Debo
reconocer que escuché hablar de él gracias a las redes sociales y también a
varios amigos que colaboraban con verdadero entusiasmo en cuanto proyecto
proponía un cura que vivía en la Amazonia peruana del que nunca había oído
hablar ni ponía siquiera rostro.
Lo que sí
sabía era que dirigía un centro donde lucha cada día por restituir a muchos menores los derechos que les fueron
vulnerados y recuperar su infancia.
¡Y es tan
loable luchar para recuperar la infancia perdida de tantos niños que siéndolos
nunca lo han podido ser!
“Niños
crucificados”, como él mismo define, que han sido víctimas, entre otros muchos
casos, de la trata con fines de explotación sexual y que previamente fueron
abandonados por sus padres.
¿Has visto
lo que tiene pensado realizar el Padre Ignacio María? ¿Te has fijado a cuantos
niños está salvando?, me decían.
Y así un día
tras otro durante meses e incluso años.
No sería
hasta que me integré en “Quiero a la Guardia Civil” y gracias a su fundadora
Mari Carmen Gómez Sánchez cuando en realidad conocí la cara, la historia y la
vida de este ejemplar siervo de Dios, de este benemérito y buen sacerdote.
Os contaré
algo que muchos de vosotros seguro ya sabéis de largo.
El sueño del
Padre Ignacio María Doñoro de los Ríos (Bilbao 1964), capellán castrense en
excedencia, siempre ha sido el llegar a Teniente Coronel.
Sin embargo
Dios tenía predestinado para él otra misión, otro destino, otro frente y tuvo
que elegir. Su disyuntiva era esperar siete días y alcanzar el rango deseado o
confirmar su excedencia para dedicar su vida a dignificar la vida de los “niños
crucificados”. La respuesta todos la
sabemos.
Ahora su
gran sueño no son estrellas que brillan en el uniforme sino construir una
ciudad para niños que llevará el nombre de San Juan Pablo II en la que se
levantará una casa de acogida para niños en situaciones especiales y se
habilitará una producción agrícola y ganadera que dote de recursos a los Hogares
Nazaret, casas para voluntarios y aulas para albergar a los estudiantes de
diferentes países que deseen tener una experiencia de vida con los Hogares
Nazaret.
Y eligió
bien porque no lucirá estas estrellas de Teniente Coronel pero con su trabajo diario
hace que los niños, que nunca olvidemos son los preferidos de Dios, vuelvan a
mirar ilusionados y llenos de amor a las estrellas que alumbran el firmamento.
La historia
del padre D. Ignacio María se remonta a su vocación sacerdotal, su servicio
durante unos siete años en parroquias de Cuenca y luego en las Fuerzas Armadas
como capellán castrense.
Tras
participar en misiones como Bosnia o Kosovo en 1997 y 2000 respectivamente, en
julio de 2001 es destinado a la Comandancia de la Guardia Civil de Inchaurrondo
(San Sebastián). Allí, como suele suceder en estos casos, los niños eran los
que más sufrían y por eso su trabajo se centró en ellos organizando viajes,
talleres, grupos de animación... Él no podía ni imaginárselo pero Dios ya
estaba preparando su camino.
Un día, el
Padre Ignacio María recibió una donación de unos 20.000 € para, en principio,
comprar juguetes a los hijos de los guardia civiles aunque se lo pensó bien y
concluyó que realmente ésa no era la necesidad de aquellos niños pues podría destinarlo
a otros niños con mayor necesidad y recordó países de África o Asia aunque
luego acabaría en San Salvador (El Salvador) a donde viajó en 2002 para ayudar
a las Hijas de la Caridad que atendían a madres solteras con hijos en
situaciones de hambruna, cuando allí morían unos 50 niños cada día por tal
motivo. El dinero sería para comprar comida a estos chicos.
Y este es el
viaje que Dios le tenía preparado donde le dio un vuelco la vida.
