miércoles, 23 de marzo de 2016

* DESDE VILLALUENGA: SUNIFREDO ROMÁN HARILLO, EL ÚLTIMO PIARERO.




Lo conocí casi al poco de llegar al pueblo pues vivía junto a sus hermanos Diego y Ana enfrente nuestra en la parte más alta de Villaluenga donde teníamos alquilada una casa a Elena Olmos, madre de Pepi la panadera, y dónde lo veíamos llegar a sus horas.

Ya cuando las primeras luces del día alumbraba nuestro cercano cielo se escuchaba las tres voces que charlaban mientras desayunaban atendidos por ese familiar que siempre estaba con ellos o la trabajadora de auxilio social que venía a ver lo que pudieran necesitar tres ancianos con una fuerza y vitalidad nada desdeñable.

Recuerdo que Diego nos saludaba en la puerta e incluso nos regaló un detalle para el coche realizado por sus propias manos que desde entonces pende del espejo retrovisor, Ana que salía a tender la ropa o Sunifredo que marchaba dirección a la glorieta para sentarse junto a sus amigos, buenos compañeros, en ese banco donde los pensamientos, los recuerdos, las opiniones fluyen con verdadera libertad y que todos en el pueblo llamamos “la moncloa”.

Cuando veía pasear tranquila y mesuradamente a Sunifredo veía a un hombre recio que creció a base de trabajo, sacrificio, valor y que con su labor de su particular día a día había contribuido para que Villaluenga del Rosario fuese lo que es hoy en día.

Alguien me dijo una vez que “Zuni”, que es como todos lo llamaban, era “el último piarero”.

Me he tenido que ir al imprescindible libro titulado “Villaluenga del Rosario: Su historia en imágenes” para conocer más y mejor la labor de los piareros, oficio desaparecido hace ya mucho tiempo, quienes lo fueron y la importancia de los mismos.

Siempre digo que es Villaluenga del Rosario para mí una constante enciclopedia de saberes nuevos, de aprendizaje continuo, de entender que existe una rica sabiduría en cada casa, en cada calle o más allá de las montañas y valles.

Cuando me informé de la dureza del trabajo de Sunifredo pude entenderlo mucho mejor, pude comprender su recia estampa, sus fuertes manos a pesar de la edad, sus miradas perdidas en ese horizonte que sólo las personas como él saben divisar, sus justas palabras y sus silencios sin tiempo.

Sí, pude comprender tantas cosas que mi admiración se acrecentó y también el cariño hacia uno de los hijos ilustres de este bendito lugar que como siempre digo está cobijado por el eterno Caíllo.

A ver, ¿Quién no se acuerda de ese hombre recio de grandes patillas, con los pantalones que se han utilizado en el campo de toda la vida, una cuerda por cinturón, camisa con el cuello abierto aun a pesar del frío, una rebeca, algunas veces una pelliza y una gorra?

¿Quién no lo recuerda caminar pausadamente, con la piel curtida a base de horas de sol, de frío, calor, lluvia, viento, de tantos otoños, inviernos, primavera o veranos casi a la interperie?

¿Quién no cerrando los ojos a los mismos recuerdos se acuerda de su voz grave cuando contaba u opinaba, cuando saludaba cortesmente?

¿O Cuando te miraba a los ojos y sabías que veía en profundidad?

Pienso que los mayores de nuestros pueblos son el saber y el sabor de la propia sabiduría, el mayor y mejor patrimonio que podemos tener, el contar con su consejo es vital para el que quiera hacer algo, desde lo más nimio a lo inmenso, el llegar a comprender sus palpables silencios es un necesario ejercicio de aprendizaje en la sabiduría más pura y auténtica que existe: La del propio pueblo.

