Golazo
También auténticamente gracioso lo que pasó en la sala de esperas de Urgencias del hospital. Estaba hasta los topes y de Urgencias tenía el nombre y las ansias de los accidentados, no la atención. El altavoz llamaba a los pacientes pacientes con parsimonia cortesana. Mi alumno, a pesar del Nolotil, estaba rabiando. En éstas, llamaron a uno y se levantó una señora mayor, desgastada y seria, y seis pasos detrás un chico con síndrome de Down. Éste iba feliz, levantando los brazos como si hubiese metido un gol y toda la sala de espera le estuviese aclamando. Y aunque yo hubiese querido aplaudir y ponerme de pie, me dio vergüenza, me avergüenza decirlo, pero mentalmente me echaban fuego las manos. Porque que te llamase ese altavoz era realmente un gol que deshacía un correoso catenaccio. Y creo que todos aplaudíamos así, todos, milagrosamente limpiados de la envidia de no haber sido —tampoco esta vez— los llamados y los escogidos.
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