¿Quién le enseñó a rezar?
Muchos, porque se reza de pequeño, de joven, de mayor, de laico y de jesuita. Aprendí en casa, teníamos juntos el mes de San José, era una devoción de mis padres. Nos pasábamos grandes juergas los hijos, buscando una equivocación para reírnos. Pero así aprendimos, por lo menos creo que es lo que queda siempre, que hay un recurso más allá de lo que pasa día a día. Eso queda en la mente del niño. Luego se aprende a rezar con la vida, con el Evangelio, con los acontecimientos, con la vida de Compañía, la vida de la compañía es la oración de ahora.
¿Hay tiempo para orar en la vida de la curia?
Por supuesto, hay que hacerlo por la mañana, porque luego durante el día no queda tiempo para nada.
¿Se encuentra a menudo con el Papa Francisco?
No, tanto él como yo evitamos una frecuencia que sea demasiado visible. Yo, en cuanto puedo, trato asuntos con él a través de otras fuentes. Es un hombre muy abierto a todos los canales, oficiales y no oficiales; procuro usar diferentes canales para no hacerme demasiado visible y que empiece una especulación sobre la relación del Papa con la Compañía, que no nos haría bien a ninguno.
Tenemos un voto de obediencia y queremos saber que nos pide el Papa Francisco ¿sabemos qué nos pide?
Esa fue la primera preocupación que tenía yo como General. El Papa Benedicto XVI nos dijo claramente qué esperaba de la Compañía: intensidad en el estudio, profundidad en el pensamiento y espiritualidad. He podido confirmar con el Papa Francisco que quiere lo mismo de la Compañía. Además de las prioridades que él tiene: contacto con la gente, servicio a los pobres, etc. Pero creo que nuestra función ahora en la Iglesia es procurar que haya profundidad, que no nos vayamos por lo que nos vamos todos: por lo periodístico, por lo inmediato, sino estudiar las cosas a fondo y tratar de responder a lo que la Iglesia necesita ahora.
¿Le sorprende el Papa Francisco?
No me sorprende. Un periodista italiano ha dicho que la revolución de Francisco es la revolución de la normalidad. Y no me sorprende que en la Iglesia podamos ser normales. Él es muy normal, muy natural, muy espontáneo y eso hace bien a la Iglesia y gusta a la gente.
Me he encontrado en mis viajes por todo el mundo con el agrado de la gente, de todos, africanos, asiáticos, latinoamericanos... por este estilo informal, cercano, de diálogo, que tiene con todos y esto corresponde también a su canonización del Beato Fabro. Le hizo santo porque le tenía gran devoción desde joven, antes de ser jesuita, y en el Beato Fabro él encuentra apoyo, inspiración para lo que busca: diálogo, cercanía, apertura a todos, lleno de cariño, porque no es un hombre frío.
Como saber lo que un Papa quiere. Qué mecanismo hay para llegar al Papa.
Lo mejor es preguntar directamente. Es muy accesible y dialogante. Le gusta que las cosas se le digan. El me ha alabado a su secretario porque cuando no está de acuerdo se lo dice. Y a él le gusta esto, un lenguaje directo, espontáneo, sincero. Él es muy sincero. Lo que hemos ganado en cercanía lo hemos ganado en conocimiento de la persona, no hay nada oculto, es un hombre transparente.
Y para saber lo que el Papa pide a la Compañía y lo que pide Dios a la Compañía, ¿cómo lo hace padre Nicolás?
El mejor camino para saberlo es el discernimiento. San Ignacio nos dejó no solo el método sino las actitudes fundamentales, porque la realidad es uno de los mejores puntos de partida. San Ignacio es un hombre que no es abstracto, que camina sobre la realidad, se considera peregrino no solo porque físicamente caminó mucho, sino porque es un hombre en búsqueda, que va descubriendo nuevos campos y la realidad es siempre un punto de partida muy serio para él. Tanto, que cuando envía gente a la India o a otros sitios, siempre en sus instrucciones les deja total libertad para que disciernan sobre el terreno. El cambio de estructuras es normal en san Ignacio, porque no hay nada absoluto si no es la voluntad de Dios y el bien de los demás.
¿Llega bien la realidad a Borgo S. Spirito? ¿Cómo hace para acercarse a la realidad?
