En tiempos de progresivo desconfinamiento, Mons. Fernando Ocáriz invita a mantener la iniciativa apostólica y a transmitir con la propia vida el atractivo de ser discípulos de Cristo.
Queridísimos: ¡que Jesús me guarde a mis hijas y a mis hijos!
Durante las pasadas semanas de confinamiento en tantos países, se han puesto de manifiesto la limitación y la grandeza humanas. Hemos sido testigos de cómo un virus ha desestabilizado nuestra vida, junto a la de millones de personas en todo el mundo. Quizá hemos aprendido a valorar más conscientemente cosas que dábamos por descontadas.
Sigamos rezando especialmente por quienes han fallecido y por sus familias que, en muchos casos, no han podido acompañarles físicamente en los últimos momentos. También nosotros hemos vivido ese dolor en carne propia con tantos fieles de la Obra que se han marchado a la casa del Cielo y a quienes nos encomendamos.
Por otro lado, hemos visto la entrega generosa –en ocasiones heroica– de tantas personas que han hecho turnos casi sin descanso en los hospitales, que han cuidado de los demás en sus hogares, que han alargado su jornada laboral desde casa o que han atendido trabajos imprescindibles para la sociedad, aun con el riesgo de contagiarse. Su ejemplo nos ha recordado esas palabras que Jesús dirigió a sus apóstoles durante la Última Cena: «Yo estoy en medio de vosotros como quien sirve» (Lc 22,27).
Las circunstancias tan especiales de estos días de aislamiento han impulsado a muchas personas a reflexionar sobre el sentido de la vida y, en no pocos casos, ha despertado un mayor deseo de Dios. Tal vez nos haya sucedido también a nosotros. Al mismo tiempo, la imposibilidad de recibir los sacramentos de manera ordinaria –especialmente la Eucaristía y la Penitencia– ha llevado probablemente a valorarlos y desearlos más. En cualquier caso, hemos intentado tratar más al Señor y acercar a Él a los demás. Dios se ha hecho presente en muchos ambientes y nos ha dado fuerza, como a tantísimas otras personas, para acompañar a quienes se han encontrado solos o han sufrido especialmente.
En ese sentido, a través de la iniciativa de muchas personas, las actividades formativas que ofrece la Obra se han podido mantener –e incluso, en algunos casos, potenciar– a través de la tecnología. Doy gracias a Dios por el afán apostólico de mis hijas y de mis hijos que han empleado su creatividad y su tiempo para seguir difundiendo el mensaje de Cristo. Ha sido grande el interés y el agradecimiento de tantísima gente que ha podido asistir a estas actividades de un modo adecuado a las circunstancias del momento. Estos días nos han hecho ver, con una nueva amplitud, que los medios digitales podrán ser también en el futuro una gran ayuda para mantener la formación cuando existen obstáculos de distancia, enfermedad, etc., y para realizar otras muchas actividades.
Naturalmente, en todo este tiempo hemos echado en falta la cercanía física de muchas personas. La necesaria distancia que hemos mantenido probablemente ha renovado en cada uno la ilusión por el trato personal directo, tanto en las múltiples expresiones de amistad, como en los medios de formación –círculos, retiros, meditaciones, charlas personales y clases de formación doctrinal–, que poco a poco volverán a desarrollarse de modo presencial.
Hace algunas semanas, fijándose en la relación de Jesús con sus discípulos, el Papa recordaba que la Iglesia se forma a través de una «familiaridad concreta» (cfr. Homilía, 17-IV-2020), que se refleja en vivir cerca del Señor mediante los sacramentos y cerca de los demás con nuestra presencia. Tal como os dije hace unos meses, nuestras casas «deben ser lugares en los que muchas personas encuentren un amor sincero y aprendan a ser amigas de verdad» (Carta pastoral, 1-XI-2019).
Por esto entendemos muy bien a Juan y Andrés cuando preguntan a Jesús: «Maestro ¿dónde vives?» (Jn 1,38). Necesitaban su compañía, necesitaban estar físicamente con Cristo y no solamente conocerle a través de lo que otros les podían contar. Esta cercanía con Jesús dio una nueva profundidad a esa amistad, que les llevaría a entregar su vida, a ser apóstoles. Me vienen a la memoria estas palabras de san Josemaría: «Jesús sabe de delicadezas, de decir la palabra que anima, de corresponder a la amistad con la amistad: ¡qué conversaciones las de la casa de Betania, con Lázaro, con Marta, con María!» (Carta 24-X-1965, n. 10).
Aunque, en muchos sitios, se está volviendo gradualmente a una nueva y relativa normalidad, todavía queda camino por recorrer. Pidamos al Señor la fuerza para llevar con buen ánimo las serias dificultades que este periodo está dejando en las familias, en los ambientes profesionales y en las iniciativas de apostolado. No dejemos tampoco de acompañar con nuestra oración y –cuando sea posible– con nuestra ayuda a las innumerables personas que, en diversos países, aún se encuentran en situaciones particularmente dramáticas.
En este mes de mayo, y ante la situación global de este mundo nuestro, acudimos muy especialmente a la mediación materna de Santa María, Mater misericordiae.
Con todo cariño os bendice
vuestro Padre
Roma, 15 de mayo de 2020
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