viernes, 13 de marzo de 2020

CORONAVIRUS; POR PEDRO LUIS LLERA VÁZQUEZ


InfoCatólica

Yo no soy científico, médico ni, mucho menos, político profesional. Y por lo tanto, lo que yo pueda opinar sobre la pandemia del coronavirus es perfectamente prescindible. No sé qué se debe hacer ni qué no. No tengo ni idea. Pero hay cosas que no casan.
Hay quienes acusan a las personas normales y corrientes de alarmismo: de sembrar un miedo infundado, dadas las características de la enfermedad. Hay quienes dicen que eso de comprar mascarillas o tomar demasiadas precauciones está fuera de lugar.
Pero, realmente, ¿quién está creando la alarma? Porque yo veo los informativos y veo en China, en Japón, en Corea del Sur o en Irán a brigadas de militares o policías con trajes de guerra bacteriológica fumigando las calles para desinfectarlas. Veo zonas rodeadas de alambradas con concertinas para que nadie pueda entrar o salir de allí. Veo al ejército en Italia, con mascarillas y fusil en ristre, cortando carreteras para impedir que nadie entre o salga de determinadas ciudades del norte de Italia. Veo que se ha suspendido el congreso de móviles de Barcelona, la Semana de la Moda de Milán, la liga de fútbol en Italia; veo que se celebran partidos de fútbol o baloncesto a puerta cerrada. Veo que el carnaval de Venecia se ha suspendido y la feria del automóvil de Ginebra, también. Se suspenden eventos deportivos en Valencia pero no se suspenden las fallas. ¿Y qué va a pasar con la Semana Santa?
¿Quién siembra alarma? 
Dicen que la epidemia mata a poca gente y que tiene menos índice de mortalidad que la gripe. Pero luego vienen otros y dicen que no: que la epidemia del coronavirus mata a más del triple de personas que la gripe. ¿Quién dice la verdad y quién miente? Obviamente por una gripe no se saca el ejército a la calle ni se suspenden eventos deportivos, culturales o políticos. Así que algo se nos está ocultando. Supongo que para no sembrar el pánico. Pero con lo que estamos jugando es con la vida de cientos o de miles de personas…
En este asunto de la pandemia del coronavirus, como en las guerras, lo primero que ha muerto ha sido la verdad. Y se ha sustituido por la desinformación, quiero creer que bienintencionada. Pero las contradicciones y las mentiras evidentes alarman más que la verdad, por dura que esta sea. Señores: dígannos la verdad, por favor.
En Italia han suspendido las clases en todos los colegios y universidades. En España, que estamos un poco mejor (pero vamos camino de estar más o menos igual que en Italia), no hemos hecho nada al respecto. Si se mueren profesores o – Dios no lo quiera – niños por culpa de la epidemia y el gobierno – por no alarmar – no ha tomado las medidas necesarias, ¿quién va a pagar y cómo? Ese mensaje de tranquilidad, de que no pasa nada, si realmente llega a pasar algo grave (y ya está pasando porque ya hay muertos en España), ¿quién va a ser el responsable?
Además, hay quien afirma tan campante que esta enfermedad solo afecta a viejos o a enfermos crónicos. Así que, tranquilidad: no pasa nada… Y se quedan tan anchos: como si la vida de un anciano o de un enfermo crónico tuviera menos valor que la de un joven de treinta. ¿Tiene la vida más valor o menos según la edad o la salud? ¿La dignidad del ser humano depende de esos factores? ¿Tienen más derecho a vivir unos que otros? ¿Viene bien esta epidemia para matar viejos y enfermos y nivelar la pirámide de población? ¿Solucionaremos así el problema de las pensiones? Todas estas preguntas que se me vienen a la cabeza resultan inquietantes. “Es un mataviejos”, dicen. “Puede venir bien”.  
La idea descabellada de que se estén generando pandemias para disminuir el número de habitantes del planeta con el loable fin de que la vida humana en nuestra “casa común” sea sostenible, mete miedo. ¿De dónde ha salido esta enfermedad? ¿Ha salido, como afirman algunos, de un laboratorio de guerra bacteriológica de China?
Si no se dice la verdad, toda clase de teorías conspiratorias o “conspiranoicas” se extenderán al mismo ritmo que el número de infectados y que el número de fallecidos por el coronavirus.
Dos últimas observaciones:
1.- Algunas de las medidas que están tomando determinados obispos para controlar la epidemia en los ámbitos eclesiales resultan entre ridículas unas, patéticas otras, lamentables muchas de ellas y vergonzosas la mayoría. Dar la comunión en la mano y no darla en la boca me parece una memez. Cerrar las Iglesias o suspender las misas me parece indignante. Cerrar las piscinas del Santuario de Lourdes, vergonzoso: todo esto demuestra, una vez más, la falta de fe de una parte de la mismísima jerarquía de la Iglesia: no creen en las apariciones de la Virgen ni en el carácter milagroso y curativo de las aguas de Lourdes ni en nada de nada. Comparto plenamente la opinión de mi estimado amigo el profesor Roberto de Mattei.
No es la primera epidemia que tiene que afrontar la Iglesia. Ni siquiera es la más grave. Y no se han dejado de celebrar las misas ni se han cerrado las iglesias.
2.- La Unión Europea está quedando una vez más como Cagancho en Almagro: cada país va por libre. No hay la más mínima coordinación (o por lo menos esa es la sensación que se está dando a la población): Italia toma unas medidas; Francia, otras; España, las suyas (que rayan con la nada)… ¿Para qué sirve la Unión Europea, si en un caso de pandemia como este no es capaz ni de poner de acuerdo a sus países miembros para tomar medidas coordinadas y coherentes? ¿Tan difícil es que vayamos todos a una?

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