jueves, 2 de mayo de 2019

LOS ROSTROS ANÓNIMOS DE CADA DÍA




Con Dios puedo cambiar mi actitud ante ese rostro hosco y triste, puedo mirar con ojos nuevos a quienes pasan a mi lado.


Por: P. Fernando Pascual | Fuente: Catholic.net 




Por la calle, en el autobús, en una estación de metro. Se cruzan ante mí tantos rostros anónimos, tantas miradas opacas, tantas existencias misteriosas.

Detrás de cada rostro hay una historia, una familia, unos sueños. Quizá le esperan en casa el esposo o la esposa, los hijos o los padres. Quizá vive solo, en medio de penas profundas. Quizá está alegre, porque pronto llegará el día de la boda o nacerá el primer hijo. Quizá sufre, porque hace pocos días murió su mejor amigo o ya no sabe cómo pagar las deudas a final de mes.

Son tantos los rostros a los que no accedo, a los que no puedo conocer. Porque muchos prefieren seguir en un anonimato más o menos seguro, o porque me faltaría tiempo, o porque yo mismo vivo encadenado entre mis proyectos, mis angustias, mis dudas, mis egoísmos.

Pero hay un modo de abrirse a esos corazones, de llegar misteriosamente a vidas desconocidas: desde el corazón de Dios.

Para Dios no hay seres erráticos ni misteriosos caminantes. Para Dios cada uno es un hijo, también si tiene un corazón herido por el pecado, también si sufre por una pena profunda que le impide mirar al cielo y abrirse a la esperanza.

Desde Dios y con Dios puedo cambiar mi actitud ante ese rostro hosco y triste, puedo mirar con ojos nuevos a quienes pasan a mi lado. Superaré mis prejuicios para no quedarme ni en el traje, ni en la raza, ni en el idioma desconocido de quien sube y baja de un tren que sigue su marcha cotidiana.

Son muchos los rostros anónimos con los que me encuentro en este rápido viaje de la vida. Cuando los mire como Dios los ve, cuando llegue a amarlos como Cristo en el Calvario, reconoceré en ellos no sólo a amigos, sino a hermanos, alcanzados por un mismo Amor magnífico, invitados, como yo, a un banquete eterno.

Si vamos juntos, si tenemos un mismo Padre, si el Evangelio es para ellos y para mí, ¿no será el momento de tender la mano y abrir el alma en tantas ocasiones en que puedo darles un poco de mi tiempo, un poco de mi cariño, unas palabras amistosas, para ayudarles y dejarme ayudar por ellos en el camino que nos lleva hacia el mismo cielo?

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