Lo conocí casi al poco de llegar al
pueblo pues vivía junto a sus hermanos Diego y Ana enfrente nuestra en la parte
más alta de Villaluenga donde teníamos alquilada una casa a Elena Olmos, madre
de Pepi la panadera, y dónde lo veíamos llegar a sus horas.
Ya cuando las primeras luces del día
alumbraba nuestro cercano cielo se escuchaba las tres voces que charlaban
mientras desayunaban atendidos por ese familiar que siempre estaba con ellos o
la trabajadora de auxilio social que venía a ver lo que pudieran necesitar tres
ancianos con una fuerza y vitalidad nada desdeñable.
Recuerdo que Diego nos saludaba en
la puerta e incluso nos regaló un detalle para el coche realizado por sus
propias manos que desde entonces pende del espejo retrovisor, Ana que salía a
tender la ropa o Sunifredo que marchaba dirección a la glorieta para sentarse
junto a sus amigos, buenos compañeros, en ese banco donde los pensamientos, los
recuerdos, las opiniones fluyen con verdadera libertad y que todos en el pueblo
llamamos “la moncloa”.
Cuando veía pasear tranquila y
mesuradamente a Sunifredo veía a un hombre recio que creció a base de trabajo,
sacrificio, valor y que con su labor de su particular día a día había
contribuido para que Villaluenga del Rosario fuese lo que es hoy en día.
Alguien me dijo una vez que “Zuni”,
que es como todos lo llamaban, era “el último piarero”.
Me he tenido que ir al
imprescindible libro titulado “Villaluenga del Rosario: Su historia en
imágenes” para conocer más y mejor la labor de los piareros, oficio
desaparecido hace ya mucho tiempo, quienes lo fueron y la importancia de los
mismos.
Siempre digo que es Villaluenga del
Rosario para mí una constante enciclopedia de saberes nuevos, de aprendizaje
continuo, de entender que existe una rica sabiduría en cada casa, en cada calle
o más allá de las montañas y valles.
Cuando me informé de la dureza del
trabajo de Sunifredo pude entenderlo mucho mejor, pude comprender su recia
estampa, sus fuertes manos a pesar de la edad, sus miradas perdidas en ese
horizonte que sólo las personas como él saben divisar, sus justas palabras y
sus silencios sin tiempo.
Sí, pude comprender tantas cosas que
mi admiración se acrecentó y también el cariño hacia uno de los hijos ilustres
de este bendito lugar que como siempre digo está cobijado por el eterno Caíllo.
A ver, ¿Quién no se acuerda de ese
hombre recio de grandes patillas, con los pantalones que se han utilizado en el
campo de toda la vida, una cuerda por cinturón, camisa con el cuello abierto
aun a pesar del frío, una rebeca, algunas veces una pelliza y una gorra?
¿Quién no lo recuerda caminar
pausadamente, con la piel curtida a base de horas de sol, de frío, calor,
lluvia, viento, de tantos otoños, inviernos, primavera o veranos casi a la
interperie?
¿Quién no cerrando los ojos a los
mismos recuerdos se acuerda de su voz grave cuando contaba u opinaba, cuando saludaba
cortesmente?
¿O Cuando te miraba a los ojos y
sabías que veía en profundidad?
Pienso que los mayores de nuestros
pueblos son el saber y el sabor de la propia sabiduría, el mayor y mejor
patrimonio que podemos tener, el contar con su consejo es vital para el que
quiera hacer algo, desde lo más nimio a lo inmenso, el llegar a comprender sus
palpables silencios es un necesario ejercicio de aprendizaje en la sabiduría
más pura y auténtica que existe: La del propio pueblo.
Hace ya algunos años que vivo en la
Atalaya donde diviso de otra manera al inmenso Caíllo y donde disfruto en
primera persona de los más extraordinarios amaneceres que se vislumbran cada
mañana por el puerto de la viñas o como la manga cambia de intensidad y color
en cada atardecielo. Recuerdo el silencio de esa calle en la parte alta del
pueblo solo roto por la conversación que salía de la casa de Diego, Ana y
Sunifredo, las risas de Rogelio mientras cuidaba su huerto, las idas y venidas
de aquél vecino que reside en Sevilla donde ejerce como profesor y que hace
tanto se enamoró de este lugar al cual viene cuando viene o esa continua
limpieza que hace Elena en su casa a primera hora de la mañana.
