Uno de los muchos temas que esperamos que, gracias a su feliz paternidad, empiecen a interesar en serio a Irene Montero y a Pablo Iglesias es el del futuro de las pensiones. La mayoría de los jóvenes, según las últimas encuestas, se dan por muertos (en lo que ha prestaciones de jubilación se refiere), y no digamos nada de los niños. Los fríos cálculos financieros tampoco permiten entrar en calor.
La cuestión es que estamos tan distraídos con los problemas locales (Puigdemont y compaña) que no prestamos atención a los problemas estructurales. No hay presión mediática por la viabilidad de nuestro Estado de Bienestar, y sin presión, nuestros políticos no purulan.
Me he trasladado, de golpe, a los veinte años que, más o menos, faltan para que yo me jubile, que vienen a coincidir con los que le quedan al sistema, ¡vaya casualidad! Haciendo el ejercicio de viajar en el tiempo, me pregunto a quién echaremos entonces la culpa de que esto pete.
Me temo mucho que no seremos capaces de volver la vista atrás, veinte años antes, esto es, hasta ahora, y hacer un serio examen de conciencia. Todavía estamos a tiempo de arreglarlo, aunque por los pelos. En diez años, todos calvos. Hacen falta políticas de Hacienda Pública racionales, descartarse de gastos innecesarios, adelgazar la estructura del Estado, invertir en educación y desarrollo y, sobre todo, fomentar la natalidad. Es una frivolidad crear problemas que nos entretengan cuando ya tenemos un problema para entretenernos a base de bien. El futuro debería estar más presente en la actualidad.
Probablemente dentro de veinte años echaremos la culpa y pediremos responsabilidades a los políticos que haya. Como es de esperar que todavía tengamos una joven democracia, que imponga su peaje de adular al respetable, no creo que esos políticos se revuelvan contra los que les exijan, que serán sus predecesores de ahora, los votantes de hoy y esta misma opinión pública. Pero deberían.
Aquí, fieles a nuestra vocación -entre tantas otras vocaciones nuestras- de Casandra, avisamos de lo que pasará. Yo espero estar bien de memoria y encaramado a esta misma columna de este mismo periódico para decir dentro de veinte años la frase fatídica de Casandra: "Ya os lo dije". A los abrumados políticos de entonces les defenderé, en esto, con todas las fuerzas que me sigan quedando (que muy buena falta que me van a hacer para seguir ganándome el pan).
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