En este día en el que la Iglesia Universal celebra la Solemnidad de Santa María, recordamos la gran devoción mariana de Santa Teresa con algunas citas donde habla de la Madre de Dios:
Con el cuidado que mi madre tenía de hacernos rezar y hacernos devotos de nuestra Señora y de algunos santos, comenzaron a despertarme a la virtud cuando tenía seis o siete años de edad, a mi parecer (“Libro de la Vida”, Cap. 1, 1).
Me acuerdo que cuando murió mi madre, tenía yo doce años de edad, poco menos. Cuando yo comencé a entender lo que había perdido, afligida, me fuí a una imagen de nuestra Señora y le supliqué, con muchas lágrimas, que fuese mi madre. Me parece que, aunque se hizo con simpleza, me ha valido; porque he hallado a esta Virgen soberana muy claramente en cuanto la he encomendado y al fin, me ha reconquistado (“Libro de la Vida”, Cap. 1, 7).
Estando en estos mismos días, el de nuestra Señora de la Asunción, en un convento de la Orden del glorioso santo Domingo, considerando los muchos pecados y cosas de mi ruín vida, que en tiempos pasados había confesado en aquella casa, me vino un arrobamiento grande, que casi me sacó de mí; me senté y creo que no pude ver la elevación ni oir misa. Estando así me pareció que me vestían un manto de mucha blancura y claridad, y al principio no veía quién me lo vestía; después vi a nuestra Señora hacia el lado derecho, y a mi padre san José al izquierdo, que eran los dos que me vestían aquel manto; se me reveló que ya estaba limpia de mis pecados.
Cuando me acabaron de vestir el manto, estaba yo con grandísimo deleite y gloria, y nuestra Señora me asió las manos y me dijo que le agradaba mucho que glorificara a san José; que creyera que el monasterio que intentaba construir se haría, y que en él se serviría mucho al Señor y a ellos dos; que no temiera que se fallara en esto jamás que, aunque la obediencia no se prometía a mi gusto, su Hijo estaría con nosotras, como nos había prometido y que, como señal de que esto sería verdad, me daba aquella joya…
Era grandísima la hermosura de nuestra Señora, aunque no me pareció ninguna imagen determinada, sino con toda la belleza acumulada en el rostro, vestida de blanco con mucho resplandor, no deslumbrante, sino suave…
Nuestra Señora me pareció muy joven. Estuvieron conmigo un poco y yo, con grandísima gloria y felicidad, como nunca había gozado tanta. Y nunca quisiera perder tanto gozo. Me pareció que los veía subir al cielo con gran multitud de ángeles (“Libro de la Vida”, Cap. 33, 14-15).
Y ¡qué es lo que debió de pasar la gloriosa Virgen y esta bendita Santa! ¡Cuántas amenazas, cuántas malas palabras, y cuántos empujones y groserías! Pues ¿con qué gente tan cortesana trataban? ¡Sí lo eran! Cortesanos del infierno y ministros del demonio. Cosa terrible debió de ser lo que pasaron; sólo que, con el dolor de Cristo, no sentirían el suyo (“Camino de Perfección”, Cap. 26, 8)
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