martes, 21 de julio de 2015

LECTURAS DE PISCINA; POR AGUSTÍN DOMINGO MORATALLA



Sección - Marinero en tierra

Lecturas de piscina  

La vida de la piscinas está llena de aventuras,  si hablaran nos contarían historias que nos sorprenderían. Basta prestar atención al tipo de actividad que realiza cada uno de los grupos que las colonizan para descubrir que se dan cita infinidad de mundos, experiencias y lecturas. Me referiré a las lecturas porque han cambiado los hábitos de lectura en las piscinas. Si se han atrevido a salir con la silla, la toalla y el periódico para leer la prensa con tranquilidad, levanten la mirada y comprobarán que forman parte de una especie en extinción.

Quien se atreve a leer un periódico en la piscina forma parte de una generación exótica. No por el hecho de que los efectos del cambio climático estén relacionados con la potencial contaminación que todavía producen las pocas linotipias que aún quedan. Me refiero al hecho mismo de leer en soporte de papel, en formato tabloide y disfrutando horizontes refrescantes que podemos encontrar al levantar la vista o fijar las gafas al entrecejo. Esta lectura se ha convertido en una actividad minoritaria, rara y probablemente contracultural.

Aunque todavía encontramos lectores que no se separan de las voluminosas novelas de Follet, Posteguillo o sesudos adolescentes que prefieren las sombras de Grey en papel, lo normal es encontrarse lectores que se han pasado al soporte digital. Aunque algunos dispositivos resisten la inmersión, lo habitual es realizar la lectura fuera del agua, en la sillita, la tumbona, el césped o la mesa del chiringuito. Esta lectura está presidida por una conversación ritual en la que siempre se presume de haber pasado al IBook, manejar como nadie el IPad y usar magistralmente la biblioteca del Kindle.

No está claro si este cambio supone un avance o retroceso. Nadie duda de la comodidad y posibilidades del soporte digital, ahora bien, tendríamos que preguntarnos si el abuso de los dispositivos digitales en playas y piscinas supone un embrutecimiento de la sensibilidad. Lo digo porque cada vez son más habituales escenas de familias y grupos ensimismados en su dispositivo digital. No me refiero solo a los adolescentes que tienen domesticadas las hormonas con el Whatsapp, sino a los nuevos cerebros familiares conectados únicamente por el soporte digital. Hay escenas con fuerza icónica donde el padre está con el IPad, la madre con el IBook y los hijos con el IPhone.

Sin mediar palabra, cada uno está generando emociones artificiales que impiden el contacto directo con la angustia, el temblor, la alegría o la situación emocional de quien tenemos a nuestro lado. Sin mediar palabra, estas escenas de verano nos anuncian una contaminación digital sin fronteras, el riesgo de un dañino aislamiento sin capacidad para comentar la gama de azules en el agua: esmeralda, metálicos, acuáticos, celestes, grises, marinos o turquesas.



Agustín DOMINGO MORATALLA

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