Últimamente muchos se meten con los dientes de los de Podemos porque no guardan los rectos cánones de la ortodoncia. Me siento aludido, porque nunca me ha gustado la crítica al aspecto físico en general y por la cuenta que me trae en particular. Mi futuro como cartel político, quitando que me presentase por Podemos, es bastante oscuro, lo que hablando de mis dientes ya da una pista.
Hubo un tiempo en que pareció que se ponía de moda el diastema, y yo sonreía incrédulo. Esa moda no prosperó y ahora he vuelto tan serio como de costumbre a mi Mario Quintana que bendecía las sonrisas desdentadas porque son las más sinceras. Chesterton, a pesar de ser tan humorista, no sale nunca en las fotos riéndose, menos en una, y entonces entendemos por qué. A mí, ambos maestros me consuelan de tanto insulto a los dientes de Iglesias, Kichi o Errejón, que me encuentran de lo más solidario. Defiendo los emoticonos porque con esas caritas si que me río bien. Cuando algún fotógrafo me tiene que echar un retrato y me dice: "Sonríe", yo le digo: "Tampoco te va a hacer gracia".
Gracia no, pero de un tiempo a esta parte, mi sonrisa antielectoral me emociona. He descubierto, cuarenta años después, un tierno bulo de mi madre. Ella siempre dijo que se aburrió de llevarme al ortodoncista por el tiempo que nos hacía esperar en la redundante sala de espera. Esperábamos tanto que allí me entrené a leer tardes enteras. Como mi madre tenía tan buena coartada, siempre la creí. Hasta ahora que estamos llevando a mi hija al ortodoncista.
Asisto con horror a los hierros, plásticos, moldes y cables de tensión que le meten en la boca y cómo le abren las mandíbulas cuando tienen que tomarle medidas y las heriditas en las encías y los incordios para comer. He propuesto a mi mujer que dejemos de torturar a la niña. ¿No parecemos chinos mandarinos apretando los pies de sus hijas? A mitad del discurso he caído en que esas fueron las secretas razones de mi madre, que prefirió que sufriese unos complejos ortodoxos que no unas complejas ortodoncias.
Sin aparatos, tendríamos una niña muy seria, que no reirá a tontas ni a locas las gracias de cualquiera y que puede que, en vez de actriz o modelo, decida hacerse lectora y escritora. Se lo digo a mi mujer, que zanja que no, que aparatos al canto. Yo cierro la boca, y apenas os susurro que, si dentro de unos años mi hija es política, ya sabéis de quien es la culpa.
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