lunes, 23 de febrero de 2015

MI SANTUARIO; POR JUAN J. LÓPEZ CARTÓN.






Dicen que el burro no es de donde nace sino de donde pace. Yo, hombre refranero –puñetero que diría otro -, soy de los que siempre ha pensado que la cultura popular siempre tiene su razón de ser aunque en este caso, en cierta manera, muestro mi rotundo rechazo a este hecho.

Como ya sabéis soy vallisoletano y si me apuran más ni eso, porque soy “raposo” de cuna, ya que nací en San Cebrián de Mazote, pueblecito de Valladolid de apenas 180 habitantes, y así nos llaman a los naturales de allí; aunque para no faltar a la verdad me crie en el barrio de la Rondilla de la capital pucelana.

Los avatares de la vida me han llevado a recorrer muchos puntos de la geografía española y a vivir en unos cuantos de ellos: Valladolid, Lodosa en Navarra, Madrid, Alcorcón, Cádiz y El Puerto de Santa María, donde tengo mi residencia oficial. Digo mi residencia oficial porque aunque allí estoy empadronado y mis hijos son portuenses, desde hace casi cinco años hay un pueblecito de sierra de Cádiz que más que adoptarlo yo, él ha hecho lo propio conmigo.

Villaluenga del Rosario, el pueblo más pequeño de la provincia gaditana además del que se encuentra a mayor altitud, fue un descubrimiento para mí gracias a un curso del Grupo Scout San Pablo en el que me preparaba para descubrir más que una filosofía, la scout, una manera de vivir. Mis hermanos scouts Sergio y Ana tenían una casa alquilada a medias con César “el Chino”; la cuestión es que unos meses después se quedaron solos con la casa y hablando, que es como se entiende la gente, acordamos que nosotros pasaríamos a ocupar el lugar de César. 

Durante dos casi dos años compartimos la casa, o mejor dicho, convivimos, porque al contrario de lo que la gente pensaba, no es que nos turnásemos los fines de semana, sino que hacíamos todo lo posible para coincidir y disfrutar juntos de todo lo que brinda el pueblo: fiestas, parajes, excursiones, y lo que os podáis imaginar que se puede hacer en el paraíso. Las noches se convertían en eternas partidas a las cartas junto a Carmen, otra amiga de El Puerto medio adopta por el embrujo de estos lares; después llegó la marcha también de Sergio y Ana, ante lo que Mara y yo tomamos la determinación de, aun sabiendo el gran sacrificio que nos iba a suponer privándonos de muchas cosas, mantendríamos nosotros solos el alquiler y mantenimiento de la casa. Por suerte, y como Dios aprieta pero no ahoga, desde hace unas semanas hemos ampliado la “familia” con Zoraida, Zori y José ya que nuestro santuario también se ha convertido en el de ellos, haciéndonos a todos más livianas las cargas, ocurriendo al igual que pasaba con Sergio y Ana, que el objetivo es compartir, no repartir la casa.

A cualquiera que llegue a nuestro rincón payoyo le llama la atención que en las paredes del salón, donde “hacemos la vida”, resaltan un par de grandes marcos convertidos en collage de fotos: inacabados siempre porque siempre hay sitio para más fotos. En ellas, como si de un álbum familiar se tratase, aparecen todos los amigos y gente querida que han compartido buenos momentos con nosotros entre estas cuatro paredes durante estos años.

Villaluenga para nosotros tiene todas las ventajas que podamos imaginar para desaparecer, entre éstas destaca el hecho que nos permite disfrutar de una privacidad selectiva que solo se ve rota por la gente que queremos. Estar a “hora y pico” de casa, con tramos de carretera de montaña, implica, por suerte para nosotros, que mucha gente se lo piense dos veces antes de emprender viaje y pasar por la puerta de La Manga. Dicho así suena feo, pero no por ello deja de ser más cierto que si para quien busca paz y tranquilidad en un rincón, ésta se ve continuamente invadida, ese rincón deja de cumplir su objetivo y hay que cambiarlo; y en nuestro caso, con este nuestro rincón payoyo, no se da ese hecho. Como decía el otro: “yo no soy clasista, solo soy ordenado”.

