Se nos acaba el Adviento y llega la Navidad. Os deseo a todos el gozo y la paz que deja Dios a su paso por nuestras vidas. Sin duda, toda la fiesta, la alegría del encuentro familiar, los regalos, el canto, las celebraciones litúrgicas con su misterio y belleza, todo, es el rastro de Dios que se hace hombre y viene a nosotros.
Este año de la misericordia reclama en nosotros una disposición mayor para acoger el amor de Dios y su perdón y para mostrar en nosotros la compasión a cuantos nos rodean. Jesús en el pesebre, humilde entre animales, a la intemperie, primorosamente recogido en el regazo de María su Madre, amparado por el justo San José, no hacen más que descubrir el calor de la ternura de Dios. Hace años un escritor alemán, Heinrich Böll, acusaba a los cristianos de haber escondido la ternura. No podemos dejar de afectarnos por este estremecimiento maternal, por esta simpatía por lo más nuestro, pues el mismo Dios Eterno e Infinito, Inabarcable, se presenta ante nosotros desvalido y se deja acurrucar y mecer por nosotros. Nadie le puede ya temer, si se ha dejado acunar y coger en brazos, si le podemos besar. Jesús despierta siempre en nosotros sentimientos de amor y nos ablanda el corazón. ¿Cómo no tener compasión si el Hijo de Dios, que se compadece de nosotros, nos busca para perdonarnos, y seduce nuestros afectos que se vuelcan con Él? Aquí se presenta y se revela el mismo Dios.
Confesemos nuestra fe en Él con la razón pero sin dejar de apasionarnos, unamos la verdad y el amor ante el Niño Dios. No puede haber fe sin amor, ni confesión de fe sin la pasión y el sentimiento de la devoción, como no hay amor, emoción, sin fervor, sin calor. La ternura misma con la que nos llena Jesús ha de transformar nuestro corazón y hacernos más capaces de amar, de mostrar misericordia y piedad con todos.
Esta Navidad debemos reflejar mejor la entrega que es fruto del amor. Me encanta pensar que vamos vivir mejor que nunca la comunicación cristiana de bienes, la atención a los pobres, a los enfermos y ancianos, a los excluidos de la sociedad. Muchos no saben ya celebrar la Navidad, y ni siquiera celebran la vida. Son mendigos del sentido de la existencia. Ni el consumo ni las ideologías han conseguido saciar la herida profunda de su corazón sediento. De este vacío surge a veces una nostalgia, un clamor, una mirada diferente. Algunos no soportan que se viva la Navidad porque no celebran nada, ni esperan a nadie, sin embargo -y precisamente por esto-, su corazón insaciable está más y más abierto. Son también mendigos, y aún con más ansiedad. Que nuestra misericordia agudice nuestro oído que sepa oír su grito para que podamos descubrirlos cuando buscan a tientas para mostrarles respetuosamente la fe. Que en todo mostremos a Cristo amando y sufriendo a su lado, con ese diálogo que es signo de amor y que muestra al mendigo que alguien escucha su petición.
Te aconsejo meditar la Palabra de Dios. Con Él en el corazón aprendemos a escuchar, a perdonar, a amar. Que no falte a nadie junto a ti el consuelo de la misericordia. ¡Feliz Navidad! Anuncia al Señor que viene y llena el mundo de la luz de su amor.
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