"Elegancia aunque seamos víctimas de la jamancia" es un dicho, una anécdota que siempre escuché en mi casa en la que baso mi artículo de hoy lunes en Información San Fernando.
¿Es una crítica? Pues yo diría que sí pero también un análisis de los que viven de las apariencias que ha sido siempre cosa muy común ayer y también hoy.
En una sociedad vacía de valores suele pasar esto porque lo que prima es aparentar lo que no se es para seguir siendo...
Jesús Rodríguez Arias
ELEGANCIA
AUNQUE SEAMOS VÍCTIMAS DE LA JAMANCIA
“Elegancia aunque seamos
víctimas de la jamancia” era un dicho al que siempre hacía referencia mi madre
cuando hablaba de esos que viven por encima de sus posibilidades. También a los
que sobreviven en ese espectro se les puede decir que basan su existencia en un
“querer y no poder”.
No me resisto a contar la
anécdota que siempre se mentaba en mi casa y que si os dais cuenta retrata la
sociedad de una época que vivía ciertamente de las apariencias y que a lo mejor
deberíamos extrapolar cuanto dice este artículo pues hoy en día, en pleno Siglo
XXI, son muchos más de que los que creemos que viven mostrando una apariencia
engañosa, diciendo ser lo que en verdad no son. Contaba mi madre que a
principios del Siglo XX dos señoritas
iban del brazo de su augusta madre que había quedado viuda hace un tiempo y que
malvivían con una mísera pensión. Pertenecían a la distinguida clase alta de
esta bendita Isla. Estaba anunciado un concierto en el templete de la Alameda y
existían dos lugares bien diferenciados para presenciarlo: Unas sillas
reservadas donde se sentaría la crema de San Fernando y que había que apoquinar
y detrás de las mismas el lugar reservado para el “pueblo” que lo vería de pie
y no costaría un céntimo.
La madre, que sabía que la
cuenta corriente era todo menos eso, se dirigió a sus dos casaderas hijas,
señoritas de postín que vivieron con gran comodidad hasta que su padre le dio
por morirse, y les preguntó: Niñas, ¿queréis silla o de pie con el resto? La
mayor se acercó a su querida madre y entre susurros le dijo al oído: Madre,
nosotras “elegancia aunque seamos víctimas de la jamancia” y compraron sus
localidades para escuchar el concierto con el resto del postineo local aunque
cuando llegaran a casa se acostaran sin cenar.
No me digáis que esto no
sucede todavía, que solo es reflejo de una época, porque no me lo creo.
¿Cuántos hay que conocéis llevan una vida de cierto nivel y después se
demuestra que todo lo contrario? ¿Cuántos presumen de tener la mejor casa, el
mejor coche, la mejor y variada selección de instrumentos tecnológicos, la ropa
de más calidad de famosos diseñadores, los mejores muebles, la mejor casa de
campo y después no es que no lleguen a fin de mes sino que para hacerlo tienen
que ayudarse de la pensión de los padres?
Yo, personalmente, pongo cara, nombres, apellidos y no me equivoco ni
una milésima.
La crisis económica, que ha
sido devastadora, ha empobrecido a la clase media y trabajadora de España.
Desgraciadamente muchos son los que han tenido que ayudarse de la acción social
de las instituciones públicas, de Cáritas, de comedores sociales, para poder
mantenerse, para poder pagar al menos los gastos esenciales como pueden ser la
hipoteca, la luz y ese etcétera que cada uno conoce. Es una realidad que se han
visto hombres con chaqueta y corbata recogiendo en una fiambrera su ración de
comida en un comedor porque si pagaban
los gastos de la casa no tenían que llevarse a la boca. Para mí estos y todos
los que han sufrido, muchos siguen sufriendo, los estertores de esta cruenta
crisis donde tantos han perdido tanto para que ganen los mismos de siempre, son
héroes que han sobrevivido con total dignidad al día a día. El pedir no es algo
humillante y más cuando se hace por proteger a tu familia.
Pero no estoy hablando de esta
clase de personas sino los que viven del postín, del figureo, que
voluntariamente pasan hambre en sus casas por intentar mantener lo que un día
fueron pero que al día de hoy no son. Son los inadaptados que todavía piensan
no en las clases sino en las castas sociales, son los que te miran por encima
del hombro, son los que se cuestionan y critican el éxito de los demás, son los
que cuando pasan un camarero con la bandeja llenas de aperitivos en un cóctel
se abalanzan sobre él como si les fuese la misma vida causando cierto rubor de
esos que no necesitan de esa canastilla de ensaladilla con guacamole para poder
sobrevivir.
¿Y esto por qué pasa? Es
fácil, porque muchas personas llevan una vida vacía y necesitan saberse prestigiados, admirados,
reconocidos, por hacer ostentación aunque eso suponga el descuidar lo que le es
propio, lo que es su casa, su familia, su verdadera vida. Para muchos
insensatos la vida es ser para llegar a tener ese poder que embriaga y aletarga
los sentidos pero que al final se convierte en patíbulo para el que pone todos
su afanes y su dinero en servirlo.
Parece que cuando más honores,
títulos y nombramientos tengas te garantiza un prestigio que te sitúa en un
frontispicio donde casi nadie puede llegar aunque para conseguir esta efímera
posición te mueras literalmente de hambre.
Jesús Rodríguez Arias
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