Mi padre siempre decía que su casa era “la posada de la estrella” porque en ella siempre había amigos de sus hijos que tenían las puertas abiertas; y en cualquier momento que llegabas te podías encontrar con alguien que, estando de paso, tenía cama y plato caliente puesto en la mesa y para eso Hilario y Mariluz eran los número uno. Esa filosofía, al igual que otras muchas, forman parte de mi herencia, no la material que esa bien poco importa, sino la de aquello que aprendes para querer y que te quieran.

Durante estos años hemos compartido momentos con mucha gente retratada en nuestras fotos: hermanos scouts, Chepa y Patri, Jesús y Marisa, Borja, el Chino y Eli, Javier e Isabel, además de los que llegaron de paso que también encontraron las puertas abiertas y un vaso de vino servido para limpiar el polvo del camino de sus gargantas. Todos queridos por nosotros o, por lo que decía antes de la privacidad, escogidos con precisión quirúrgica; porque gracias a Dios, a ciertas edades, nos podemos permitir sin reprocharnos nada, elegir a la gente que nos rodea.

La vida para nosotros en Villaluenga en estos años también ha ido cambiando y evolucionando hasta el punto de cumplirse lo ya dicho al principio: el pueblo, sus gentes, nos han adoptado. Muchos de los payoyos han pasado de ser simples conocidos con los que nos cruzábamos y saludábamos cortésmente dándonos los buenos días o lo que correspondiese, a ser vecinos con los que compartimos charla y ratos; incluso el pequeño de la casa, ha optado por ampliar su familia particular, tomando como tíos y primos a gente que realmente lo merece porque han tocado su corazón. 

Nuestro santuario no se detiene en la puerta de la Calle Trabajosa; nuestro santuario es todo el pueblo y lo que contiene y le rodea. Desde que pasas por La Manga hasta cualquiera de sus límites: Los Llanos del Republicano, Los Navazos; sobre la Sierra del Caíllo, La Sierra del Endrinal… En nuestro santuario entra solo gente escogida, porque aunque parezca egoísta el hecho, un santuario es eso, el sitio donde no todo el mundo puede acceder, donde hay que ganarse el derecho a entrar, como ocurre con nuestros corazones.

Sigo siendo “raposo”, pucelano, incluso “ahumado” de Tordehumos, el pueblo de mi madre y lo llevo por bandera, pero he de reconocer que también me siento payoyo porque si bien para mí no se cumple el refrán “el burro no es de donde nace…”, sí se cumple otro: “de bien nacidos es ser agradecidos” y a Villaluenga del Rosario he de agradecerle muchas cosas.

Recibid un fraternal abrazo y un apretón de mano izquierda.

Juan J. López Cartón



1 comentario:

  1. Hola Juan J.
    Cualquiera diría que eres pucelano.......... si tienes toda la pinta de villalonguense, y voy a más, que incluso te estás "habituando" al vocabulario payoyo.
    Emotivo artículo escrito con el corazón, y que en mi modesta opinión, les llegas como un dardo a quienes realmente nos sentimos ensimismados en nuestro paraíso terrenal, al que denominamos Villaluenga.
    Si bien nuestro pueblo es hermoso por sus paisajes exteriores, ni que decir tiene, y menos si proviene por mi parte, de su interior, de su belleza subterránea que a algunas personas, entre las que me incluyo, nos atrapó hace mucho tiempo y aún transcurridas unas decenas de años, nos sigue embelesando y enamorando.
    Basten estas pocas palabras para declarar mi pasión por el entorno.
    Si te apetece visionarlas, entra en la dirección que mas abajo anoto.

    https://www.youtube.com/user/Villalonguense/videos

    Un apretón de mano izquierda.

    ResponderEliminar