Llega muy bien. La Compañía tiene 500 años de experiencia, y siempre se ha ido puliendo, precisamente, el acceso a la realidad, a través de cartas, a través de una doble red. Me hizo pensar cuando estudié en Roma en los años 68-69; me pidió el secretario de la embajada japonesa que organizara un encuentro con tres profesores de la gregoriana, y le preguntaron a él por qué la embajada japonesa en el Vaticano, qué interés tenía Japón en dos embajadas en Roma si Japón no es un país católico. Él respondió claramente: por información, porque lo que decide el Vaticano afecta a los países latinoamericanos, y Japón tiene interés en saber eso. Y porque el Vaticano tiene dos redes de información, una oficial a través de los nuncios, y otra informal a través de sacerdotes, religiosos, laicos, que están continuamente enviando información a Roma.
Entonces ¿lee todo lo que le mandan?
Mucho de mi trabajo es leer y escuchar. Las orejas se me han hecho un poco grandes. Tengo un equipo para eso muy bueno. El secreto del gobierno de la Compañía está en el equipo. Estoy muy agradecido a la Congregación General, no por elegirme sino, para perdonar eso, por el equipo que me dio. Tengo 9 asistentes regionales, que tienen distintas partes del mundo bajo su preocupación y luego 2 asistentes para las casas de Roma -que son casi 400 jesuitas- y otro para formación, que es la prioridad en la Compañía siempre. Entre todos, sé que podemos encontrar caminos para responder a distintos retos y eso me permite dormir en paz. Duermo bien gracias a saber que no tengo que solucionar yo todos los problemas.
Estamos en la creación de la nueva Provincia de España, ¿es porque somos menos?
Sería mentiroso si dijera que no ha influido. Es evidente que la cuestión de número nos ha hecho pensar, porque la reducción de número afecta inmediatamente al apostolado, nuestras instituciones, el gobierno de la Compañía, la misma formación. Nos estamos dando cuenta de que a medida que las Provincias tienen menos gente, hay menos posibilidad de mantener un servicio de calidad. Aunque empezó la reflexión a partir de los números sin embargo el acento está en lo apostólico, el servicio apostólico que damos a la Iglesia y a la gente, no se puede mantener en calidad sin recursos y estos recursos tienen mucho que ver con los números. De manera que tenemos ahora en la Compañía Provincias muy grandes que no quieren dividirse porque se dan cuenta de que siendo grandes pueden mantener un apostolado vivo, con recursos, con especialistas, cosa que no pasaría si se dividen, entonces la preocupación por mantener las estructuras básicas, formación, superiores, requieren tantos recursos que no quedan para compartir, intercambiar con otros...
Somos menos porque tenemos menos vocaciones, y tenemos menos porque lo estamos haciendo mal y Dios dice: «Ya no les mando vocaciones».
Es mucho más complejo que esto. Y sobre todo en el mundo moderno. Estamos tratando de dar sentido al hecho de que en el Vaticano II descubrimos la vocación del laico como tal, dentro de la familia, de las instituciones, la política, la empresa, y esto ciertamente afecta. Luego la natalidad ha bajado muchísimo en países que tradicionalmente nos han dado muchas vocaciones. Es difícil que la familia fomente vocaciones cuando tiene dos hijos en vez de cinco como antes.
A mí me preocupa más el hecho de que está disminuyendo el número de profesiones vocacionales: médicos disponibles 24 horas, enfermeras preocupadas por sus pacientes, maestros que están más preocupados por el salario que por los estudiantes... Está disminuyendo lo que es vocación, y esto nos afecta a nosotros, porque no todo el mundo mira la vocación de forma positiva.
Nos decía un hermano cisterciense que, antes, en Italia, todas las familias tenían un pariente religioso, y todos lo decían con orgullo. «Hoy si voy a una familia y me encuentro a un muchacho bien plantado y le digo que si se ha planteado ser sacerdote, toda la familia se me echa encima. ¡Padre, no le meta ideas extrañas en la cabeza!», nos decía. No es solo problema nuestro, hay toda una cultura que no favorece este tipo de vocaciones. Se favorece lo que es más relacionado con el marketing, la producción, un buen salario, y esto nos afecta naturalmente a nosotros.
Para la Provincia de España, esto es una oportunidad, ¿tenemos fortaleza?