“En aquella
situación de horror, una de las noches no podía dormir, me sentía mal
preguntándome que podía hacer. Me levanté y me puse a escribir a modo de
catarsis para intentar racionalizar aquella situación.
De repente,
me vino a la cabeza con mucha fuerza la imagen de un niño de 14 años. Llevaba
una camiseta del Real Madrid y tenía ademanes raros, luego descubrí que la
mitad de su cuerpo estaba paralizado por una enfermedad.
Al día
siguiente le conté a una de las hermanas lo que me había sucedido y cuando le
describí al niño se quedó paralizada. Me envió a la Madre Rosa, una religiosa a
la que apenas le quedaban tres meses de vida por un cáncer. Se lo conté todo,
le dije que era como si Dios me estuviera haciendo una llamada.
Ella se echó
a llorar y me contó que el chico pertenecía a una familia en situación de hambruna
y que habían decidido venderlo porque estaba enfermo. Pensé que era mentira,
pero la verdad acabó imponiéndose, la verdad del tráfico de niños.
Me dije:
“Tengo mi dinero y Dios me ha puesto aquí para comprar a ese niño”. Al final,
aunque la monja se mostraba muy reticente pues decía que era muy peligroso, la
convencí: “Hermana, usted va a morir pronto y yo estoy loco”.
Fuimos a por
el niño. Estaba desnudo. Entre todos lo vistieron. Yo pregunté cuanto costaba.
Entendí 25,000 dólares, pero lo habían vendido por 25. Pagué 26, agarré al niño
y lo metí con gesto feo en la camioneta simulando ser un traficante.
Ya dentro y
camino del hospital, el pequeño se orinó encima de miedo y empezó a gritar. Le
confesé: “Tranquilo, soy sacerdote, te estoy rescatando, no tengas miedo. ¿Cómo
te llamas?”. Contestó: “Me llamo Manuel”. Repliqué: “Manuel significa Dios está
con nosotros. Si Dios está con nosotros nadie puede estar contra nosotros. No
te preocupes, porque no te va a pasar nada. Yo voy a dar mi vida por ti si hace
falta”.
Cuando
llegamos al hospital volvió a orinarse y cuando el médico le pidió que se
quitara la ropa para explorarle se quedó bloqueado, asustadísimo. Lo volví a
abrazar: “Manuel, yo voy a dar mi vida por ti. Dios está con nosotros”. Me miró
con tanto cariño... Jamás habia visto una mirada así. Realmente, vi la mirada
de Dios, su sonrisa. Sentí que Dios estaba ahí, pidiendo auxilio. Lo cierto es
que Manuel se curó, pero el problema no era sólo Manuel; el problema es que
había muchos “Manueles”. En ese momento me di cuenta de que estaba siendo muy
tacaño con Dios”.
A su vuelta
a España, empezó su trabajo creando varias asociaciones con el fin de conseguir
subvenciones que cubrieran, en un principio, los proyectos de San Salvador,
luego otros en Bogotá (Colombia), Tánger (Marruecos) y Beira (Mozambique),
siempre al servicio de los niños en situaciones más que delicadas.
Fue en este
contexto en el que decidió crear su propia obra en Puerto Maldonado para lo
cual cuenta con recursos aportados por Florentino Pérez, presidente del Real
Madrid y propietario de ACS, que ha donado una importante cantidad así como
también José Ramón de la Morena y su programa radiofónico deportivo.
En Puerto
Maldonado el Padre Ignacio arranca a niños de la muerte, del tráfico, y luego
arregla su situación legal, inscribiéndolo en el Registro Civil, partida de
nacimiento, documento de identidad, pues una vez que “el niño existe” ya no se
puede traficar con él. También le consigue atención médica y escolarización y
según va pasando el tiempo se van “curando las heridas del alma hasta sentirse
como una familia normal”.
Otro de los
grandes retos de este sacerdote tocado directamente por la Mano de Dios es la
gestión de los horrores que estos pequeños han tenido que sufrir en sus carnes.
