viernes, 23 de enero de 2015

LOS PILARES DE LA TIERRA; POR MARA HERRERA.






            Esta semana está siendo una semana complicadilla, pero como dicen, después de un trabajo difícil, pero bien ejecutado, viene la alegría del descanso, por lo tanto voy a empezar el fin de semana con mucho interés. Pero aun así en mis ratos de relax, me ha dado tiempo para reflexionar sobre algunas cosas que veo en mi entorno habitual.

            Para una de las cosas que me ha servido es confirmar lo que ya sabía, que en la educación de los hijos influye mucho una gran parte de genética y otra parte la educación y luego hay un puntito que lo da la suerte. Pero como yo pienso que la suerte en parte cada ser humano se la puede hacer a medida hasta cierto punto, pues creo que el factor que menos influye en la formación del carácter de nuestros hijos. Para mí el factor suerte ya es favorable en cuanto si naces 30 kilómetros más al sur, no tienes la fortuna de acceder a muchas cosas de las que tenemos donde vivimos.

            Recuerdo que cuando hacia dinámicas con niños sobre temas relacionados con la solidaridad y las ONGs, desarrollaba una dinámica en la que elegía entre 10 niños del grupo y les daba a cada uno un rol, separando a siete y diciéndoles que habían nacido en esa frontera que aunque aquí en España es física por el estrecho de Gibraltar, en otras zonas, es meramente una línea trazada en un mapa, y a tres que habían nacido en España. De los 7 primeros podía contarles que habían nacido en la India, como había niños y niñas, les contaba la discriminación que hay directamente por el mero hecho de ser de uno u otro sexo. Incluso naciendo en familias ricas, porque también las hay en esos países, no es lo mismo ser chico que ser chica, lo mismo que sucede en China. Les explicaba la discriminación que había en la educación, en la sanidad, en las tareas habituales de cada día. Y luego por supuesto si pertenecías a una familia pobre, esa discriminación aumentaba de forma exponencial.
           
             Y luego teníamos a los tres nacidos en España, que también tiene sus luces y sus sombras, ya que aquí hay grupos discriminados por su origen, no es lo mismo nacer en España siendo hijo de inmigrantes que ser español nacido de españoles, al igual que no es lo mismo, y con la crisis se ha acentuado más, ser hijo de familias más humildes que de familias más desahogadas económicamente. Les hablaba de la facilidad para acceder a la sanidad, que aunque en España, con grandes problemas debido a la situación actual por una mala gestión, hasta hace relativamente poco, hemos disfrutado de una sanidad envidiable, pero hay cosas más simples que vivimos de una manera cotidiana que no valoramos y que en otros países son impensables El que nuestros hijos se duchen todos los día parece normal, pero en otros lugares del mundo es un lujo, al igual que para acceder al colegio muchos puedan ir andando, aunque los padres somos un poco plastas y usamos el coche incluso para dar la vuelta a la manzana, y para aquellos que viven en pueblos tienen transportes escolares y no tienen que andar kilómetros por terrenos a veces darían vértigo a expertos escaladores. Recuerdo un video en latino américa donde los niños iban al colegio y todos los días andaban lo mismo unos 7 kilómetros de ida y otros tantos de vuelta (recuerdo que era una barbaridad para ser tan pequeños) y atravesaban un barranco con un puente-mono, en el cual los mayores llevaban en mochila-arnés a sus hermanos pequeños, mis hijos lo vieron y alucinaron.

            Ese es el único factor que considero suerte, y aun así hay muchos niños que pese a la situación desfavorable en la que viven y se educan, alcanzan un nivel que les hace convertirse en el líderes de sus comunidades.

            En cambio aquí, en el llamado primer mundo, mundo desarrollado (aunque no sé si este es el desarrollo que me gusta para mi mundo), tenemos a nuestros hijos entre unos algodones que a la larga no nos va ni les van a beneficiar en nada; más bien los van a perjudicar y tal como están las cosas, más que seguro. Recuerdo un viaje que tuve que realizar por  motivos laborales, en los que estuve cinco días fuera, y el primer comentario estúpido que tuve que oír, fue “anda y si te vas cinco días fuera, con quien se quedan tus hijos”, a lo que contesté, “pues con quien se van a quedar, pues con su padre, que afortunadamente lo tienen”. Otra vez mi hijo fue a una excursión organizada por el colegio a un parque de estos de bolas pero que es enorme, al cual he ido yo otras veces cuando mis hijos eran pequeños, y el comentario de una madre fue “uf que asustada estoy, a ver si se cae y se rompe un brazo” y yo pensé, y por qué se va a romper un brazo, los accidentes son cosas fortuitas y pasan más veces en las cosas habituales y cotidianas que en cosas extraordinarias. Tenemos a los niños “acarajotados” como diríamos en Cádiz, no les marcamos una línea de obligaciones y responsabilidades acorde con sus edades. No puedes tener a un hijo en algodones hasta los 16-18 años y luego mandarlo a estudiar a Oxford la carrera de Medicina, porque es lo que estudió papá y estudio el abuelo y es tradición familiar. Lo normal sea que el batacazo se oiga desde lejos.
           
            Tengo a mi amiga Ana que siempre recuerdo cuando me decía, no sabéis lo afortunados que sois (yo si lo sé) que vosotros podéis mandar a vuestros hijos a la panadería, al kiosko de chuches o a jugar abajo o a la calle y pueden ir solos al colegio, en su país de origen eso es impensable, una zona donde yo vivo estaría vallada, con guardias de seguridad armados hasta los dientes, y aun así no sería nada segura, porque incluso a la policía la sobornan para que haga secuestros exprés.
           
            Pero todas estas historias no se las contamos a nuestros hijos no se traumaticen, y viven en un mundo de irrealidad, sin responsabilidad y sin conocimiento más allá del entorno cotidiano, aunque eso sí, lo mismo de regalo de cumpleaños ha ido a Eurodisney, pero no ha visto la vida de su propio pueblo fuera de su barrio.

            Hemos creado una situación en la que hemos puesto como pilares de la educación la avaricia-codicia y la envidia. Tener y tener para que nuestros hijos tengan más de lo que tuvimos nosotros, algo que en realidad ellos no necesitan, cuando lo más probable es que reclamen nuestra atención y cariño más que la última “maquinita” de juegos, y hacer comentarios envidiosos sobre lo que nuestro vecino o vecina tiene delante de ellos lo que les hace creer que todo vale para conseguir lo que piensan que necesitan. Y otras veces sin que ellos lo pidan, los metemos en la dinámica de por deseo único de los padres de destacar, se los apunta a actividades que son más del gusto de los padres que de ellos mismos, unas veces para rellenar esos momentos que nosotros mismos no podemos cubrir, por falta de tiempo o de conocimientos, o porque son actividades que alguna vez en la vida desearíamos haber desarrollado pero no hemos podido y proyectamos esa frustración en nuestros hijos,

            Sería bueno de vez en cuando sentarnos a pensar, si todo aquello que damos a nuestros hijos es realmente necesario, si de verdad les satisface, y hacer un repasillo con ellos, mostrándoles lo afortunados que son por haber nacido al otro lado de una frontera natural que separa dos mundos muy diferentes en tan poco espacio, y que incluso dentro de la misma ciudad o barrio ellos también tienen una gran suerte por tener las familias que tienen.

N.A. Aquí comparto los enlaces del video que mencionaba antes, además de otro que tampoco tiene desperdicio a la hora de valorar lo que tenemos. Sobre todo el primero, aunque sean seis minutos, merecen la pena verlos.


           Mara Herrera 

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