No tenemos que pensar que España es diferente. Esto es un eslogan que no sirve. A mí me gusta decir que hay jesuitas para todo, pues también hay españoles para todo, pero hay fortalezas evidentemente. Por lo que he visto hay mucha dedicación, hay pasión por lo que se hace, entrega, generosidad e imaginación. Y esto es un valor que hay que cultivar más que nunca. La Iglesia necesita dedicación al estudio y esto no es muy español: un estudio árido, que se hace solo, o en una biblioteca, esto no es el punto fuerte del español. Al alemán sí le gusta estar en una biblioteca, pero al español le gusta el aire libre. Pero es parte de una idiosincrasia, y hay mucha inteligencia, dedicación y pasión en lo que se hace, por lo tanto la capacidad para ser creativos, para hacer diferencia en la vida es muy alta. Lo que espero que los superiores puedan hacer es motivar y canalizar esa energía, esa fuerza, en algo productivo pastoral y religiosamente.
Cada vez hay más instituciones vinculadas a la Compañía en las que hay una persona laica y no un jesuita. ¿Nos convertimos en una marca y dejamos de ser una congregación religiosa?
No, en absoluto, es un proceso normal. Es normal que en una institución se busque al mejor, y el mejor puede ser jesuita o no, puede ser un laico o una laica. Y entonces hay que escoger al mejor para que la institución vaya bien y el jesuita se tiene que ir acostumbrando a funcionar normalmente. Estamos acostumbrados a canalizar todo religiosamente y a mí me hacen preguntas en algunos sitios de si el director de una obra es laico, ¿tenemos que obedecerle? No es cuestión de obediencia. ¿Qué hace un profesor ordinario? Obedece porque hay que trabajar de una manera colaborativa y ordenada. El jesuita se tiene que acostumbrar a eso, a funcionar como una persona normal.
Pero corremos el riesgo de ser más que una orden con una espiritualidad, con una tarea evangelizadora, una prestadora de servicios sociales.
Creo que sí podría ser, es un peligro, pero ahora mismo hay en la Compañía un interés enorme por mantener la identidad de nuestras obras. Si llevamos una obra, un colegio, una universidad, una parroquia, hay una preocupación muy alta por mantener la identidad, y no solo en los jesuitas sino también en los laicos, porque ellos colaboran precisamente porque esa obra está ofreciendo algo distinto, particular, y los laicos son los primeros que quieren mantener esa identidad, y saben que no puede suceder sin un proceso de formación, programas, etc. En España hay programas, tanto en Loyola como en Andalucía muy bien estructurados de formación de nuestros colaboradores que forman equipo y quieren trabajar como comunidad.
¿Somos más capaces de trabajar con otras, con otros?
Nos vamos haciendo más capaces. Es un proceso y vamos aprendiendo. Al principio pensábamos en laicos colaborando con nosotros, en nuestras obras. Kolvenbach ya habló en la CG34 de que tenemos que hablar de lo contrario: jesuitas colaborando con laicos en sus obras. Ahora ya esa diferencia va disminuyendo y ya se habla de colaboración en la misión de Dios. Ya no se habla de la misión de los franciscanos, de los carmelitas, de los jesuitas, sino de la misión de Dios. Es Dios el que llama a los colaboradores y por tanto nuestro discernimiento será quien tiene el mismo corazón que nosotros para trabajar juntos, no quién tiene vocación o no para trabajar, eso Dios lo decide. Pero nosotros tenemos que discernir con quién podemos trabajar bien, en paz y en la misma dirección.
En 2016 vamos a tener Congregación General los jesuitas ¿para qué?
Primero para elegir General. Creo que los 80 años es una buena fecha para pensar en el relevo porque después de los 80 ya no hay ninguna garantía ni médica ni psicológica ni del sistema nervioso para que la mente funcione bien, y ciertamente no puedo someter a la Compañía a años de decadencia personal. Después de los 80 ya entra uno en ese proceso de decadencia. Yo prefiero moverme fuera del trabajo, cuando todavía tengo capacidad de pensar y no esperar a que los jesuitas pregunten por ese viejito de Roma sigue allí que no es muy positivo. Hay que hacer las cosas con cierta lucidez y es mejor empezar ya a prepararlo.
La Congregación General no es solamente para elegir General.
