El 2 de noviembre, según la tradición, se celebró la conmemoración de los fieles difuntos: un día en que la liturgia aborda la vida más allá de la muerte y se centra en la vida eterna. También en Jerusalén esta fecha se dedica a visitar a los difuntos y a la bendición de las tumbas en los cementerios situados en el Monte Sion.
Para los frailes de la Custodia presentes en Jerusalén, la celebración se divide en tres momentos diferentes: la celebración matutina en memoria de los frailes franciscanos difuntos, la de mitad de la mañana por los parroquianos fallecidos y la tercera por los extranjeros, una celebración destinada a los fieles difuntos enterrados en Jerusalén que no tienen familia o cuyos familiares no pueden participar en la liturgia de este día.
Tras la celebración parroquial en San Salvador, guiada por loskawas y arropada por los cantos de fieles y frailes franciscanos, la multitud asistente en la iglesia de San Salvador se dirigía en procesión hacia los cementerios. El primero en ser visitado y bendecido fue el de los frailes franciscanos, seguido del cementerio de los extranjeros y, finalmente, el de los parroquianos.
Un acto de unidad con la Iglesia universal y aún más: una celebración que une a las tres religiones monoteístas presentes en la Ciudad Santa. “La muerte une a todos en la resurrección” comentó fray Nerwan Al-Bannah, párroco de la iglesia de San Salvador en Jerusalén. “Hoy es una celebración cristiana pero todos, musulmanes y judíos, creen en la resurrección. Por tanto, esto significa que esta fecha tiene valor no solo para la iglesia parroquial: es un día de unidad para Jerusalén”. Precisamente el párroco recordaba durante la homilía dos actitudes esenciales para vivir plenamente esta antigua tradición: fe, para acoger todo lo que Dios ha dicho, y esperanza para superar la tristeza y confiar en la certeza de que un día nos reencontraremos todos en la Jerusalén celeste.
Varios feligreses han venido a rendir homenaje a sus seres queridos. Proceden de la Ciudad Vieja de Jerusalén, BeitHanina, Betfagéy BeitSafafa, y muchos más llegarán durante los tres días de apertura de los cementerios para traer flores, velas o incienso a las tumbas e incluso – a veces – para compartir un dulce con vecinos y familiares. “Lo dulce”, dice fray Nerwan, “en todas las culturas es símbolo de alegría e intercambio. Los fieles lo preparan y comen porque saben que sus seres queridos están vivos y por eso están alegres, porque la muerte une a todos en la resurrección”. Una fiesta que tiene el sabor dulce de la eternidad.
Giovanni Malaspina
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