“No intentamos que los niños bloqueen los recuerdos, como si aquello no hubiera
ocurrido. Sucedió. Una máxima que orienta al Hogar Nazaret es que “el perdón
nos reconcilia con nosotros mismos, nos libera” y que se aprende a amar
amando”.
Tampoco
recriminan a Dios su vida, más aún, se sienten más cerca de él. “Que bueno es
Dios que me da esta oportunidad” añade el sacerdote, que cree que estos niños
tienen mucho que enseñar a nuestro primer mundo sobre todo resiliencia y
perdón.
Entre todas
las historias que ha vivido el Padre Ignacio en Puerto Maldonado y que se
pueden leer en www.hogarnazaret.es hay una
inédita y que, como la de Manuel, marcó un antes y un después en su vida.
Llevaba tan
sólo unos meses en la casa de Perú, pero no podía aguantar la situación de
dolor de los niños. Tanto, que hasta se planteó volver a España. “No aguantaba
más”, confiesa. Lo tenía prácticamente decidido, cuando una noche llegó al
hogar la Policía con el fiscal y una psicóloga.
Traían un
niño, según este último, “el caso más bestia” que había visto.
Tenía cinco
años, se llamaba Tareq y lo habían utilizado para prácticas sadomasoquistas con
sangre. El niño estaba literalmente destrozado e iba a ser trasladado al departamento
de Psiquiatría de un hospital en Lima, pero esa noche necesitaba un lugar donde
dormir.
“No sé si
estoy preparado para algo así, pero si solo es una noche...”, aceptó el Padre
Doñoro. En el momento que se fueron, cuenta el sacerdote, Tareq se puso a
gritar: “Pasó media hora y pensé que ya se cansaría. Pasó una hora, dos,
tres... Eran las dos de la mañana y ya no sabía que hacer. Así que desperté a
una señora que vendía helados y le compré uno de chocolate. Se lo metí en la
boca y se calló. Bendito remedio”.
Pasó un día,
dos, tres, una semana y nadie vino a buscar a Tareq. “Me tuve que apañar como
pude. Había noches en las que gritaba mucho, nos levantábamos, bebíamos agua y
me abrazaba con mucha fuerza. Había estado en la zona de la minería ilegal y
tenía la piel y el pelo quemado. Estaba hinchado por los parásitos”.
Seguían sin
venir a por él, así que el misionero español le curó hasta que recobró su
aspecto natural. “Llegó al jardín de infancia. Recuerdo que una vez se me
ocurrió llevarle cantando y bailando por la calle y le fascinó tanto que a
partir de aquel día siempre lo hacíamos así. Se convirtió en un niño muy
agradable, tenía mucho gancho”, reconoce nuestro querido Cura. Pero seguían sin
venir por él, hasta que un día se
presentaron en la casa miembros del poder judicial con la policía que le había
traído en brazos. “Me preguntaron por Tareq y yo lo señalé. Volvieron a
preguntar porque no se lo creían. Entonces, levanté la mirada y vi como la
policía se echaba a llorar. Le preguntaron si quería ir con ellos a una casa
más bonita o quedarse conmigo. Les dijo: “Me quedo, que le tengo que ayudar al
padre, que estos niños son muy traviesos”.
“Me
preguntaron qué había hecho. Confesé que sólo le había querido muchísimo,
porque en él estaba Dios”. Tareq vive ahora con una tía que se ha hecho cargo
de él e Ignacio sigue con “este proyecto de Dios· gracias a su historia.
De vez en
cuando va a visitarle y el sacerdote cuenta siempre que “a Tareq le siguen
gustando los helados de chocolate”.
