Este Año de la Misericordia es una excelente oportunidad para poner en práctica esta obra
Por: Ronny Alfaro | Fuente: Catholic.net
Por: Ronny Alfaro | Fuente: Catholic.net
Misericordia
Misericordia es una palabra compuesta por “miseria” y “cor”, cuyos significados respectivos son miseria y corazón. Con base en esto, se han realizado una serie de interpretaciones sobre su significado. Uno de ellos lo da San Agustín, quien propone la miseria como aquel estado en que la persona ha perdido todo, excepto su vida, una persona que está dando sus últimos alientos antes de morir; y propone el corazón como ese órgano ardiente que quema la miseria, y es capaz de dar y mantener a alguien con vida.
Es decir, misericordia significa devolver la vida, la esperanza y el consuelo a aquel que estaba en la miseria, que lo había perdido todo, que se sentía solo, desamparado, sin dignidad; es mostrarle a la persona que ha cometido un error, una mirada de amor, de perdón, de empatía; no significa que se le acepte lo que ha hecho mal, pero sí que le haga sentir que tiene oportunidades para ponerse de pie y comenzar de nuevo; es darle una oportunidad para que vuelva a la vida.
Las obras de misericordia
La Iglesia Católica propone una serie de obras, tanto corporales como espirituales, con las cuales, como se ha mencionado, una persona puede devolver la vida a alguien que ha llegado a la miseria. Dichas obras son capaces de levantar a una persona que ha caído y necesita de alguien que le tienda una mano. A todas estas acciones con las cuales se pone en práctica este concepto, se les llama obras de misericordia.
Obras de misericordia espirituales
Como indica el Catecismo de la Iglesia Católica en el numeral 362, “La persona humana, creada a imagen de Dios, es un ser a la vez corporal y espiritual.” Es decir, toda persona tiene una dimensión espiritual la cual rompe las barreras del espacio y del tiempo, de manera que, en cierta forma, se puede estar unido a otras personas sin importar el lugar o el momento en que se encuentre; ya sea que se encuentre en este mundo o que haya partido de él, como lo afirma el Catecismo de la Iglesia en el numeral 953, refiriéndose a la comunión de los santos.
Una de esas obras de misericordia es rezar por los vivos y por los difuntos, pues los efectos de la oración cumplen las características propias de nuestra condición espiritual.
La oración
La Iglesia nos invita a orar por los vivos y los difuntos; pero, ¿qué es la oración? A través de los años, se han dado muchas definiciones; una de ellas la presenta el numeral 2559 del Catecismo de la Iglesia, donde afirma que es “…la elevación del alma a Dios o la petición a Dios de bienes convenientes”; y como Santa Teresa del Niño Jesús decía: “Es un impulso del corazón”, con el cual se puede interceder ante Él.
Rezar por los vivos
Muchas veces una persona se acerca a otra para decirle: “Rece por mí”, o bien “Rece por mi hermano, amigo, o abuelo”; quizás porque hay algún problema que le está afligiendo, le hace caer en la desesperanza y en algunos casos ir perdiendo el sentido de la vida; y tiene la confianza de pedirle a la otra persona que interceda ante Dios, pues cree firmemente que Él escucha las súplicas que se le envían.
Pero, ¿cómo saber si las oraciones de verdad son escuchadas por el Padre? En numerosos pasajes de los Evangelios, Jesús mismo invita a las personas que le seguían a que pidieran confiadamente al Padre, porque sabe que su Padre realmente escucha las súplicas y las atiende según sea Su Voluntad. (Cf. Mt 7:7-11; Mt 18:19-20; Mt 21:22; Mc 11:24-26; Jn 15:7; Jn 14:13; Jn 15:16)
Algunos ejemplos escritos en el Nuevo Testamento son: la intercesión de María en el milagro de las bodas de Caná (Jn 2:1-11), con la mujer cananea que pide por su hija enferma (Mt 15: 21-28), y con el padre de un epiléptico que se arrodilla ante Jesús (Mt 17:14-20). En estos ejemplos se demuestra cómo quien se acerca a Jesús y pide al Padre por otras personas, Este escucha a su Hijo y concede lo que aquel esté necesitando.
