Hace unos días leí la noticia de que la mitad de los católicos norteamericanos creen que la presencia de Cristo en la Eucaristía es puramente simbólica. La otra mitad, obviamente, sí creerá en la presencia real de Cristo en la Hostia Santa. Mitad y mitad. Así está la Iglesia hoy: la noticia es perfectamente extrapolable a toda la Iglesia. Sin ánimo de establecer verdades estadísticas, me parece a mí que, hoy en día, la mitad de los católicos son modernistas y apóstatas y la otra mitad (seguramente menos de la mitad) son verdaderos creyentes. El cisma es real, aunque (todavía) no formal. Pero resulta más que evidente. Mi fe no tiene nada que ver con la del P. James Martin SJ o con la de sor Lucía Caram, por poner solo algunos ejemplos. Mi fe no tiene nada que ver con el Instrumentum Laboris del próximo Sínodo de la Amazonia. Y cuando digo nada es nada.
Los modernistas, en realidad, no creen en nada. Y por supuesto, no creen en la transubstanciación. “Eso es algo del pasado que ya no vale para los tiempos actuales”, dicen los herejes.
La civilización católica es básicamente la Santa Misa. Nosotros creemos lo que celebramos y celebramos lo que creemos. Y el católico quiere vivir en gracia de Dios para ser santo a los ojos de Dios. Así lo dice el Catecismo:
1327 En resumen, la Eucaristía es el compendio y la suma de nuestra fe: “Nuestra manera de pensar armoniza con la Eucaristía, y a su vez la Eucaristía confirma nuestra manera de pensar” (San Ireneo de Lyon, Adversus haereses 4, 18, 5).
Toda la fe de la Iglesia se resume en la celebración de la Misa. Las iglesias y las catedrales se construyeron para ser lugares dignos para celebrar la Eucaristía; son verdaderos sagrarios monumentales construidos para albergar al Santísimo, al Señor, a Dios. Leamos el Catecismo:
1373 “Cristo Jesús que murió, resucitó, que está a la derecha de Dios e intercede por nosotros” (Rm 8,34), está presente de múltiples maneras en su Iglesia (cf LG 48): en su Palabra, en la oración de su Iglesia, “allí donde dos o tres estén reunidos en mi nombre” (Mt 18,20), en los pobres, los enfermos, los presos (Mt25,31-46), en los sacramentos de los que Él es autor, en el sacrificio de la misa y en la persona del ministro. Pero, “sobre todo, (está presente) bajo las especies eucarísticas“ (SC 7).1374 El modo de presencia de Cristo bajo las especies eucarísticas es singular. Eleva la Eucaristía por encima de todos los sacramentos y hace de ella “como la perfección de la vida espiritual y el fin al que tienden todos los sacramentos” (Santo Tomás de Aquino, Summa theologiae 3, q. 73, a. 3). En el Santísimo Sacramento de la Eucaristía están “contenidos verdadera, real y substancialmente el Cuerpo y la Sangre junto con el alma y la divinidad de nuestro Señor Jesucristo, y, por consiguiente, Cristo entero“ (Concilio de Trento: DS 1651). «Esta presencia se denomina “real", no a título exclusivo, como si las otras presencias no fuesen “reales", sino por excelencia, porque es substancial, y por ella Cristo, Dios y hombre, se hace totalmente presente» (MF 39).1376 El Concilio de Trento resume la fe católica cuando afirma: “Porque Cristo, nuestro Redentor, dijo que lo que ofrecía bajo la especie de pan era verdaderamente su Cuerpo, se ha mantenido siempre en la Iglesia esta convicción, que declara de nuevo el Santo Concilio: por la consagración del pan y del vino se opera la conversión de toda la substancia del pan en la substancia del Cuerpo de Cristo nuestro Señor y de toda la substancia del vino en la substancia de su Sangre; la Iglesia católica ha llamado justa y apropiadamente a este cambio transubstanciación“ (DS 1642).1377 La presencia eucarística de Cristo comienza en el momento de la