Los católicos no pueden desentenderse de la política en este momento crucial para España
No será fácil la decisión este domingo para un católico que quiera votar con coherencia. Ninguno de los partidos políticos con opciones de entrar en el Parlamento está libre de serias contradicciones, por ejemplo en el tema del aborto. Surgen preguntas: ¿Es preferible el voto útil a favor de alguna opción que se considere menos mala y promueva más eficazmente el bien común, o es mejor lanzar un mensaje a través del voto testimonial a un partido extraparlamentario? Y en el primer supuesto, ¿a qué aspectos dar prioridad? ¿A la libertad educativa, al encaje armónico de los distintos territorios, a la humanización de las políticas de migración y asilo…?
Son dudas en la mente de muchos católicos sobre las que los obispos no se han querido pronunciar, confiando en la responsabilidad de cada votante y conscientes seguramente de que no existe una única respuesta válida. Pero la complejidad de la situación no significa que los católicos deban desentenderse de la política. El modelo de convivencia adoptado en 1978 da muestras serias de agotamiento y la Iglesia está llamada a desempeñar un papel similar al de aquellos años, tendiendo puentes y promoviendo un modelo de convivencia en el que podamos caber todos, sin exclusiones. Esas exclusiones pueden deberse a causas de tipo económico, tras duros años de crisis y recortes sociales que no han recaído por igual en todos. Reducir las desigualdades y combatir el paro y la precariedad laboral deberían ser cuestiones prioritarias para el Gobierno que salga del próximo Parlamento. El problema es que el hartazgo por los recortes –acentuado por el contraste con los continuos casos de corrupción– lleva a algunos partidos y grupos sociales a promover una auténtica enmienda a la totalidad de la Constitución del 78, ignorando el riesgo de enajenar a un amplio sector de la sociedad, como el de esa mayoría de padres que, en ejercicio de un derecho cuestionado ahora por varios partidos, eligen cada año libremente la asignatura de Religión. Eso es también una forma de exclusión intolerable, y una vía poco inteligente de promover los cambios que necesita España para regenerarse y no enredarse en interminables disputas internas.
Alfa y Omega
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