miércoles, 3 de junio de 2015

EVANGELIO DEL DÍA Y MEDITACIÓN

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Lectura del libro de Tobías 3,1-11.24-25

En aquellos días, profundamente afligido, sollocé, me a llorar y empecé a rezar entre sollozos: «Señor, tú eres justo, todas tus obras son justas; tú actúas con misericordia y lealtad, tú eres el juez del mundo. Tu, Señor, acuérdate de mi y mírame; no me castigues por mis pecados, mis errores y los de mis padres, cometidos en tu presencia, desobedeciendo tus mandatos. Nos has entregado al saqueo, al destierro y a la muerte, nos has hecho refrán, comentario y burla de todas las naciones donde nos has dispersado. SI, todas tus sentencias son justas cuando me tratas así por mis pecados, porque no hemos cumplido tus mandatos ni hemos procedido lealmente en tu presencia. Haz ahora de mi lo que te guste. Manda que me quiten la vida, y desapareceré de la faz de la tierra y en tierra me convertiré. Porque más vale morir que vivir, después de oír ultrajes que no merezco y verme invadido de tristeza. Manda, Señor, que yo me libre de esta prueba; déjame marchar a la eterna morada y no me apartes tu rostro, Señor, porque más me vale morir que vivir pasando esta prueba y escuchando tales ultrajes.»
Aquel mismo día, Sara, la hija de Ragüel, el de Ecbatana de Media, tuvo que soportar también los insultos de una criada de su padre; porque Sara se había casado siete veces, pero el maldito demonio Asmodeo fue matando a todos los maridos, cuando iban a unirse a ella según costumbre.
La criada le dijo: «Eres tú la que matas a tus maridos. Te han casado ya con siete, y no llevas el apellido ni siquiera de uno. Porque ellos hayan muerto, ¿a qué nos castigas por su culpa? ¡Vete con ellos! ¡Que no veamos nunca ni un hijo ni una hija tuya!»
Entonces Sara, profundamente afligida, se echó a llorar y subió al piso de arriba de la casa, con intención de ahorcarse.
Pero lo pensó otra vez, y se dijo: «¡Van a echárselo en cara a mi padre! Le dirán que la única hija que tenía, tan querida, se ahorcó al verse hecha una desgraciada. Y mandaré a la tumba a mi anciano padre, de puro dolor. Será mejor no ahorcarme, sino pedir al Señor la muerte, y así ya no tendré que oír más insultos.»
Extendió las manos hacia la ventana y rezó. En el mismo momento, el Dios de la gloria escuchó la oración de los dos, y envió a Rafael para curarlos.

Sal 24 R/. A ti, Señor, levanto mi alma

Dios mío, en ti confío, no quede yo defraudado,
que no triunfen de mí mis enemigos;
pues los que esperan en ti no quedan defraudados,
mientras que el fracaso malogra a los traidores. R/.

Señor, enséñame tus caminos,
instrúyeme en tus sendas:
haz que camine con lealtad;
enséñame, porque tú eres mi Dios y Salvador. R/.

Recuerda, Señor,
que tu ternura y tu misericordia son eternas;
acuérdate de mi con misericordia,
por tu bondad, Señor. R/.

El Señor es bueno y es recto,
y enseña el camino a los pecadores;
hace caminar a los humildes con rectitud,
enseña su camino a los humildes. R/.

Lectura del santo evangelio según san Marcos 12,18-27

En aquel tiempo, se acercaron a Jesús unos saduceos, de los que dicen que no hay resurrección, y le preguntaron: «Maestro, Moisés nos dejó escrito: "Si a uno se le muere su hermano, dejando mujer, pero no hijos, cásese con la viuda y dé descendencia a su hermano." Pues bien, había siete hermanos: el primero se casó y murió sin hijos; el segundo se casó con la viuda y murió también sin hijos; lo mismo el tercero; y ninguno de los siete dejó hijos. Por último murió la mujer. Cuando llegue la resurrección y vuelvan a la vida, ¿de cuál de ellos será mujer? Porque los siete han estado casados con ella.»
Jesús les respondió: «Estáis equivocados, porque no entendéis la Escritura ni el poder de Dios. Cuando resuciten, ni los hombres ni las mujeres se casarán; serán como ángeles del cielo. Y a propósito de que los muertos resucitan, ¿no habéis leído en el libro de Moisés, en el episodio de la zarza, lo que le dijo Dios: "Yo soy el Dios de Abrahán, el Dios de Isaac, el Dios de Jacob"? No es Dios de muertos, sino de vivos. Estáis muy equivocados.»

II. Compartimos la Palabra

  • «Señor, acuérdate de mí y mírame»

La verdadera fe en Dios se convierte en Esperanza aun en los momentos más difíciles de nuestra vida, como acontece en la lectura del Libro de Tobías. Ciertamente vemos en el texto tristeza, amargura a veces, pero no desesperación. Tobías «sabe» en Quien tiene puesta su más esencial confianza. Dios no defrauda, aunque el Mal aceche en el personaje de Asmodeo, aunque todo se nos antoje negro, triste y desesperado y lleguemos a pensar que es Dios quien quiere nuestra desgracia; pero Dios es justo y compasivo y no vuelve el rostro ante la súplica de Tobías, sino que lo escucha y manda a Rafael para que le cure en el cuerpo y en el alma. Así también nosotros tendríamos que ser hombres de esperanza incluso en una sociedad donde las estructuras de pecado nos ahogan y nos oculta la luz de Dios.
  • «Estáis equivocados porque no entendéis las Escrituras»

El verdadero Dios se escapa siempre de los cotos en los que los hombres, sobre todo los poderosos, muchas veces quieren encerrarlo a fin de que no interfiera en sus intereses materialistas y egoístas, sino que más bien se convierta en su aval. En el Evangelio Jesús se centra en el verdadero sentido de la Resurrección, a la que caricaturizaban los saduceos y los fariseos reducían a una mera continuación de la vida terrestre. Ambos se equivocan porque no conocen el verdadero sentido de la Escritura, no conocen a Dios, a un Dios VIVO. Por eso no tiene ningún sentido las elucubraciones que le plantean sobre la Resurrección.
La Resurrección es el encuentro definitivo con Dios, que transfigura nuestra vida en otra que ya no tiene fin, una Vida Nueva, definitiva. Esa es la vocación a la que nos llama Dios: vivir su misma vida en comunión plena con Él.
Esta es nuestra Esperanza, más allá de disquisiciones materiales a las que somos tan aficionados también en la Iglesia, que nos ocupan y preocupan porque nuestro horizonte no es la Resurrección auténtica sino un remedo de nuestra -muchas veces- mediocre realidad.
Hoy conmemoramos el martirio de San Carlos Luanga y compañeros, cristianos plenamente esperanzados en el verdadero sentido de la Resurrección.
- ¿Qué preocupaciones me agobian, me quitan el sueño y me hacen sentirme especialmente triste?
- ¿Soy capaz de descubrir en esos momentos la Esperanza a la que Dios me llama? ¿Le pido ayuda como Tobías?
- ¿Crees que en la Iglesia nos identificamos a veces con los saduceos en la comprensión de la Resurrección?

 
D. Carlos José Romero Mensaque, O.P. 
Fraternidad Fray Bartolomé de las Casas (Sevilla) 

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