Aunque la prioridad sea elegir General hay todo un proceso y en ese proceso entran las Congregaciones Provinciales , que habrá que tener una en España también, y en esas Congregaciones Provinciales piensan qué tipo de problemática hay que ajustar, cómo entendemos la misión. En el futuro las CG sean de elección o no, lo único importante que tienen que hacer es ajustar la misión. Porque la sociedad va cambiando, y también nuestras estructuras tienen que cambiar. San Ignacio sería el primero en hablar de cambio. San Ignacio dio libertad a los que iban a la India, a Japón... para discernir sobre el terreno porque no todo se ve desde Roma, él sería el primero en decir, han pasado 500 años, las estructuras que tenemos ahora son de 500 años antes, ya es hora de cambiar porque el mundo ha cambiado muchísimo. El cambio no es porque algo no funcione, sino por ir ajustándose a las necesidades nuevas y a los tiempos nuevos.
¿Cuántos años lleva de General? ¿Ha cambiado mucho su visión de la Compañía estando en Roma?
Llevo seis años. Sí ha cambiado. Primero se juzgan muchas cosas desde fuera como amateur. El aficionado que ve las cosas sin información. Llega uno a Roma y se encuentra un alud de información y cuando se conocen los problemas en detalle, y las personas, y por qué ha surgido un problema y su proceso, se ven las cosas ligeramente distintas. Hay apreciaciones que no cambian pero hay otras que sí. Y las que tocan a personas o instituciones concretas tienen que cambiar necesariamente con la información más completa que llega a Roma.
Y le cambia a uno también ser el padre General
No cambia uno en el carácter, el temperamento, como el Papa, sigue siendo él, pero ha cambiado su estilo, era más bien una persona adusta, ahora se ha hecho una persona muy cercana a la gente. Él lo atribuye a que así trabaja la Gracia. Él dice, yo no era así antes, era distante, serio... pero ahora me encuentro a gusto en esto, y él lo atribuye a la Gracia. Algo de eso pasa al ir a Roma. El carácter fundamental sigue pero tiene uno más información, tiene uno entrevistas como ésta, que antes no tenía, y uno es más consciente de que es una persona pública, no hay tanto espacio para lo personal, para el gusto concreto.
La visita de Benedicto XVI y su discurso en la Congregación General fue emocionante. Nos habló de ir a las fronteras ¿Estamos los jesuitas en las fronteras?
Creo que sí, que una de las razones por las que tenemos tantos y muy buenos colaboradores laicos y laicas es por estar en las fronteras. Se encuentran que ahí hay que estar, donde están los jesuitas. Lo que pasa es que las fronteras no son unívocas. Una de las cosas que hemos hecho recientemente en Roma es rehacer el mapamundi. Hacer un mapa de fronteras porque cada continente tiene fronteras distintas. África no tiene las mismas fronteras que Oriente Medio o Europa. Los Provinciales de Europa han decidido que una de esas fronteras es la secularidad, que ciertamente es muy fuerte en Europa, y otra es el encuentro con otras religiones, sobre todo el Islam. La secularidad no ha entrado tan fuerte en África. Tienen el problema de la reconciliación, la guerra, la justicia, la paz, cómo trabajar por la paz, aunque el islam sigue siendo fuerte. En Asia tienen otras fronteras. En USA tienen el problema de la inmigración que es enorme. Cada continente tiene que decidir cuáles son sus fronteras y según eso organizar su apostolado y sus prioridades. Eso es lo que estamos haciendo en Roma, dos mapamundis, uno de fronteras y otro de puntos fuertes, porque cada continente tiene también puntos fuertes. Por ejemplo, USA, educación superior, es el único país donde tenemos 28 universidades. Tienen un saber hacer en la educación superior que no lo tenemos en otros sitios. El tercer mapa que queremos hacer es que nos den cinco o seis nombres de especialistas en esos puntos fuertes, para comunicarlos a toda la Compañía y que se les pueda pedir ayuda, de Asia, de Latinoamérica... y esto está tardando en venir, porque los Provinciales hacen una lista larga, pero es más difícil una lista corta.
Hace poco firmó el prólogo de la nueva edición de la biografía de Arrupe escrita por Pedro M. Lamet. ¿Debemos seguir mirando hacia Arrupe?
