El hombre es una casa habitada por Dios. A veces no lo sabemos y no queremos introducirnos dentro de la casa, porque incorporarse a espacios vacíos da estremecimiento. Por eso nos lanzamos frenéticamente a la acción, por eso el movimiento exterior ejerce tanto y tan poderoso atractivo. El vacío puede asustar, angustiar. Pero sólo cuando se deja todo y se entra en casa es cuando se sabe que alguien está en ella esperándote.
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