Os debo
reconocer que el grueso de este artículo lo he sacado de un artículo escrito
por Fran Otero en el diario “La Razón” y que me ha dejado impresionado hasta
llegar que la emoción, por las vivencias, por la entrega de Amor sin medida
hacia los que más sufren, por ver la mano de Dios en toda la historia personal
del Padre Ignacio María Doñoro, haya aflorado en ocasiones continuadas mientras
lo leía y llevaba a esta página en blanco virtual que todos los días se asoma a
mi ventana aunque hoy la acoja “SED VALIENTES”.
Cuando te
encuentras en la vida, aunque esté miles
de kilómetros de distancia, que está entregada al cien por cien a Dios uno debe
rendirse ante la evidencia si no no comprenderíamos ese nivel de entrega, de
donación, de sacrificio, de Amor entregado sin ningún tipo de medida con el
único fin de recobrar a personas que habían expulsado del mundo hasta de
dotarlas de la dignidad que tienen por ser simple y llanamente seres humanos
hechos a imagen y semejanza de nuestro bendito Padre Celestial.
El Padre D.
Ignacio María Doñoro es capaz de ver en la que del que más sufre, del
necesitado, de un despojo de esta sociedad tan injusta y llena de impudicia que
nos alumbra el rostro de Cristo y entregándose a ellos se entrega a diario a
Jesús al que ha donado su propia vida más allá de la misma vida.
Querido
Padre Ignacio:
No consiguió
las estrellas y el rango de Teniente Coronel pero ha conseguido recuperar a
muchos niños a los que gracias a usted, a su inmenso Amor, no sólo los ha
salvado sino que ha hecho hombres y mujeres de bien, dotados con un sentido de
gratitud hacia Dios y donde no hay resquicio de odio ni rencor sino del
balsámico y cicatrizante perdón.
Hoy quería
dedicarle este artículo porque así lo sentía el corazón que palpitaba de otra
manera mientras lo iba escribiendo porque sé que lo estoy haciendo de un
instrumento imprescindible en la inmensa obra de Dios, de un apóstol y un
discípulo de Cristo que vino al mundo para salvarnos al igual que usted se fue
a la otra parte del mundo para salvar a tantos.
Dirá que
exagero, el corazón cuando quiere hablar hay que dejarlo hacer, pero cada
palabra que escribía en este texto el corazón me ardía como lo hace cuando
hablo y escribo del Señor o estoy adorando el Cuerpo de Cristo en el Sagrario y
eso me hace ver bien a las claras que estoy dedicando este humilde artículo a
un hombre de Dios, uno de sus santos que están en la tierra entregados a todos
para hacer que siempre se cumpla Su Voluntad que es inmensamente mejor que la
nuestra.
Si dijera
que lo admiro me quedaría muy corto pues en verdad lo quiero como se quiere a
un hermano, como se quiere a un Amigo, un hijo, de Dios.
Gracias por
aportar tanto y hacer del mundo uno mejor porque con su testimonio de vida nos
hace ver a los que tan tranquilamente estamos acomodados en él que vale la pena
seguir trabajando por el Reino de los Cielos, allí donde estemos, porque en
nuestro existir debe primar la máxima que ya nos dejó dicho San Pablo: “Todo lo
puedo en Aquél que me conforta”.
Qué nuestro
bendito Cristo de la Serenidad y la Santísima Virgen del Pilar le bendigan, le
ayuden, le colmen de fuerzas porque siendo así serán muchos los que serán
ayudados, fortalecidos y bendecidos.
Doy gracias
a Dios por tenerle entre nosotros y le doy gracias a usted por entregarse a
todos.
Reciba un
fraternal abrazo y ya sabe dónde me tiene.
Jesús
Rodríguez Arias
Magnífico artículo!!!
ResponderEliminarGracias Padre Ignacio María Doñoro por ser como es. Que Dios le proteja y ayude para que pueda vivir (amando, como usted quiere) muchos años más
Magnífico artículo!!!
ResponderEliminarGracias Padre Ignacio María Doñoro por ser como es. Que Dios le proteja y ayude para que pueda vivir (amando, como usted quiere) muchos años más