Algunos ejemplos escritos en el Nuevo Testamento son: la intercesión de María en el milagro de las bodas de Caná (Jn 2:1-11), con la mujer cananea que pide por su hija enferma (Mt 15: 21-28), y con el padre de un epiléptico que se arrodilla ante Jesús (Mt 17:14-20). En estos ejemplos se demuestra cómo quien se acerca a Jesús y pide al Padre por otras personas, Este escucha a su Hijo y concede lo que aquel esté necesitando.
Rezar por los difuntos
Quizás se haya escuchado de parte de muchas personas, en especial de las “no católicas”, que de nada sirve rezar por los que ya han muerto, y la mayoría de las veces se basan en Eclesiastés 9:5 (donde se afirma que los muertos dejan de existir, por lo que es inútil pedir por ellos) y en que en las Escrituras nunca se pide orar por ellos.
Lo primero que habría que señalar es que el Eclesiastés es un libro del Antiguo Testamento, y el Pueblo de Israel, en ese tiempo, estaba confuso en cuanto a creer o no en una vida después de la muerte, por lo que existía cierta división (Cf. Hechos 23:7-8). Con la venida de Jesucristo al mundo, Dios deja claro que después de la muerte al hombre le espera, ya sea contemplar Su Gloria en el Cielo o el “llanto y rechinar de dientes”, es decir, el Infierno. Por lo tanto, si una persona cree en Cristo, sin importar que sea católico o no, necesariamente debe creer en las palabras escritas en el Nuevo Testamento, pues en este se da la plenitud del mensaje de salvación desarrollado progresivamente en los libros del Antiguo Testamento… Cristo vino a darle plenitud a la ley. (Cf. Mt 5:17)
Ahora, si se mira con cuidado lo que dice Jesús en los Evangelios, queda claro su mensaje de que cualquier cosa que pidamos al Padre, Él la concederá; no hace excepciones, ni notas aclaratorias que señalen que de nada vale pedir por los que ya han muerto.
En lugar de ello, más bien Jesús ora, y le devuelve la vida a Lázaro ante la petición de Marta y María (Jn 11:17-44); a la hija de Jairo cuando este le implora que la sane (Mc 5:21-43); o al hijo de la viuda de Naín (Lc 7:11-17). Cristo hace esto porque sabe que es igual de importante pedir por los vivos que por los muertos, pues Él de la misma manera está dispuesto a acoger con ternura las súplicas y a actuar según Su Voluntad.
Purgatorio
También en esta parte es importante hacer mención del purgatorio. El Catecismo de la Iglesia, en los numerales 1030 y 1031, lo explican como “…la purificación final de los elegidos…”, es decir, que aquellos que mueren en gracia y amistad de Dios, pero no purificados del todo, necesitan ser abrazados por el fuego del Espíritu Santo, “…a fin de obtener la santidad necesaria para entrar en la alegría del Cielo.”
Bíblicamente, Pablo expresa que en el día del Juicio “…el fuego probará la obra de cada cual: si su obra resiste al fuego será premiado... él se salvará, pero como quien pasa por el fuego” (1Co 3:13-15). Este proceso de purificación se puede acelerar mediante prácticas como la oración (Cf. 2 Macabeos 12:46); de ahí las intenciones particulares que se presentan en las Eucaristías, y la Celebración de los Fieles Difuntos donde se pide por todos los muertos, incluso por aquellos de los que nadie se acuerda. Ahora bien, muchos niegan la existencia del purgatorio argumentando que esa palabra no se encuentra en la Biblia; sin embargo, las palabras Encarnación y Trinidad tampoco aparecen, pero son necesarias para explicar los misterios de Nuestra Redención.
Conclusión
Entonces, ¿para qué orar por los vivos y por los difuntos? Oramos por los vivos para que Dios, en lo infinito de su Amor y Misericordia, devuelva la esperanza, la ilusión, las ganas de vivir a aquellas personas que las han perdido, que han caído en la miseria. Y oramos por los muertos para que Él, en su infinita Bondad y Misericordia, acelere el proceso de purificación del alma en el purgatorio. De esta manera se espera que acoja más prontamente en su Santo Reino a los que han partido de este mundo y les conceda gozar de la Vida Eterna que es la meta a la cual todos los cristianos aspiran alcanzar.
Este Año de la Misericordia es una excelente oportunidad para poner en práctica esta obra, y así ser como el Padre, rico en Ternura y Misericordia, el cual, por medio de su Hijo ha prometido: “Dichosos los misericordiosos porque ellos alcanzarán misericordia (Mt 7:7).
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