domingo, 19 de febrero de 2017

* ¿DE VERDAD TE HA MERECIDO LA PENA?




Con la llegada de un nuevo domingo también lo hace el semanal artículo que publico en exclusiva en INFORMACIÓN en el apartado que dirige y coordina mi buen hermano Pepe Moreno Fraile.

Esta vez comparto esta carta que cuando la escribía tenía varios destinatarios aunque al acabarla había algunos más. Es ciertamente difícil el ponerse delante de la blanca cuartilla para redactar lo que te dice la conciencia viendo sus rostros aunque mantenga sus nombres en el más absoluto de los anonimatos. Ellos sabes a quienes se la dirijo porque pienso que a buen entendedor pocas palabras deben bastar.

Solo espero que con la lectura de este artículo todos antes de hacer, decir, escribir e incluso idear cualquier actuación que puede causar más victimas que potenciales beneficios nos preguntemos frente a ese espejo en el que queda reflejado el mismo alma: "¿De verdad nos merece la pena?"

Tú mismo tienes la respuesta...

Jesús Rodríguez Arias 




¿DE VERDAD TE HA MERECIDO LA PENA?

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Sí, a ti te lo digo y no me pongas esa cara de extrañeza. Te lo pregunto porque me gustaría saber si después de todo lo hecho, escrito y dicho, con algún que otro aspaviento totalmente innecesario por medio, ha valido la pena para conseguir tus fines.

¿Ha merecido la pena para afianzar esta cuota de poder que crees tener y que estás perdiendo poco a poco con este tipo de situaciones creadas desde un egocentrismo que no lleva a ningún lado?

¿Ha merecido la pena ese intento casi desesperado de poner en ridículo y dañar al otro para mayor gloria del ego propio y de esos que te acompañan haciendo la vista gorda ante tantas y tantas injusticias?

Muchas veces nos creemos justicieros y vamos proclamando nuestra “verdad” a guantazos limpios. Nos decimos defensores del Señor al que ni siquiera conocemos porque si le dejáramos entrar en nuestras vidas seguro que cambiaríamos sí o sí.

Se enarbolan bonitas palabras que se dicen desde aquél soñado atril recreando una fantasía que solo vive en la mente de cada cual. Muchas veces nos perdemos en la belleza de un precioso manto y nos olvidamos de las sangrantes heridas de Cristo que es el mismo que a la hora de apresarlo detuvo a Pedro haciéndole guardar la espada. Jesús no es Señor de Armas, de críticas, de chanzas, de absurdas provocaciones, de insultos, persecuciones, amenazas o menosprecios calculados. No, Jesús, ese que decimos seguir y cuyo retrato llevamos en la cartera, es Señor del Amor más absoluto que existe, ese Amor que no admite dudas ni tiene cuentas con el mal porque también lo es del Perdón, de la Misericordia, de la Vida y Esperanza nuestra.

Ese Cristo por el que decimos daríamos la vida no tiene copyright pues Él que ha dado su vida por todos nosotros, la sigue dando a cada instante que pasa, solamente es de Dios que a su vez es Uno y Trino.

Estamos en un mundo demasiado superfluo, demasiado medido, demasiado mediocre, demasiado vendido porque antes algunos desde el ámbito que les corresponden han ido comprándolo hasta dejarlo baldío. Estamos en un mundo donde tantos hablan de Cristo pero después, por sus hechos los conoceréis, no lo quieren ni por asomo en sus vidas.

Ser de Dios es olvidarte de ti y las circunstancias que concurren en tu persona, es ofrecer tus talentos desde la gratuidad, desde ese ánimo de servicio que debe imperar en todo momento, desde la generosidad de un corazón entregado y por tanto manso y humilde que es una de las premisas necesarias para llegar a entender este mundo con los ojos de Jesús.

Ser de Dios no es chulesca provocación, no es utilizar el poder en tu bien, no es servirte de tus amistades para interferir en lo que te interesa, no es hacer de tu capa un sayo y blandir espada contra tus “enemigos” y menos con los que deberías considerar “hermanos”.  Ser de Dios es otra cosa, es sentirte una parte ínfima de un todo que ha sido creado para ti que también lo fuiste a imagen y semejanza del Sumo Hacedor.

Ser de Dios es llevar a la práctica la oración que nos dejó San Francisco cuando nos dice que no nos empeñemos tanto en ser consolado como en consolar, en ser comprendido como en comprender, en ser amado como en Amar...

Por eso te pido que no busques el éxito menospreciando a los demás, no seas hiriente porque la principal víctima eres tú, no seas jactancioso pues esa actitud no lleva a ninguna parte y entierra el hacha de guerra, envaina la espada, esconde la piedra pues piensa que nadie se ha elevado menospreciando a los demás.

En Jesús, con el cual debemos profundizar en este tiempo de Cuaresma que viene a nosotros sin detenerse, está la senda que nos lleva a la felicidad y también a la salvación. Esa senda es la de la humildad, la de la sencillez, la de la mansedumbre... No olvidéis que en el Evangelio nos dice con voz clara y alta que el que se humilla será enaltecido. ¡¡Bendita humillación sin con ella agrado al Señor!!

Por lo que a mí respecta solo puedo decir que lo único que ha valido la pena es seguir a Jesús permitiéndole que entrara en mi vida.

Jesús Rodríguez Arias


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