En apenas siete días los españoles, atónitos y confinados, hemos asistido a una campaña de desprestigio contra la más alta institución del Estado alentada desde el seno del propio Gobierno, al cuarteamiento de ese mismo Gobierno, acorralado por la infección, la incapacidad y la impotencia -es incomprensible y criminal que no se previera la necesidad de suministros hospitalarios y para la población-, y al desmoronamiento del sistema sanitario, nos decían que el mejor del mundo. La realidad se ha abierto paso a empujones, a golpe de miles de fallecidos, de decenas de miles de enfermos contabilizados y, como todo el mundo sabe y comprueba en su entorno, de cientos de miles más que no lo están y malpasan la enfermedad como buenamente pueden, eso sí, lavándose mucho las manos. Soportamos las peores estadísticas del mundo, peores que las italianas en el momento en que nosotros estamos ahora, y cualquiera puede ver y sabe que esto no va a mejorar en las próximas semanas. Lo que vendrá luego será, simplemente, un escenario de catástrofe laboral, económica y moral.
Y mientras esto sucede, medio Gobierno está en otra cosa. Como se vio en el famoso consejo de ministros del 15 de marzo, cuando Iglesias intentó que el estado de alarma contemplara el control de medios de comunicación y la intervención de la economía, si observamos sus actitudes y declaraciones, si se sigue lo que propalan sus medios afines, se hace evidente que el comunismo podemita ve en la pandemia la gran oportunidad para hacer posible su programa de máximos. Y que se prepara para capitalizar, desde la formidable plataforma que le ha cedido Sánchez, la necesidad de medidas, las que sean, que la población no va a tardar en exigir. Una población, no lo olvidemos, aterrorizada, confinada y arruinada. Chávez no lo tuvo tan fácil.
En medio del enorme desastre que padecemos, lo más urgente es hallar una solución política que conjure la trama y aparte a Iglesias del poder. La oposición debe promover un gran acuerdo que permita un gobierno en el que personalidades independientes y solventes se ocupen de las áreas de Salud y Economía, reservándose el PSOE la presidencia y la dirección política. Un gobierno monocolor, apoyado en las cámaras por la oposición, que no tenga más misión ni programa que superar el inimaginable cataclismo al que nos enfrentamos y lo que aún nos espera. Y luego, como única condición, en uno o dos años, elecciones.
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