Que Donald Trump se lleva fatal con la prensa (con la que habla mal de él, para ser exactos) no es una noticia bomba. Pero eso se presenta como una sobredosis de ego o como intolerancia del presidente a la crítica. Ego tiene, desde luego, pero seríamos muy ilusos si pensamos que hace las cosas a bote pronto, sin sopesarlas. Tras tanta fanfarria y fuegos artificiales, hay un cambio de paradigma.
Cuando el entonces príncipe de Asturias se casó con la entonces Letizia Ortiz escribí un artículo en el que sostenía que no era un matrimonio tan desigual. Siendo Letizia una periodista reconocida y prestigiosa, no anónima como si hubiese sido la hija de cualquier conde o marqués del montón, el heredero hacía, enamoramientos aparte, una alianza de poder, pues él, cuyo trono depende tanto de la opinión pública, se casaba con un icono del todopoderoso cuarto poder. El poeta Miguel d'Ors escribió que Letizia Ortiz cambió de lado en los telediarios; y esa imagen genial connotaba un cambio de estado de milímetros y en horizontal.
Fue el cénit del cuarto poder. Desde entonces, se han precipitado los acontecimientos. Las redes sociales han permitido un salto con red a los políticos, que se saltan a los medios de en medio. El fin de llegar al público se logra sin pagar el derecho de pontazgo de los periódicos. Por eso, el poder del cuarto ídem ya no está en el podio. La diversidad de los medios hace el resto: el público busca la fuente de noticias más afín ideológicamente, desactivando desde dentro los mecanismos de la formación de opinión.
Esto explica, sin tener que tomarlo como un tontiloco, que Trump se permita tanto desaire. El penúltimo es de aúpa. Ha sido el primer presidente de los Estados Unidos en pasar de ir a la cena de los corresponsales. Y en 1981 Ronald Reagan no fue porque estaba recuperándose de un atentado, nada menos. Ahora, Trump no ha ido porque no le dio la gana, contraprogramó un acto en Pensilvania y se felicitaba por estar a 100 millas de Washington. Ha dicho, más chulo que un ocho: "Allí hay un grupo de actores de Hollywood y periodistas consolándose unos a otros". Y ayer cortó a la mitad una entrevista.
Quienes creemos en el papel de la prensa no podemos permitirnos tanta queja ni tanto autoconsuelo automático. Los medios tienen que encontrar los remedios (rigor, calidad literaria, análisis apasionante) para volver a ser indispensables. Llorar no sirve.
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