consagración y dura todo el tiempo que subsistan las especies eucarísticas. Cristo está todo entero presente en cada una de las especies y todo entero en cada una de sus partes, de modo que la fracción del pan no divide a Cristo (cf Concilio de Trento: DS 1641).1378 El culto de la Eucaristía. En la liturgia de la misa expresamos nuestra fe en la presencia real de Cristo bajo las especies de pan y de vino, entre otras maneras, arrodillándonos o inclinándonos profundamente en señal de adoración al Señor. “La Iglesia católica ha dado y continúa dando este culto de adoración que se debe al sacramento de la Eucaristía no solamente durante la misa, sino también fuera de su celebración: conservando con el mayor cuidado las hostias consagradas, presentándolas a los fieles para que las veneren con solemnidad, llevándolas en procesión en medio de la alegría del pueblo” (MF 56).1379 El sagrario (tabernáculo) estaba primeramente destinado a guardar dignamente la Eucaristía para que pudiera ser llevada a los enfermos y ausentes fuera de la misa. Por la profundización de la fe en la presencia real de Cristo en su Eucaristía, la Iglesia tomó conciencia del sentido de la adoración silenciosa del Señor presente bajo las especies eucarísticas. Por eso, el sagrario debe estar colocado en un lugar particularmente digno de la iglesia; debe estar construido de tal forma que subraye y manifieste la verdad de la presencia real de Cristo en el santísimo sacramento.1380 Es grandemente admirable que Cristo haya querido hacerse presente en su Iglesia de esta singular manera. Puesto que Cristo iba a dejar a los suyos bajo su forma visible, quiso darnos su presencia sacramental; puesto que iba a ofrecerse en la cruz por muestra salvación, quiso que tuviéramos el memorial del amor con que nos había amado “hasta el fin” (Jn 13,1), hasta el don de su vida. En efecto, en su presencia eucarística permanece misteriosamente en medio de nosotros como quien nos amó y se entregó por nosotros (cf Ga2,20), y se queda bajo los signos que expresan y comunican este amor:«La Iglesia y el mundo tienen una gran necesidad del culto eucarístico. Jesús nos espera en este sacramento del amor. No escatimemos tiempo para ir a encontrarlo en la adoración, en la contemplación llena de fe y abierta a reparar las faltas graves y delitos del mundo. No cese nunca nuestra adoración» (Juan Pablo II, Carta Dominicae Cenae, 3).1381 «La presencia del verdadero Cuerpo de Cristo y de la verdadera Sangre de Cristo en este sacramento, “no se conoce por los sentidos, dice santo Tomás, sino sólo por la fe , la cual se apoya en la autoridad de Dios”. Por ello, comentando el texto de san Lucas 22, 19: “Esto es mi Cuerpo que será entregado por vosotros”, san Cirilo declara: “No te preguntes si esto es verdad, sino acoge más bien con fe las palabras del Salvador, porque Él, que es la Verdad, no miente”» (MF 18; cf. Santo Tomás de Aquino, Summa theologiae 3, q. 75, a. 1; San Cirilo de Alejandría, Commentarius in Lucam 22, 19).
La humanidad se divide básicamente entre quienes creemos en la presencia real de Cristo en la Eucaristía y quienes no; entre quienes queremos vivir de tal manera que podamos comulgar cada día y quienes solo piensan en disfrutar de la vida, pasarlo bien y hacer lo que les gusta o lo que les apetece; entre quienes queremos ser criados del Señor e imploramos su gracia para cumplir siempre sus Mandamientos y quienes quieren hacer siempre lo que les da la gana, aunque lo que les dé la gana sea pecado; entre quienes adoramos a Jesús Sacramentado y nos arrodillamos ante el sagrario y quienes se mantienen en pie, altivos y desafiantes ante el Señor, o quienes profanan sacrílegamente templos y tabernáculos.
