Era el 12 de julio de 2015 cuando Antonio Pampliega, reportero de guerra español era secuestrado junto a otros dos compañeros en la ciudad siria de Alepo por el Frente Al Nusra, entonces filial de Al Qaeda en el país.
Fueron 299 días de cautiverio que se le hicieron eternos, siendo trasladado hasta en seis ocasiones, recibiendo palizas de los terroristas, malnutrido y con la incertidumbre de si cada día sería el último antes de ser asesinado por los yihadistas.
Un año después de su liberación acaba de publicar En la oscuridad (Ediciones Península), que puede adquirir aquí, donde relata su experiencia durante el secuestro y lo que sintió durante esos largos 10 meses en los que pensaba que nunca saldría con vida.
Antes del secuestro no creía en Dios
Pero en medio de la desesperación, el sufrimiento y el miedo a la muerte, este joven se aferró a dos cosas que le mantuvieron con vida: a su familia y a la fe, que no tenía antes de este suceso. En una entrevista con Juan Cadarso para la revista Mirada 21 habla de este encuentro con Dios que tuvo durante su cautiverio y que le sigue marcando ahora que vive en libertad.
“Lo que me hacía seguir hacia adelante era mi familia, sobre todo mi madre y mi hermana, y luego allí encontré a llámalo Dios, llámalo Alá, ponle el calificativo que quieras. Durante siete meses estuve completamente solo en una habitación, sin hablar con nadie, y un día, me puse a hablar con Dios. Todas las mañanas hablaba con él antes de desayunar. Durante siete meses no falté a mi cita. Él era un poco mi compañía”, afirma Antonio Pampliega.
"Dios me cuidó, estoy convencido"
El reportero de guerra asegura que “hacía mucho tiempo que no creía en Dios, por todas las cosas que he visto en la guerra, por todos esos niños que he visto morir y que no entendía cómo alguien así podía permitirlo, pero allí a mí me cuidó, estoy convencido, allí había alguien conmigo, estoy seguro, y me aferré a eso”.
En la habitación en la que estaba recluido y en la que no había ventanas, Pampliega cuenta que tenía “una conversación” con Dios, “hablaba con Él para que me hiciese compañía”.
“Nunca le pedí clemencia, nunca le pedí salir de allí, nunca jamás. Le pedía por mi familia, por mis amigos, por mis compañeros. Jamás le pedí que me sacara, porque el sentimiento de culpa era muy grande, y me sentía responsable. Yo me empeñé en terminar aquel reportaje y tiré un poco de mis compañeros. Si la peor parte me la estoy llevando yo, mejor”, recuerda en la entrevista.
El periodista secuestrado en Siria explica que desde el principio en el que empezó a dialogar con Dios, “le dije: ‘quiero que sepas que soy, posiblemente, tu oveja más negra, y que cuando salga de aquí es posible que no vaya todos los días a misa o hable contigo todos los días. Yo se lo advertí”.
Ahora entra en las iglesias que se encuentra
Aún así, un año después de su liberación ese poso de la fe sigue presente en él: “ahora, siempre que paso por una iglesia, entro y hablo con Él. Hace una semana estuve en Senegal, pasamos por delante de una iglesia cristiana y estuve mis diez minutillos hablando con Él. Tengo mucho que agadecerle porque me cuidó, tanto a mí como a mi familia”.
Su contacto con la fe en esta zona de conflicto se remonta, sin embargo, a un tiempo antes del secuestro con una anécdota que luego le resultó de gran ayuda antes de su cautiverio. Una mujer siria rezaba por él para que pudiera sobrevivir y contar al mundo lo que estaba ocurriendo allí.
Pampliega, en el centro de la imagen. Con gafas aparece James Foley, periodista decapitado por Estado Islámico
Sintió la oración de la gente
Cuando Antonio estaba en manos de Al Qaeda, cuenta, “me acordé mucho de ella, y me preguntaba dónde estaría. Si estaría realmente rezando por mí. Yo estaba ahí secuestrado por mi compromiso con esa mujer. Tú vas a rezar por mí, pero yo voy a seguir viniendo aquí hasta que me quede aliento. ¿Mereció la pena? Merece la pena por ella y por tantos sirios”.
Él tiene claro el importante papel que jugó esta humilde mujer siria pues “he sentido sus oraciones y las de muchísima gente que yo sé que han rezado por mí. Lo sentía, lo sentía de verdad”.
"Para mí, la vida es un regalo"
En su vida ha habido un antes y un después de lo que le sucedió pues le ha hecho ver la vida con otra perspectiva. “El secuestro me ha cambiado bastante mi forma de ser, de pensar y de tomarme la profesión. Antes primaba, por encima de todo, la información o el sufrimiento ajeno, y ahora prima mi familia”, añade.
¿En qué se materializa esto? Antonio Pampliega lo tiene claro: “Para mí, la vida es un regalo. Yo sé lo afortunado que soy de estar hoy hablando contigo. Tengo amigos. Yo tengo un amigo, al que dedico el libro, James Foley (lea su historia en ReL), que no tuvo tanta suerte. Tengo otro compañero que lleva cinco años desaparecido. Para mí es un regalo e intento aprovechar cada día. Hoy estás aquí y mañana a lo mejor no. Hasta que esto no ocurre no somos conscientes. Es una pena”.
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