domingo, 4 de enero de 2015

LECTURAS Y EVANGELIO II DOMINGO DE NAVIDAD.

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Lectura del libro del Eclesiástico 24, 1-2. 8-12

La sabiduría se alaba a sí misma, se gloría en medio de su pueblo,
abre la boca en la asamblea del Altísimo y se gloría delante de sus Potestades.
En medio de su pueblo será ensalzada, 
y admirada en la congregación plena de los santos;
recibirá alabanzas de la muchedumbre de los escogidos 
y será bendita entre los benditos.
El Creador del universo me ordenó, el Creador estableció mi morada: 
«Habita en Jacob, sea Israel tu heredad.»
Desde el principio, antes de los siglos, me creó, y no cesaré jamás.
En la santa morada, en su presencia, ofrecí culto y en Sión me establecí;
en la ciudad escogida me hizo descansar, en Jerusalén reside mi poder.
Eché raíces entre un pueblo glorioso, en la porción del Señor, en su heredad, 
y resido en la congregación plena de los santos.

Sal 147, 12-13. 14-15. 19-20 R. La Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros.

Glorifica al Señor, Jerusalén; alaba a tu Dios, Sión: 
que ha reforzado los cerrojos de tus puertas, 
y ha bendecido a tus hijos dentro de ti. R.

Ha puesto paz en tus fronteras, e sacia con flor de harina. 
Él envía su mensaje a la tierra, y su palabra corre veloz. R.

Anuncia su palabra a Jacob, sus decretos y mandatos a Israel; 
con ninguna nación obró así, ni les dio a conocer sus mandatos, R.

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Efesios 1, 3-6. 15-18

Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo,
que nos ha bendecido en la persona de Cristo 
con toda clase de bienes espirituales y celestiales.
Él nos eligió en la persona de Cristo, antes de crear el mundo,
para que fuésemos santos e irreprochables ante él por el amor.
El nos ha destinado en la persona de Cristo, por pura iniciativa suya, 
a ser sus hijos, para que la gloria de su gracia, 
que tan generosamente nos ha concedido en su querido Hijo, 
redunde en alabanza suya.
Por eso yo, que he oído hablar de vuestra fe en el Señor Jesús y de vuestro amor a todos los santos, no ceso de dar gracias por vosotros, recordándoos en mi oración, a fin de que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de la gloria, os dé espíritu de sabiduría y revelación para conocerlo. Ilumine los ojos de vuestro corazón, para que comprendáis cuál es la esperanza a la que os llama, cuál la riqueza de gloria que da en herencia a los santos.

Lectura del santo evangelio según san Juan 1, 1-18

En el principio ya existía la Palabra, 
y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios.
La Palabra en el principio estaba junto a Dios.
Por medio de la Palabra se hizo todo,
y sin ella no se hizo nada de lo que se ha hecho.
En la Palabra había vida, y la vida era la luz de los hombres.
La luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no la recibió.
Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan:
éste venía como testigo, para dar testimonio de la luz, 
para que por él todos vinieran a la fe.
No era él la luz, sino testigo de la luz.
La Palabra era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre.
Al mundo vino, y en el mundo estaba;
el mundo se hizo por medio de ella, y el mundo no la conoció.
Vino a su casa, y los suyos no la recibieron.
Pero a cuantos la recibieron, les da poder para ser hijos de Dios, 
si creen en su nombre.
Estos no han nacido de sangre, ni de amor carnal, 
ni de amor humano, sino de Dios.
Y la Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros, 
y hemos contemplado su gloria: 
gloria propia del Hijo único del Padre, lleno de gracia y de verdad.
Juan da testimonio de él y grita diciendo:
«Éste es de quien dije:
"El que viene detrás de mí pasa delante de mí, 
porque existía antes que yo."»
Pues de su plenitud todos hemos recibido, gracia tras gracia.
Porque la ley se dio por medio de Moisés, 
la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo.
A Dios nadie lo ha visto jamás: 
Dios Hijo único, que está en el seno del Padre, 
es quien lo ha dado a conocer.


“La Palabra se ha hecho carne y acampó entre nosotros”.


No cabe la menor duda de que la “palabra” es el instrumento más asequible para la comunicación entre las personas. La “palabra” transmite pensamientos, sensaciones, estados de ánimo y, sobre todo, la cercanía o el distanciamiento entre las personas. Sin embargo, sobre el valor de la “palabra” en las relaciones sociales, hemos escuchado con frecuencia expresiones como “las palabras se las lleva el viento”, “obras son amores y no buenas razones”, etc.
Con estas expresiones se quiere significar que las buenas palabras, los buenos propósitos y las halagüeñas promesas son fáciles de pronunciar, pero difíciles de poner en práctica, cuando lo que todos buscamos en la vida son “hechos”, “hechos”, y no hueca palabrería. Las buenas “palabras”, si no van acompañadas de obras, suelen carecer de valor en nuestras relaciones humanas.
Sin duda todos hemos advertido que en la liturgia del Tiempo de Navidad, que estamos celebrando desde el día 25 de diciembre, se repiten una y otra vez algunos textos. Diríase que el hecho de que el Hijo de Dios haya nacido en carne humana es un misterio de dimensiones tan por encima de las posibilidades de la mente humana que, con la repetición de algunos textos, lo que pretende la Iglesia es favorecer el que los cristianos nos empapemos a fondo del mensaje principal de este misterio, a saber, que Dios se ha encarnado, que Dios se ha hecho hombre en carne humana.
Esta afirmación vuelve a ocupar el centro de la celebración de la Misa de este domingo. Las tres lecturas proclaman la misma verdad de fe. Dios quiere morar entre los hombres (1ª lectura); se introduce en la historia humana asumiendo los caracteres propios de la condición humana (2ª lectura); y se presenta ante el mundo con un cuerpo carnal como el de cualquier otra persona (Evangelio). “La Palabra se ha hecho carne y acampó entre nosotros”. Para la liturgia de hoy, así se ha realizado la “Encarnación”.
Fr. Roberto Ortuño O.P. 
Torrent-Vedat (Valencia) 

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