Frente al Santo Sepulcro vacío, se proclamaba el Evangelio de la Resurrección. Era 15 de julio, fecha de la solemnidad de la Dedicación de la basílica del Santo Sepulcro, una fiesta importante no solo para Jerusalén sino para toda la Iglesia. De hecho, se recuerda el aniversario de la dedicación de la basílica en 1149, cuando los cruzados consagraron el altar de la iglesia recién reconstruida. Como lugar que contiene el sepulcro de Cristo, en el que Jesús fue sepultado y resucitó, es la basílica más importante y el centro del mundo cristiano. Es el lugar de la resurrección, como se recordaba en el Evangelio.
Los frailes franciscanos de la Custodia de Tierra Santa animaron la liturgia, que empezó de madrugada delante del edículo, y presidió el vicario, fray Dobromir Jasztal. Asistieron también muchos religiosos, files, voluntarios y peregrinos. Tras la oración universal, la liturgia eucarística se desarrolló directamente en la tumba de Cristo y allí se consagraron las hostias.
La homilía de fray Dobromir se centró en el misterio de la Resurrección, que “solo se comprende teniendo en cuenta la vida de Jesús y todo lo que Él dijo y cumplió”. Por eso los testigos de la resurrección (las mujeres, María Magdalena, Juana, María la de Santiago, y después Pedro y Juan) “no son simples testigos de lo que experimentaron con los sentidos, sino testigos que recibieron la misión de trasmitir el testimonio de su experiencia de encuentro con Jesucristo”. Sin embargo, debe ser un testimonio impregnado de fe viva y personal. “Creer en la Resurrección de Jesús es caminar sin violencia, en este mundo de violencia, como Élhizo – concluía fray Dobromir -. Es renunciar a todo lo que lleva a la guerra y a la muerte. Es oponerse al mal en cualquier forma que se manifieste. Es tender la mano al enemigo. Es pedir perdón al prójimo al que hayamos ofendido. Es liberarse del egoísmo y aprender a amar como amó Jesús, muerto y resucitado, para nuestra salvación”.
Al final de la celebración tomó la palabra fray Sinisa Sebrenovic, sacristán del Santo Sepulcro, en representación de los franciscanos que residen en el convento del Santo Sepulcro. “Hemos recibido el encargo de la Iglesia de preservar este lugar y todos los Santos Lugares – dijo -. Queremos agradecer este inmenso regalo y esta gran responsabilidad. Qué el Señor sea nuestra fuerza y nuestra alegría”.
Beatrice Guarrera
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