El camino del amor
El pasado día 14, en la catedral de la Almudena, el cardenal arzobispo de Madrid consagró a seis candidatas en el Orden de las Vírgenes: Jessica Cifuentes, Elena Franco, María Jesús González, Isabel Manresa, Concepción Peral y Paloma Riestra. Con ellas, son ya 32 las vírgenes seglares en la archidiócesis de Madrid, consagradas por el cardenal Rouco. En 34 diócesis de la Iglesia en España, en las que ya está instituido este Orden por el propio obispo diocesano, son casi 300, y en la Iglesia universal ascienden a 4.000
Un momento de la invocación al Señor y a la intercesión
de los santos, del rito de consagración de vírgenes,
el pasado 14 de junio
El Concilio Vaticano II restableció el Orden de las Vírgenes, la primera forma de vida consagrada en la Iglesia. En el Código de Derecha Canónico vigente, se determina, junto con el ritual de consagración de vírgenes, el estatuto de estas vírgenes seglares. Desempeñan su trabajo, viven con sus familias, están en sus parroquias o en movimientos apostólicos, no han contraído nunca nupcias, han vivido la castidad de forma patente ante Dios y ante todo el pueblo, dan muestras de que podrán vivir en su virginidad y, por eso, también desean que su virginidad sea consagrada por el obispo diocesano de quien dependen directamente, pues no tienen otro superior que él, y se ponen al servicio de la Iglesia diocesana. Reciben durante la ceremonia de consagración, dentro de la celebración de la Eucaristía: el anillo, signo esponsal con su Señor; el velo, símbolo desde los primeros tiempos de la virginidad; y el libro de la Liturgia de las Horas, pues están obligadas a esa oración junto y en nombre de toda la Iglesia. En la plegaria consecratoria, con tradición de la primitiva Iglesia, el obispo les recuerda que lo simbolizado en el matrimonio, el amor de Jesucristo a la Iglesia y la fidelidad de la Iglesia a su Señor, en la virginidad consagrada se realiza: «No imitan lo que en las nupcias se realiza, pero aman lo que en ellas se prefigura».
El camino de la virginidad
El cardenal, en su exhortación, les dijo: «Cuando alguien decide elegir un camino en la vida, en que el amor de Dios quede patente, marcándole en todo su ser, se encuentra con el camino de la virginidad. La Iglesia lo conoce desde el momento en que una Virgen da a luz al Hijo de Dios. En la Madre del Señor, la Virgen Santísima, se ve cómo el camino del amor, el camino de Dios, de la virginidad, se funden en la vida y abre un capítulo nuevo de la Historia, para que los hombres puedan vivir su vida como un camino del amor. Todos tenemos una vocación para vivir el camino trazado de la vida con Cristo y en Cristo para vivirla en plenitud y amor. Pero, en la virginidad consagrada, una mujer que elige ese camino radicalmente dice: Lo voy a hacer como la Madre del Señor. Todo lo que soy, una ofrenda a Él. El amor no es sólo la fuerza que nace del corazón, o del espíritu y ahí se queda, como si el cuerpo no tuviese nada que ver con la persona. Por experiencia humana sabemos que algo tiene que ver, porque todos hemos sentido la emoción del amor, de uno u otro modo. Es más, el cuerpo está creado en función y para poder realizar el amor y convertirlo en vida. Cuando alguien dice: Quiero hacer de mi vida un camino en que quiero vivir, también en mi cuerpo como un instrumento puro e incondicional, se pone la naturaleza terrena al servicio del plan de Dios y de la acción de Cristo que ama, y así redime al hombre. El Orden de las Vírgenes sin salir del mundo, ni de la vida familiar o de la tarea de todos los días, unido a los que viven el amor de otro modo, pues es muy exigente también el matrimonio, se relaciona como señal de entrega de toda la vida al gran proyecto de Dios que salva al mundo».
Una de las nuevas vírgenes, María Jesús González, al invitarnos a participar en esta celebración, recordaba su participación, durante la JMJ de Madrid 2011, en la exposición de El Pórtico de la Gloria y el papel que ha jugado «en toda la historia que el Señor ha obrado conmigo: mi conversión. A lo largo de este tiempo siempre he tenido presente el Destino, para ir moviéndome hacia la decisión que he tomado. Como fruto de mi conversión y de mi certeza, que gracias a Dios se hace nueva todos los días, me consagro al Señor en el Orden de las Vírgenes, siendo esposa de Cristo, dando testimonio en el mundo de la plenitud que sólo Él me da y que me permite amar a todos los demás en el Orden que Él establece. He descubierto que yo no soy quien da la plenitud a nadie, y que de nadie más que de Cristo puedo esperarla. Esto no me aleja de la realidad, sino que me acerca más a la verdadera realidad y me permite relacionarme con las personas y cosas según su verdad».
Esta nueva consagración de vírgenes lleva a la acción de gracias a Dios por la fecundidad vocacional en la Iglesia en Madrid, como las vocaciones que están formándose en los dos Seminarios diocesanos, el Conciliar y el misionero Redemptoris Mater, así como las múltiples vocaciones a los institutos de vida consagrada que nacen en la archidiócesis, y que incluso acuden a otros monasterios, como el tan numeroso de La Aguilera, de Iesu Communio, en el que la gran mayoría son jóvenes procedentes de Madrid.
Alfa y Omega
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