Estamos viviendo una etapa muy dura por culpa del Coronavirus donde todos los días nos despertamos con datos y cifras escalofriantes de personas que se han contagiados o han fallecido.
Escenas de dolor, sufrimiento, desesperanza...
La vida se ha oscurecido mientras seguimos enclaustrados en nuestras casas sin saber a ciencia cierta cuanto tiempo estaremos en esta situación. La vida se ha convertido en las cuatro paredes de nuestro hogar.
Y la muerte es ahora fría soledad...
De la vida y la muerte va mi semanal tribuna en Información San Fernando.
Jesús Rodríguez Arias
Desde que el Coronavirus
apareciera en nuestras vidas estas han cambiado un cien por cien ya que de
vernos trabajando, estudiando, paseando y haciendo cada cual sus rutinas nos
vemos en el mejor de los casos enclaustrados en nuestras casas con el fin de
cumplir el decretado estado de alarma que el gobierno de la nación hiciera
público el sábado 14 de marzo. Quince días que se han ampliado por otros más
tras aprobarse por el Congreso de los Diputados el miércoles 25 de marzo. Vamos
a pasar de golpe y porrazo, hablando en cristiano, de la Cuaresma al Tiempo de
Gloria metiditos en casa. Esperemos que cuando acabe el confinamiento esté todo
más normalizado y el virus controlado no tanto ya por quedarse en cada hogar
sino porque el mismo está produciendo demasiado dolor, miedo y pesares.
Y desde casa estamos viendo,
también comprobando, el heroico trabajo de los sanitarios, de los miembros de
los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado, de las Fuerzas Armadas, funcionarios
y empleados públicos, empleados de la limpieza y desinfección, auxiliares
geriátricos, de todos los que están luchando contra el virus cara a cara sin
casi apenas protección. Y también de los curas que como médicos del alma están
donde tienen que estar ofreciendo los sacramentos a enfermos, moribundos así
como llevando mensajes de Esperanza a todos que confinados en casa empiezan a
estar muertos de miedo por esta pandemia mortal de necesidad.
España, y el resto del mundo,
se está desangrando con este dichoso virus que ataca a todos por igual aunque
tiene mucha más incidencia en las personas mayores. Pandemia que aterroriza
cuando te asomas al gran ventanal de los medios de comunicación y que te deja
tocado y hundido cuando esa persona que tu conoces, los padres de amigos tuyos,
están contagiados e ingresados en hospitales. Ya el Coronavirus no es un dato,
simple estadística, sino que le pones cara y claro la cosa cambia y mucho.
No son buenos tiempos para morirse
ya que se tenga o no el Covid-19 el tratamiento es igual de duro. Si el
fallecimiento de un ser querido es ya desgarrador que al momento te incluyan en
el protocolo que para tal fin se ha aprobado por la pandemia deja a los
familiares con una sensación de inmensa soledad y no solo por la irreparable
pérdida.
Estos protocolos están hechos
para cumplir la norma, para que nadie se contagie, para proteger al resto,
aunque pienso que quienes diseñan este tipo de reglamentación deben ser
personas muy frías, con sentimientos demasiado controlados y sin ningún
escrúpulo con el dolor de los demás. El muerto, muerto está y se entierra o
incinera en soledad. Los familiares quedan desprotegidos pues sus sentimientos
son reducidos al mínimo. No puede haber capillas ardientes, los funerales serán
privados y podrán asistir un número específico de personas todas atendiendo a
las debidas normas sanitarias, con sus correspondientes mascarillas y guantes.
Todo desposeído de cariño, calor, de tristeza compartida y silenciosos abrazos
que dicen más que mil palabras. El muerto al hoyo y el vivo a llorarlo solo
podría ser el lema que debería unificar lo que es este desnaturalizado
protocolo.
Familias enteras comprueban la
frialdad de la muerte según esta normativa. Mi pesar y apoyo especialmente a la
Familia Sánchez-Zambrano o la de mi querido Antonio Sánchez Aguilera que la han
sufrido en carne propia así como todos los que les fallezcan un ser querido en
estos tiempos ya sea por muerte natural, enfermedad o coronavirus.
Sí, esta pandemia lo que ha
hecho es acrecentar la deshumanización de la sociedad en la que estábamos
viviendo, nos ha puesto de golpe y porrazo ante una realidad totalmente
desconocida aunque todos hayamos puesto nuestro particular granito de arena
para que así sea.
Esto pasa cuando el mundo
aparta a Dios de todo, lo confina al destierro y lo enclaustra en el olvido.
Este mundo, el que hemos creado, rezuma frialdad, mínimos sentimientos, y una
constante lucha por desposeer al ser humano, a la persona, de la dignidad que
tiene porque la misma le viene porque están hechos a imagen y semejanza de un
Dios que debe desaparecer de nuestras vidas, donde todo es relativo, donde la
vida no tiene importancia alguna.
Jesús Rodríguez Arias
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