Padre Bueno, despiértanos de nuestras indiferencias para que al contemplar a Cristo glorioso, podamos descubrir su rostro en cada uno de nuestros hermanos.
Por: Mons. Enrique Diaz, Obispo de la Diócesis de Irapuato |
Daniel 7,9-10. 13-14: “Su vestido era blanco como la nieve”
Salmo 96: “Reina el Señor, alégrese la tierra”
2 Pedro 1,16-19: “Nosotros escuchamos esta voz venida del cielo”
San Mateo 17,1-9: “Mientras oraba, su rostro cambió de aspecto”
Hace algunos días, pedí a niños pequeñitos de una comunidad que iluminaran con colores algunas láminas bíblicas. Pusimos a su disposición una variedad grande de lápices. Algunos de ellos casi no tienen costumbre de usar los colores y les resulta difícil combinarlos. Cada quien con más entusiasmo que pericia, con más rapidez que cuidado, empezó la tarea de rellenar los dibujos. Uno de ellos tomó un color muy oscuro y empezó a rellenar el rostro de Jesús. Cuando terminó era imposible reconocer entre los rayones el rostro del maestro sentado en medio de sus discípulos. Él lo hacía en su ingenuidad y con orgullo mostraba su trabajo. Y me hizo reflexionar cómo nosotros, borramos y oscurecemos el rostro de Jesús cuando por nuestras ambiciones y egoísmos lo cubrimos con los colores que nos proporciona nuestro capricho.
La Trasfiguración es todo lo contrario: manifestar el verdadero rostro de Jesús para que sus discípulos que lo verán velado por el dolor y la cruz, no se olviden de ese rostro resplandeciente. Es difícil reconocer el rostro de Jesús en muchas ocasiones, pero al mismo tiempo que ese rostro resplandeciente se nos manifiesta nos recuerda que sigue presente en el rostro de todos y cada uno de los hermanos. Los rostros de los campesinos desilusionados con sus labores que no son reconocidas en su justo valor; los rostros de las mujeres despreciadas, abusadas y violentadas; los rostros de los niños que miran con incertidumbre el futuro; los rostros cansinos de los adolescentes con sus ilusiones muertas antes de tiempo; los rostros de miles de obreros que han perdido la esperanza; los rostros de las familias destrozadas por la migración y los egoísmos; en fin miles de rostros que hoy nos hacen presente el rostro de Jesús.
Transfigurarse, transformarse... es el reto de este día. Contemplemos a Jesús acercándose a la hora final. Buscando descubrir el sentido de la cruz, queriendo dar a conocer a sus discípulos el camino de la salvación, un camino que no sigue la senda de los triunfos mundanos, un camino que se aleja del poder y de los lugares de opresión, un camino que se sustenta en el servicio, en la entrega, en una palabra: en la cruz. ¿Dónde encontrar fuerzas para seguir ese camino? Los discípulos no acaban de entender la gran misión que tienen, mucho menos pueden entender que Cristo les empiece a hablar de sacrificios, de sufrimiento y de muerte. Para alentarlos, Cristo toma a tres de ellos, los lleva aparte y sube al monte con ellos. Entonces se transfigura en su presencia. Vestidura blanca, rostro resplandeciente y Moisés y Elías conversando con Él. Todo tiene su gran símbolo y para los discípulos es una belleza que nunca podrían imaginar. Además los dos grandes “personajes” del pueblo de Israel vienen a dar testimonio de Jesús. Por eso Pedro puede exclamar: “Maestro, sería bueno que nos quedáramos aquí” y propone hacer tres tiendas, olvidándose por completo de hacer una para ellos.
Pero falta lo mejor: la voz del Padre que dice: “Éste es mi Hijo, muy amado… escúchenlo”. Así a los testimonios del resplandor y de los personajes se añade la voz del Padre, pero con una clara indicación, escuchar a Jesús. Es la clave para superar las dificultades en su seguimiento, es la fortaleza para continuar en su camino. La transfiguración da aliento a los apóstoles para poder seguir a Jesús. También nosotros debemos mirar a Jesús y escuchar su palabra. Si lo contemplamos en lo que hace, en lo que dice, en su muerte, pero sobre todo en su resurrección, encontraremos motivos de esperanza para continuar en el camino. La contemplación de Jesús nos debe alentar y abrir los ojos para poder también nosotros transformarnos y transformar nuestro mundo. Pero no podemos quedarnos en contemplación. Jesús baja con sus discípulos del monte y les habla de su muerte y resurrección. Que también nosotros, junto con Cristo caminemos en la vida diaria hacia la muerte y resurrección del Señor.
En el dolor del camino, en la oscuridad de cada día, tenemos ahora una luz que nos señala el sendero y nos abre nuevos horizontes. La manifestación del rostro de Jesús en este día nos dé valor para descubrirlo, limpiarlo y tratarlo con dignidad en los rostros deformados de los despreciados y descartados. El rostro resplandeciente nos ayude a llenar de luz, la oscuridad de nuestros caminos. El rostro en comunión con la ley y los profetas, nos aliente en nuestra búsqueda de verdadera justicia. Que la Palabra del Padre que resuena en este acontecimiento, nos lleve a descubrir y a escuchar a Jesús en cada uno de los rostros de nuestros hermanos.
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Hoy, nos acercamos también hasta la montaña, hoy nos dejamos seducir por la belleza y el esplendor de Jesús, no para vivir en el embelesamiento y la nostalgia de un cielo, sino para descubrir el camino hacia donde nos dirigimos. También para nosotros es la voz y nosotros queremos acogerla y hacerla realidad: mirar a Jesús como el Hijo de Dios, escuchar su palabra e imitar su ejemplo. No somos errantes fugitivos que no conocemos nuestro destino final, no aceptamos el dolor y el reto que nos impone la vida, confiando en nuestras propias fuerzas. Sabemos hacia dónde nos dirigimos y hoy lo tenemos a la vista. Jesús es nuestro camino, es nuestra luz y también se hace compañero nuestro en la senda de la vida.
Padre Bueno, que nos pides escuchar a tu amado Hijo, despiértanos de nuestras indiferencias y purifica nuestros ojos para que al contemplar a Cristo glorioso, podamos descubrir su rostro en cada uno de nuestros hermanos. Amén
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