Esta
semana está siendo una semana complicadilla, pero como dicen, después de un
trabajo difícil, pero bien ejecutado, viene la alegría del descanso, por lo
tanto voy a empezar el fin de semana con mucho interés. Pero aun así en mis
ratos de relax, me ha dado tiempo para reflexionar sobre algunas cosas que veo
en mi entorno habitual.
Para
una de las cosas que me ha servido es confirmar lo que ya sabía, que en la
educación de los hijos influye mucho una gran parte de genética y otra parte la
educación y luego hay un puntito que lo da la suerte. Pero como yo pienso que
la suerte en parte cada ser humano se la puede hacer a medida hasta cierto
punto, pues creo que el factor que menos influye en la formación del carácter de
nuestros hijos. Para mí el factor suerte ya es favorable en cuanto si naces 30
kilómetros más al sur, no tienes la fortuna de acceder a muchas cosas de las
que tenemos donde vivimos.
Recuerdo
que cuando hacia dinámicas con niños sobre temas relacionados con la
solidaridad y las ONGs, desarrollaba una dinámica en la que elegía entre 10
niños del grupo y les daba a cada uno un rol, separando a siete y diciéndoles
que habían nacido en esa frontera que aunque aquí en España es física por el
estrecho de Gibraltar, en otras zonas, es meramente una línea trazada en un
mapa, y a tres que habían nacido en España. De los 7 primeros podía contarles
que habían nacido en la India, como había niños y niñas, les contaba la
discriminación que hay directamente por el mero hecho de ser de uno u otro
sexo. Incluso naciendo en familias ricas, porque también las hay en esos
países, no es lo mismo ser chico que ser chica, lo mismo que sucede en China.
Les explicaba la discriminación que había en la educación, en la sanidad, en
las tareas habituales de cada día. Y luego por supuesto si pertenecías a una
familia pobre, esa discriminación aumentaba de forma exponencial.
Y luego teníamos a los tres nacidos en España,
que también tiene sus luces y sus sombras, ya que aquí hay grupos discriminados
por su origen, no es lo mismo nacer en España siendo hijo de inmigrantes que
ser español nacido de españoles, al igual que no es lo mismo, y con la crisis
se ha acentuado más, ser hijo de familias más humildes que de familias más
desahogadas económicamente. Les hablaba de la facilidad para acceder a la
sanidad, que aunque en España, con grandes problemas debido a la situación
actual por una mala gestión, hasta hace relativamente poco, hemos disfrutado de
una sanidad envidiable, pero hay cosas más simples que vivimos de una manera
cotidiana que no valoramos y que en otros países son impensables El que
nuestros hijos se duchen todos los día parece normal, pero en otros lugares del
mundo es un lujo, al igual que para acceder al colegio muchos puedan ir
andando, aunque los padres somos un poco plastas y usamos el coche incluso para
dar la vuelta a la manzana, y para aquellos que viven en pueblos tienen
transportes escolares y no tienen que andar kilómetros por terrenos a veces
darían vértigo a expertos escaladores. Recuerdo un video en latino américa
donde los niños iban al colegio y todos los días andaban lo mismo unos 7
kilómetros de ida y otros tantos de vuelta (recuerdo que era una barbaridad
para ser tan pequeños) y atravesaban un barranco con un puente-mono, en el cual
los mayores llevaban en mochila-arnés a sus hermanos pequeños, mis hijos lo
vieron y alucinaron.
Ese
es el único factor que considero suerte, y aun así hay muchos niños que pese a
la situación desfavorable en la que viven y se educan, alcanzan un nivel que
les hace convertirse en el líderes de sus comunidades.
En
cambio aquí, en el llamado primer mundo, mundo desarrollado (aunque no sé si
este es el desarrollo que me gusta para mi mundo), tenemos a nuestros hijos
entre unos algodones que a la larga no nos va ni les van a beneficiar en nada;
más bien los van a perjudicar y tal como están las cosas, más que seguro.