Arrupe ocupó un puesto teológicamente providencial, clave en una transición muy importante en la Compañía. Arrupe nos enseña cómo hacer transiciones, porque de ahora en adelante vamos a tener varias. No solo es el Vaticano II y una nueva mentalidad que tiene que ver con situaciones sociales, etc. Arrupe nos enseñó cómo discernir en un momento difícil, clave, cómo encontrar la profundidad en lo nuevo que está emergiendo y eso nos va a ayudar mucho. Creo que tenemos que seguir mirando a Arrupe.
Lo que me preguntan siempre en todas partes es qué hay de su canonización. Hay que tener paciencia, no tenemos prisa en canonizar jesuitas porque tenemos muchos santos jesuitas y hay que dejar sitio a otros. Pero Arrupe seguirá inspirando, porque vivió en un momento clave y de una manera muy ignaciana, con todos los riesgos que tenía y con los que sufrió mucho.
Dios nos regala mucha santidad en la Compañía. Nos acaban de canonizar a dos compañeros, del siglo XVI, san Pedro Fabro y san José de Anchieta. Pero esa santidad ¿sigue vigente en la Compañía?
Sí, creo que sigue vigente. Una de las cosas que más me anima son las visitas a las Provincias. Viajo por todo el mundo y me encuentro jesuitas de primera. También hay de segunda..., no hay que glorificar todo lo que se ve, pero me encuentro jesuitas muy entregados. Por ejemplo, el padre Frank Van der Lugt, que acaban de matar en Siria. Es un hombre que conscientemente sabía que iba al martirio y cuando tuvo oportunidad e incluso con presión para salir, dijo que se quedaba, que mientras su gente estuviera sufriendo, se quedaba con ellos, y le han matado por eso. Era un testimonio tremendo, y su muerte ha sido un testimonio en todo el mundo, porque toda la prensa internacional lo ha tratado, y muy bien.
Hay dos compañeros más secuestrados en Siria y en Afganistán.
En Afganistán está el padre Prem y en Siria el padre Dall’Oglio, que lo más probable es que haya muerto ya, aunque no sabemos nada.
Padre, ¿le va a dar instrucciones al nuevo Provincial de España de lo que tiene que hacer?
Yo creo que sabe más que yo y no es porque esté presente... Sabe más de todo el proceso, de cómo ha ido la unión y de cómo incluso se ha adelantado porque ya estaba maduro el proceso y lo que queda por hacer. Creo que los próximos tres años van a ser de apuntalar cosas que están a medias o que la experiencia tiene que darnos nuevos datos, pero esto lo sabe él de sobra.
¿Hay procesos similares en otros lugares de la Compañía?
Sí, en noviembre tengo que ir a Brasil, porque son tres Provincias y una región, una región enorme, en la que cabe prácticamente toda Europa Occidental y parte de la Oriental, que es Amazonia y van a formar también una Provincia. Después convocaremos la Congregación General, porque esto afecta a la participación.
El último santo jesuita español canonizado vivió precisamente en Brasil. ¿Qué es la itinerancia para un jesuita?
Anchieta es un santo que nos dice mucho de lo que es la vida jesuítica, que es no estar apegado a nada, vivir respondiendo a distintos retos. Anchieta fue a Brasil enfermo, porque tenía problemas de columna, y montado en una mula fue por toda América, porque llegó hasta Perú, extraordinario. La itinerancia sigue siendo un modo de ser jesuita muy eficaz. No solo las instituciones que son necesarias, que tienen sus problemas, sino la itinerancia misma, que es una forma de ser jesuita, totalmente desapegado, el peregrino eterno, pero al servicio de los demás. Anchieta nos da un ejemplo.
El actual padre General también es itinerante. Nos puede bendecir, Padre, a toda la Compañía española.
Que tenga capacidad de ir en profundidad a las cuestiones. Este mismo lunes vino a saludarme el arzobispo de Canterbury y me dijo que sus relaciones con la Compañía son muy positivas y que admira dos cosas -y esa es mi bendición, que sigamos en esa línea- la capacidad de servir a los pobres, -desde San Pablo es una prioridad que no podemos olvidar- y la capacidad de tratar los problemas con rigor, incluso rigor académico. Poder ir profundo en las cuestiones. No quedarse en la hojarasca, en la opinión periodística, sino estudiar los problemas e ir a fondo para poder ayudar a la Iglesia en profundidad. Mi bendición sería una oración por que eso sea una realidad en España.