Está pasando algo que no está pasando desapercibido. Que yo haya leído, Douglas Murry, Carlos Esteban y Cristian Campos le han dedicado artículos recientes. El fenómeno es que cada vez son más las razones, las opiniones, las posiciones y los hechos que te hacen merecedor del calificativo «extrema derecha». Más un montón de aspavientos superpuestos de propina que no pretenden más que expulsarte aún más del debate público.
Lo acabamos de ver con Bertín Osborne, que ha preguntado qué derechos tienen en España los hombres que no tengan las mujeres. Han empezado a llamarle «machista», pero sin contestar a su pregunta.
Repasen la cantidad de cosas por las que se es «facha»: comer carne, acatar el decálogo, no aplaudir a Greta Thunberg, ser partidario del cheque escolar, tener memoria histórica, ir a los toros, preferir que la Constitución se aplique en todo el territorio nacional, advertir contra la propagación de la pornografía, no abominar de Orban, querer educar a tus hijos según tu moral, preocuparse por el «efecto llamada», etc. Parece una caricatura, pero constaten los efectos.
Esto tiene consecuencias políticas que irán a más. Para empezar, el proceso inflacionario del insulto que, a medida que se repite más sobre más personas y para las más heterogéneas actividades, vale menos. Pronto perderá todo su poder intimidatorio. Hace diez años escribí este aforismo: «Afirmar que ya no existen derechas ni izquierdas es muy de derechas», riéndome del complejo de inferioridad de las derechas, que sólo querían ser de centro-centro o centro-reformista. El aforismo ha caducado: por homeopatía y sobredosis, el insulto está dejando de insultar y hay quienes se atreven (qué remedio) a declararse de derechas.
Anda Pablo Casado proponiendo la unión de las tres derechas, precisamente. La dificultad de fondo para su bonito proyecto de paz y unión estriba en que la división política pasa por quienes se atreven a opinar y quienes acatan el dictado de lo que puede pensarse, hacerse y decirse. Unir partidos que estén en los dos lados de esa línea roja será como querer sumar peras y manzanas. La incompatibilidad cerril entre Cs y Vox se ve clarísima desde esta perspectiva.
Aunque sigamos hablando de izquierdas y derechas por amor a la tradición, el gran debate está entre los de dentro y los de fuera, entre los correctos y los llamados «deplorables», entre los disciplinados y los libres.
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