Recuerdo un viaje que tuve que realizar por
motivos laborales, en los que estuve cinco días fuera, y el primer comentario
estúpido que tuve que oír, fue “anda y si te vas cinco días fuera, con quien se
quedan tus hijos”, a lo que contesté, “pues con quien se van a quedar, pues con
su padre, que afortunadamente lo tienen”. Otra vez mi hijo fue a una excursión
organizada por el colegio a un parque de estos de bolas pero que es enorme, al
cual he ido yo otras veces cuando mis hijos eran pequeños, y el comentario de
una madre fue “uf que asustada estoy, a ver si se cae y se rompe un brazo” y yo
pensé, y por qué se va a romper un brazo, los accidentes son cosas fortuitas y
pasan más veces en las cosas habituales y cotidianas que en cosas
extraordinarias. Tenemos a los niños “acarajotados” como diríamos en Cádiz, no
les marcamos una línea de obligaciones y responsabilidades acorde con sus
edades. No puedes tener a un hijo en algodones hasta los 16-18 años y luego
mandarlo a estudiar a Oxford la carrera de Medicina, porque es lo que estudió
papá y estudio el abuelo y es tradición familiar. Lo normal sea que el batacazo
se oiga desde lejos.
Tengo
a mi amiga Ana que siempre recuerdo cuando me decía, no sabéis lo afortunados
que sois (yo si lo sé) que vosotros podéis mandar a vuestros hijos a la
panadería, al kiosko de chuches o a jugar abajo o a la calle y pueden ir solos
al colegio, en su país de origen eso es impensable, una zona donde yo vivo
estaría vallada, con guardias de seguridad armados hasta los dientes, y aun así
no sería nada segura, porque incluso a la policía la sobornan para que haga
secuestros exprés.
Pero
todas estas historias no se las contamos a nuestros hijos no se traumaticen, y
viven en un mundo de irrealidad, sin responsabilidad y sin conocimiento más
allá del entorno cotidiano, aunque eso sí, lo mismo de regalo de cumpleaños ha
ido a Eurodisney, pero no ha visto la vida de su propio pueblo fuera de su
barrio.
Hemos
creado una situación en la que hemos puesto como pilares de la educación la
avaricia-codicia y la envidia. Tener y tener para que nuestros hijos tengan más
de lo que tuvimos nosotros, algo que en realidad ellos no necesitan, cuando lo
más probable es que reclamen nuestra atención y cariño más que la última
“maquinita” de juegos, y hacer comentarios envidiosos sobre lo que nuestro
vecino o vecina tiene delante de ellos lo que les hace creer que todo vale para
conseguir lo que piensan que necesitan. Y otras veces sin que ellos lo pidan,
los metemos en la dinámica de por deseo único de los padres de destacar, se los
apunta a actividades que son más del gusto de los padres que de ellos mismos, unas
veces para rellenar esos momentos que nosotros mismos no podemos cubrir, por
falta de tiempo o de conocimientos, o porque son actividades que alguna vez en
la vida desearíamos haber desarrollado pero no hemos podido y proyectamos esa
frustración en nuestros hijos,
Sería
bueno de vez en cuando sentarnos a pensar, si todo aquello que damos a nuestros
hijos es realmente necesario, si de verdad les satisface, y hacer un repasillo
con ellos, mostrándoles lo afortunados que son por haber nacido al otro lado de
una frontera natural que separa dos mundos muy diferentes en tan poco espacio,
y que incluso dentro de la misma ciudad o barrio ellos también tienen una gran
suerte por tener las familias que tienen.
N.A. Aquí comparto los enlaces del
video que mencionaba antes, además de otro que tampoco tiene desperdicio a la
hora de valorar lo que tenemos. Sobre todo el primero, aunque sean seis
minutos, merecen la pena verlos.
Mara Herrera
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