El peligro de cisma en la Iglesia es real porque hay laicos, sacerdotes y obispos que no creen en Cristo, Nuestro Señor, ni creen en la presencia real de Cristo en la Eucaristía. No creen en el Pan de Vida. Creen en todo caso que es una presencia “simbólica”. Porque para ellos todo es simbólico y alegórico: los milagros, el demonio… y el mismo Pan Consagrado. Para ellos la presencia de Cristo es puramente metafórica: no real. No creen en la transubstanciación. Por eso no se arrodillan. ¿Quién se va a arrodillar ante un simple trozo de pan o ante una copa de vino? Habría que estar loco o ser muy necio para hincar la rodilla en tierra ante un trozo de pan. La Santa Misa, para ellos, es un signo de fraternidad donde todos compartimos el mismo pan: un símbolo comunista que significa que todos somos iguales y tenemos el mismo derecho al pan y nadie es más que nadie ni tiene que tener más derecho al pan que otros. Por eso la comunión para estos modernistas es un derecho para todos: incluidos quienes viven en pecado mortal. Los modernista apóstatas no tienen la verdadera fe de la Iglesia. Pero han decidido no irse de la Iglesia y quedarse para destruirla desde dentro. Ahora bien: no les va a servir de nada. A los católicos nos servirá para que la Iglesia se purifique. Aquí todo el mundo va a tener que retratarse tarde o temprano. No hay neutralidad posible. No hay diálogo ni término medio entre el error y la Verdad. No hay transaccionales. O estás con Cristo, que es la Verdad; o estás con el Demonio, que es el padre de la mentira. O pones a Dios en el centro o pones al hombre: a ese hombre que peca porque quiere ser como Dios.
Pero Cristo es la Cabeza de la Iglesia. Cristo es el Verbo Encarnado; es el Señor. Y el poder del Infierno no prevalecerá. Posiblemente la verdadera Iglesia Católica quedará reducida a un pequeño resto fiel. Seremos, probablemente, pocos e insignificantes: irrelevantes socialmente. Seremos perseguidos (como siempre, por otra parte) por negarnos a claudicar ante el Mundo y sus ideologías satánicas. Nos negaremos a pisar el crucifijo para congraciarnos con el mundo. No aceptaremos jamás la ideología de género, las aberraciones y las abominaciones de este mundo. No nos arrodillaremos sino ante Nuestro Señor, Jesucristo; nunca ante los ídolos de este mundo. Obedeceremos a Dios antes que a los hombres. No aceptaremos otro Rey que Jesucristo ni otra ley que la Ley de Dios. Y jamás aceptaremos las leyes inicuas que atentan contra los Mandamientos. Nosotros seremos el resto fiel, no por mérito nuestro, sino por pura gracia: seremos y somos la Resistencia.
Y dentro de la Iglesia, a los herejes y a los apóstatas hay que empezar a llamarlos herejes y apóstatas. Los pastores mudos, ciegos y sordos tendrán lo que se merecen cuando tengan que dar cuentas de su cobardía ante el Altísimo. No cabe término medio: o se está con Cristo o contra Cristo. El cisma es más que un peligro. Sólo Dios lo puede remediar ya. El cisma es un hecho real desde hace años. La Iglesia verdadera es la Iglesia de los santos y doctores de la Iglesia; es la Iglesia de San Agustín, de Santo Tomás de Aquino, de San Ignacio de Loyola, de Santa Teresa de Jesús, de San Juan de la Cruz; es la misma Iglesia que construyó hace más de mil años mi Parroquia de Santiago de Gobiendes; es la Iglesia de mis abuelos. Iglesia verdadera no hay más que una. Y quienes pretenden destruirla desde dentro para congraciarse con el mundo serán derrotados. Los “católicos” liberales, los “católicos comunista”, los “católicos” masones, los “católicos” apóstatas no prevalecerán. Y el Señor les pedirá cuentas más pronto que tarde. Son la cizaña destinada al fuego. Más les vale que se conviertan a tiempo. Rezo por ello. Nosotros, unidos a María Santísima, seguiremos adorando a Cristo en el Santísimo Sacramento; y seguiremos pidiendo la gracia de la santidad para poder cumplir los mandamientos y mantenernos fieles hasta el día que el Señor nos llame a su presencia definitivamente.
¡Dios mío, yo creo, adoro, espero y te amo! ¡Te pido perdón por los que no creen, no adoran, no esperan, no te aman!
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