Sección - Marinero en tierra
Lecturas
de piscina
La vida de la piscinas está llena de aventuras, si hablaran nos contarían historias que nos
sorprenderían. Basta prestar atención al tipo de actividad que realiza cada uno
de los grupos que las colonizan para descubrir que se dan cita infinidad de
mundos, experiencias y lecturas. Me referiré a las lecturas porque han cambiado
los hábitos de lectura en las piscinas. Si se han atrevido a salir con la silla,
la toalla y el periódico para leer la prensa con tranquilidad, levanten la
mirada y comprobarán que forman parte de una especie en extinción.
Quien se atreve a leer un periódico en la piscina forma
parte de una generación exótica. No por el hecho de que los efectos del cambio
climático estén relacionados con la potencial contaminación que todavía
producen las pocas linotipias que aún quedan. Me refiero al hecho mismo de leer
en soporte de papel, en formato tabloide y disfrutando horizontes refrescantes
que podemos encontrar al levantar la vista o fijar las gafas al entrecejo. Esta
lectura se ha convertido en una actividad minoritaria, rara y probablemente
contracultural.
Aunque todavía encontramos lectores que no se separan de las
voluminosas novelas de Follet, Posteguillo o sesudos adolescentes que prefieren
las sombras de Grey en papel, lo normal es encontrarse lectores que se han
pasado al soporte digital. Aunque algunos dispositivos resisten la inmersión,
lo habitual es realizar la lectura fuera del agua, en la sillita, la tumbona,
el césped o la mesa del chiringuito. Esta lectura está presidida por una
conversación ritual en la que siempre se presume de haber pasado al IBook,
manejar como nadie el IPad y usar magistralmente la biblioteca del Kindle.
No está claro si este cambio supone un avance o retroceso.
Nadie duda de la comodidad y posibilidades del soporte digital, ahora bien,
tendríamos que preguntarnos si el abuso de los dispositivos digitales en playas
y piscinas supone un embrutecimiento de la sensibilidad. Lo digo porque cada
vez son más habituales escenas de familias y grupos ensimismados en su
dispositivo digital. No me refiero solo a los adolescentes que tienen
domesticadas las hormonas con el Whatsapp, sino a los nuevos cerebros
familiares conectados únicamente por el soporte digital. Hay escenas con fuerza
icónica donde el padre está con el IPad, la madre con el IBook y los hijos con
el IPhone.
Sin mediar palabra, cada uno está generando emociones
artificiales que impiden el contacto directo con la angustia, el temblor, la
alegría o la situación emocional de quien tenemos a nuestro lado. Sin mediar
palabra, estas escenas de verano nos anuncian una contaminación digital sin
fronteras, el riesgo de un dañino aislamiento sin capacidad para comentar la
gama de azules en el agua: esmeralda, metálicos, acuáticos, celestes, grises,
marinos o turquesas.
Agustín DOMINGO MORATALLA
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