Ahora donde vivo, que no lo cambio
por ningún lugar, es un sitio más vivo, con más trasiego donde se escuchan las
voces de los que vienen a comprar queso en la cercana fábrica de “Quesos
Payoyo”, a Mateo Venegas ofreciendo su
género con el arte que le caracteriza, los que se toman una cerveza en el mesón
“Los Caños”, los senderistas y amantes de las cuevas que pasan buscando esa
nueva aventura, los scouts cuando vienen y van, a María y José Antonio que
siempre están haciendo algo y con los que me gustan tanto charlar o como mi
buen amigo Antonio Benítez prepara el enésimo cuadro allá en la “buhardilla del
arte”...
Sí, siempre me acordaré de Sunifredo
que hace poco más de diez días marchó dejando a Villaluenga del Rosario un poco
más triste, más sola, más vacía. Recuerdo cuando me lo encontraba y me paraba a
saludarlo y conversar un rato con él. Siempre educado me preguntaba por mi
“compañera” que era la forma de decir mi mujer, nos poníamos al día en pocos
minutos, y me decía que ya iba de vuelta hacia el “chozo” que era su casa.
Pues ya mi querido Sunifredo estás
en ese “chozo” eterno donde están los buenos payoyos que gozan del merecido
descanso más allá del Caíllo, la sierra, valle y montañas.
Contigo desaparece uno de los
oficios más característicos de nuestro lugar, contigo se va “el último
piarero”.
Quiero expresar a toda su Familia
mis sentimientos de hondo pesar. Con un fuerte abrazo y recuerdos que se
agolpan en mi alma. Qué la Virgen del Rosario lo tenga bajo su manto y a vosotros os de consuelo.
Jesús Rodríguez Arias
Sunifredo Román Harillo, "Zuni", último piarero que ejerció en la zona.
PIAREROS
El "piarero" es el nombre que recibía la persona que se dedicaba a llevar el ganado de un lugar a otro, por caminos, veredas y cañadas, ya que aún no existía el transporte por carretera en la zona. Dependiendo del tipo de ganado y del número de cabezas, así era el número de personas que lo conducían.
Aún se recuerdan piareros de la zona como Patarras, El Moro, Luis Jiménez "El Tachito", José Guzmán Sánchez "Pepe el de la olla" y los hermanos Diego y Sunifredo Román Harrillo.
El último transporte de ganado importante que se hizo en la zona en Villaluenga fue en el año 1950 y lo realizaron "Pepe el de la olla" y "Suni", desde Morón de la Frontera (Sevilla) hasta una finca en Jimena llamada "La Sauceda", con 400 corderos para la recría.
El comprador se pasaba unos días antes e iba comprando los borregos en distintas fincas. Los Piareros salen unos días más tarde andando con la "Hortiona" (oveja que hará de cabestro con el ganado comprado), su perro de agua para arrear el ganado, varios cencerros y la talega con el "costo" de varios días. En algunas ocasiones utilizaban una burra para que llevase el "costo", otras veces iban comprando leche y pan al pasar por las casas próximas a la cañada.
Una vez llegado a la zona de destino y contactado con el comprador, iban recogiendo el ganado hasta juntarlo en el punto de partida, utilizando principalmente cañadas y haciendo paradas en los descansaderos de las mismas, para comer e incluso dormir un rato, al final del recorrido. El sueldo del jornal estaba próximo al "duro" (cinco pesetas).
Datos recogidos del libro "Villaluenga del Rosario: Su historia a través de imágenes" cuya autoría es de Antonio Benítez Román, sobrino de "Suni" y de Juan Manuel González Montero.
No hay comentarios:
Publicar un comentario