Escrito en: jul 25, 2015
SEGOVIA
Al igual que los ciclistas al final de etapa (cuando los periodistas meten entre bidón y boca el micro para captar impresiones) llegamos a Segovia. El calor manchego y las intensas jornadas a la sombra de la caja del bastón están bien tatuados en nuestras carnes. Como una segunda piel ardiente por la aguja y el ambiente que no hay nubarrones que la calmen. Y es que buena es la tormenta veraniega con la que nos encontramos frente al acueducto.
Llegamos a una ciudad teresiana. Su espíritu no consigue quedar acallado por el aguacero. Tan pronto como empiezan las celebraciones del día, nos topamos con un pueblo que entre las frías piedras de los tópicos, guarda rescoldos de una espiritualidad intensa y con color pardo y estrellado.
Es esta fundación preciada y repleta de historia. Aquí vino acompañada Teresa de Jesús de San Juan de la Cruz tras dejar atrás su segunda etapa en La Encarnación. La carrera fundacional de Santa Teresa ocasionó mucho revuelvo entre propios y ajenos. Serían sus superiores, en una suerte de dos al precio de uno, los que al nombrarla priora de La Encarnación pondrían freno a esa aventura descontrolada de la descalcez; al mismo tiempo que conseguían poner a alguien con competencias probadas al frente de casi 200 monjas calzadas con demasiado movimiento entre corrillos y puertas del convento. “Miradas hostiles y gestos amenazantes” se encontró y “un modelo de vida religiosa” dejó, tras ubicar a la virgen en la silla prioral y confirmar que allí estaba ella por orden de “Nuestro Señor para servirlas y regalarlas en todo lo que pudiere”.
Como señalan con acierto Tomás Álvarez y Fernando Domingo, responsables de los anteriores entrecomillados, en “Por los caminos de Teresa”, “La Santa va recorriendo la geografía de su entorno clavando en ella sus carmelos con las agujas de cada campanario”.
Y en Segovia lo encontró todo bien dispuesto, tal y como nos lo encontramos nosotros. Repasamos en el Monasterio de San José del Carmen como las primeras Hermanas que poblaron aquellos muros fueron las que sufrieron el desatino de Pastrana, donde la misión podría haber temblado de haberse plegado a las afiladas uñas de la Princesa de Éboli. Sin embargo, Santa Teresa siempre destacó por tener bien acompañados los codos y fueron San Juan de Ávila y Antonio Gaytán quienes ayudarían al traslado de las monjas y a poner el Santísimo Sacramento con el que se daba por oficializada la fundación.
Tras concluir los oficios nos retiramos a la casa de los Carmelitas Descalzos. Una fantástica hospedería donde reposan los restos de Fray Juan de la Cruz. Nos quedamos impresionados, aquí se nota la debilidad del Padre David por el Santo, antes la fastuosa obra de D. Félix Granda, que prepara un sepulcro para un cuerpo pequeño y una capilla para un espíritu que devora con fuego y luz todo lo que hace poesía o reflexión teológica.
Más que lluvia al final quedan en estas crónicas. Las sonrisas tan constantes como las gotas de agua esta vez se han resguardado entre muros. Aunque ello no nos priva de saber que a centímetros de piedra, hay mujeres dichosas de seguir el caminar de Teresa de Jesús hacia el cielo.
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