lunes, 6 de mayo de 2019

SOMBRA Y LUZ; POR ENRIQUE GARCÍA-MÁIQUEZ



Anteayer, a cuenta del juego de manos con la faca de Arya Stark en Juego de tronos gracias al cual dio buena cuenta del Rey de la Noche, comentaba que esa habilidad ambidiestra es muy loable. Ponía el ejemplo de la necesidad de pasar de la acción política directa a la batalla de las ideas. Ayer, a cuenta del chasco de las expectativas electorales de Vox, retomaba la idea de que hay que cambiar mentalidades y sensibilidades, y que la guerra cultural exige otros modos y tiempos.

La lectura de Conservadurismo de Roger Scruton me inspira. Este libro de 2018, recién traducido por «El buey mudo», comienza con una advertencia: «Los mejores intelectuales conservadores han dedicado gran parte de su atención a la naturaleza del arte y a los mensajes que contiene. La primera publicación importante de Burke fue un tratado sobre las ideas de lo sublime y la belleza […] Muchos de los conservadores culturales cuyas ideas presento aquí fueron también autores destacados, en verso y en prosa: Chateaubriand, Coleridge, Ruskin y Eliot. Si se desea comprender lo que estaba en juego en Austria durante el debate acerca del orden espontáneo, no se deberían estudiar sólo los escritos de Hayek y su escuela. Igual de relevantes, a su manera, fueron las sinfonías de Mahler, los poemas de Rilke y las óperas de Hofmannsthal y Strauss».

En su libro Scruton se concentra en el desarrollo ideológico del pensamiento conservador, aunque dejando apuntado el camino más alto. Un T. S. Eliot desengañado de la política activa, como explica Alan Jacobs en el ensayo El año del Señor 1943, se vuelve hacia la poesía, pero dando todavía un paso más. No le interesa sólo la literatura conservadora, sino cualquiera excelente, convencido de que eso redundará en favor de la belleza, la verdad y la bondad, que son los valores que el conservadurismo ha de defender. Cuidar el lenguaje como instrumento de precisión para la inteligencia y la sensibilidad es la principal labor pública del poeta y su contribución a la comunidad.

Así leo el último libro de Felipe Benítez Reyes, Ya la sombra. Admiro una poesía tan lúcida y brillante, y la reseñaré en alguna revista especializada. Pero sé también que, aunque el poeta roteño no es en absoluto un conservador, contribuye con su obra a afinar el lenguaje de la tribu y el idioma del espíritu. Y eso sí hay que agradecérselo mucho y celebrarlo en una columna de opinión política.

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