En el marco del debate parlamentario del aborto en Argentina, Mariana Kappelmayer, psicóloga que se dedica al acompañamiento post aborto, denunció algunos de los traumas que viven mujeres y hombres después de elegir acabar con la vida de un hijo.
“Cuando me acerqué a esta tarea no podía imaginar cuanto me significaría: acompañar el dolor de una mamá o un papá que decidió abortar, es contemplar la fragilidad del ser humano”, señaló Kappelmayer en una columna de opinión en el diario El Clarín.
En su trabajo de acompañamiento post aborto en el Proyecto Esperanza Kappelmayer reveló ser “testigo de historias repletas de dolor, soledad y silencio. Es comprobar el fracaso de una sociedad que no logra contener las realidades más difíciles”.
Afirmó que investigaciones a nivel mundial corroboran que el aborto provoca “severas perturbaciones” en el desarrollo personal y afectivo, y advirtió de la gran desinformación sobre los efectos en estas “segundas víctimas”, porque el aborto “no tiene una sola víctima sino dos o más, considerando a la madre y al padre, que también resultan heridos”.
Kappelmayer aseguró que “en lo más íntimo de su ser, ninguna mujer quiere abortar”, sin embargo al estar sometidas a grandes presiones “ignoran esa voz interior y terminan con la vida de su hijo, lastimándose a ellas mismas”.
“El aborto es siempre una experiencia traumática que implica la muerte intencional de otro; en este caso un hijo, y transgrede las pautas naturales de funcionamiento humano”, sostuvo.
En cuanto al trauma post aborto, la psicóloga explicó que se manifiesta como un “conjunto de síntomas físicos, psicológicos y espirituales, que configuran un cuadro de stress postraumático con características específicas”.
Este puede recaer en “migrañas, alteraciones del biorritmo, irritabilidad, déficit energético, inestabilidad psíquica, obsesiones, disfunciones sexuales, depresión, autoestima baja, abuso de sustancias, culpa, tristeza, y en muchos casos perdida del deseo de vivir”.
Lo que viene después del aborto es un trauma, porque “para poder terminar con la vida de un hijo, primero hay que deshumanizarlo, cosificarlo, reduciéndolo a un montoncito de células”.
“Negar su existencia y su naturaleza, obstaculiza la elaboración del duelo y da lugar a la aparición de mecanismos de defensa que intentan evitar el sufrimiento. El daño se profundiza, cuando estos mecanismos se trasladan a los demás vínculos lastimando la pareja, las relaciones con otros hijos y con el entorno”, explicó Kappelmayer.
En ese sentido, en el Proyecto Esperanza, la tarea de los acompañantes es “ayudar a quienes están afectados a desandar este camino de deshumanización, a través de un proceso de sanación y restauración de todas las relaciones”.
“Para eso será necesario liberar el enojo y el dolor reprimidos, y atravesar el duelo de ese ‘alguien’, no de ‘algo’”, sostuvo.
En el proceso de sanación, el primer paso será reconocer que con el aborto “no se perdió un embarazo”, sino que se perdió “un hijo, un nieto, un sobrino… una persona en desarrollo que, con su sola existencia, ha establecido un vínculo biológico y afectivo con esa mamá”.
“Solamente restableciendo este vínculo, ‘re-humanizando a ese bebé’, los padres logran recuperar la esperanza, y renovar su proyecto de vida”, aseguró la psicóloga del Proyecto Esperanza.
Kappelmayer advirtió que en el marco legal, quienes ignoren esta realidad “estarán colaborando en instituir la deshumanización, como un modo de resolución de problemas, debilitando la función de la familia, y adormeciendo lo más propio del ser humano”.
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