño en vez de catalán todo el mundo le habría reído la gracia. Ja, ja, ja: ¿esa gracia? Con el victimismo, no puedo y, si es a nivel autonómico, peor.
Claro que un posible trasfondo de nacionalismo inconsciente es indemostrable y, en todo caso, multiplica su tontería, como se ve y ocurre siempre. Me temo, sin embargo, que conformarse con el expediente de la tontuna es imposible. Vivimos es un mundo tan raro que quien puede lo más (cesar a un profesional) no puede lo menos (diagnosticarlo como lo que es y dejarlo a él con sus papeles y a nosotros con la conllevancia).
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