Hace ya algunos años que vivo en la Atalaya donde diviso de otra manera al inmenso Caíllo y donde disfruto en primera persona de los más extraordinarios amaneceres que se vislumbran cada mañana por el puerto de la viñas o como la manga cambia de intensidad y color en cada atardecielo. Recuerdo el silencio de esa calle en la parte alta del pueblo solo roto por la conversación que salía de la casa de Diego, Ana y Sunifredo, las risas de Rogelio mientras cuidaba su huerto, las idas y venidas de aquél vecino que reside en Sevilla donde ejerce como profesor y que hace tanto se enamoró de este lugar al cual viene cuando viene o esa continua limpieza que hace Elena en su casa a primera hora de la mañana.

Ahora donde vivo, que no lo cambio por ningún lugar, es un sitio más vivo, con más trasiego donde se escuchan las voces de los que vienen a comprar queso en la cercana fábrica de “Quesos Payoyo”,  a Mateo Venegas ofreciendo su género con el arte que le caracteriza, los que se toman una cerveza en el mesón “Los Caños”, los senderistas y amantes de las cuevas que pasan buscando esa nueva aventura, los scouts cuando vienen y van, a María y José Antonio que siempre están haciendo algo y con los que me gustan tanto charlar o como mi buen amigo Antonio Benítez prepara el enésimo cuadro allá en la “buhardilla del arte”...

Sí, siempre me acordaré de Sunifredo que hace poco más de diez días marchó dejando a Villaluenga del Rosario un poco más triste, más sola, más vacía. Recuerdo cuando me lo encontraba y me paraba a saludarlo y conversar un rato con él. Siempre educado me preguntaba por mi “compañera” que era la forma de decir mi mujer, nos poníamos al día en pocos minutos, y me decía que ya iba de vuelta hacia el “chozo” que era su casa.

Pues ya mi querido Sunifredo estás en ese “chozo” eterno donde están los buenos payoyos que gozan del merecido descanso más allá del Caíllo, la sierra, valle y montañas.

Contigo desaparece uno de los oficios más característicos de nuestro lugar, contigo se va “el último piarero”.

Quiero expresar a toda su Familia mis sentimientos de hondo pesar. Con un fuerte abrazo y recuerdos que se agolpan en mi alma. Qué la Virgen del Rosario lo tenga bajo su manto y a vosotros os de consuelo.

Jesús Rodríguez Arias




Sunifredo Román Harillo, "Zuni", último piarero que ejerció en la zona.

PIAREROS

El "piarero" es el nombre que recibía la persona que se dedicaba a llevar el ganado de un lugar a otro, por caminos, veredas y cañadas, ya que aún no existía el transporte por carretera en la zona. Dependiendo del tipo de ganado y del número de cabezas, así era el número de personas que lo conducían.

Aún se recuerdan piareros de la zona como Patarras, El Moro, Luis Jiménez "El Tachito", José Guzmán Sánchez "Pepe el de la olla" y los hermanos Diego y Sunifredo Román Harrillo.

El último transporte de ganado importante que se hizo en la zona en Villaluenga fue en el año 1950 y lo realizaron "Pepe el de la olla" y "Suni", desde Morón de la Frontera (Sevilla) hasta una finca en Jimena llamada "La Sauceda", con 400 corderos para la recría.

El comprador se pasaba unos días antes e iba comprando los borregos en distintas fincas. Los Piareros salen unos días más tarde andando con la "Hortiona" (oveja que hará de cabestro con el ganado comprado), su perro de agua para arrear el ganado, varios cencerros y la talega con el "costo" de varios días. En algunas ocasiones utilizaban una burra para que llevase el "costo", otras veces iban comprando leche y pan al pasar por las casas próximas a la cañada.

Una vez llegado a la zona de destino y contactado con el comprador, iban recogiendo el ganado hasta juntarlo en el punto de partida, utilizando principalmente cañadas y haciendo paradas en los descansaderos de las mismas, para comer e incluso dormir un rato, al final del recorrido. El sueldo del jornal estaba próximo al "duro" (cinco pesetas).

Datos recogidos del libro "Villaluenga del Rosario: Su historia a través de imágenes" cuya autoría es de Antonio Benítez Román, sobrino de "Suni" y de Juan Manuel González Montero.

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