[Publicada en el número 548 el 31 de mayo de 2007] ¿Qué celebramos en la Eucaristía?; ¿cómo?; ¿por qué de una forma y no de otra? ¿Qué relación hay entre la celebración, la civilización occidental y la moral que predica la Iglesia? Ediciones Palabra acaba de reunir, en un breve pero intensísimo volumen, dieciocho trabajos del filósofo alemán Robert Spaemann, en los que aborda diversas cuestiones de enorme relevancia en la situación actual de Europa
El culto cristiano es la representación de un sacrificio. «No se haga mi voluntad, sino la tuya», dice Cristo al comienzo de su Pasión. La víctima del Gólgota cancela así todos los altares y víctimas propiciatorias de la Historia, ya que supone el cumplimiento del propósito de esos altares y víctimas propiciatorias de la Historia. En el centro preciso de la ofrenda cultual de la Iglesia se sitúa la Transustanciación.
Que la renovación interior de la Iglesia tenga auténtica relevancia cultural depende, en primer término, del restablecimiento de una celebración de la Misa en que se destaque de forma inequívoca el carácter del misterio, el del sacrificio y el de la plegaria. Para eso es preciso que de esa celebración puedan expurgarse muchas arbitrariedades.
A ello contribuiría que se descarte la posibilidad de transformar la celebración de la Misa en un evento socio-pedagógico. Eso podría lograrse restableciendo la orientación común de la plegaria del sacerdote y del pueblo. La generalización de los altares coram populo (de cara al pueblo) anula la diferencia entre altar y púlpito. Y si el micrófono llega hasta el altar, casi inevitablemente se produce la impresión física de que el sacerdote es un animador que desea llevarnos a la oración mediante algo distinto de aquello que a él mismo le lleva a rezar.
La lengua latina -la que exige el Concilio Vaticano II como verdadera lengua litúrgica- supone para Europa occidental y central una contribución esencial para la unidad de la Iglesia europea y para la unidad de nuestra cultura. En mi ciudad, se encuentran juntos los domingos alemanes, franceses, polacos, rumanos e italianos donde se celebra una Misa en latín. Algo habría que cambiar para que la celebración del misterio de nuestra salvación vuelva a ser el centro de la vida cultural de Europa.
La Transustanciación representa el más profundo punto de partida para la trascendencia y la humanización de la naturaleza. Ya no puede hablarse de cultura cuando el espíritu carece de la dimensión natural, y cuando la naturaleza está desprovista de espíritu. Cultura quiere decir originariamente agricultura, es decir, ennoblecimiento de la naturaleza. La civilización cientificista acusa una tendencia tanto al espiritualismo como al materialismo, enemigos ambos de la cultura. La lucha de la Iglesia católica por una concepción espiritual de la naturaleza humana contrarresta esa descomposición y representa la más importante contribución práctica del cristianismo a la conservación de la cultura humana.
Esa resistencia se manifiesta por igual en la batalla contra el aborto y contra la eutanasia, la contracepción y la fecundación in vitro. La unidad de naturaleza y personalidad en el hombre vivo tiene su comienzo en el nexo entre unión sexual y procreación. La resistencia contra la artificial separación de ambos, así como contra la fabricación de seres humanos, se basa en el genitum non factum (engendrado, no hecho), que debe ser válido para todo hombre. Por desgracia, en esa resistencia la Iglesia continuamente ha de renunciar a la ayuda de quienes están llamados a anunciar e interpretar las razones de su oposición. En mi país hay academias católicas, sufragadas por los fieles creyentes, que ponen su organización al servicio de la propaganda contra la enseñanza de la Iglesia en esas cuestiones. Si los obispos callan, ese silencio será interpretado, de manera natural, según la máxima qui tacet consentire videtur (el que calla otorga).
Lo que hoy a muchos se antoja como estúpida estrechez de miras de la Iglesia, ha de contemplarse bajo una nueva luz: como resistencia contra lo que C.S. Lewis ha denominado «la abolición del hombre». Si Europa no vuelve a encontrar la perla preciosa que constituía su núcleo central, acabará convirtiéndose en el lugar más privilegiado del planeta para asistir a la desaparición del hombre.
Robert Spaemann
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