Hay cosas difíciles que a diario se nos presentan:
No es fácil pedir disculpas cuando uno se ha equivocado.
Ni volver a comenzar cuando todo se ha venido abajo.
Ni admitir un error cuando se lo hacen ver.
No ser abnegado, ni ser considerado, ni persistir ante las dificultades, sobre todo cuando son muy persistentes.
No es fácil soportar el peso del éxito y de la prosperidad sin por ello vanagloriarse ni hincharse ante los demás.
Ni lo es el perdonar y olvidar las faltas de atención de los otros, sobre todo cuando se refieren a nosotros mismos.
Ni dominar nuestro mal carácter, sin descargar en los demás nuestra carga de agresividad cuando las cosas no salen según nuestro deseo.
Nada de esto es fácil; no es fácil, pero no es imposible conseguirlo; y no siempre tenemos que buscar el camino de lo más fácil, sino de lo que sea mejor.
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