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El cashmere harapiento y otros sucedidos
El artículo de hoy es mucho más de Rayos y truenos que deTrampolínk. No sólo porque hable de literatura, sino porque lo hago con un tono casual muy nuestro. A ver si no hay un lector del Diario que se me enfada por hablar de un autor al que no he leído, y decirlo tan contento. Desde un punto de vista periodístico, tendrá más razón que un santo, lo reconozco.
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Lo bueno es que me pasé la tarde releyendo a Rosales. Nada más que en la primera parte de Oigo el silencio universal del miedo, la que supongo protagonizada por Antonio Hernández, qué de hallazgos:
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Un hombre circunspecto casi nunca es alegre.
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Sólo es preciso amar para llevar el mundo en el bolsillo.
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Lo que más calienta el corazón tenemos que vivirlo terminándose.
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El paraíso es necesario hacerlo cada día, pues cuando el corazón llega a la cumbre se queda a la intemperie.
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No debes olvidar que un rostro alegre siempre te está enseñando algo.
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Cuando el amor termina aún nos queda escoger entre el humo y la sombra, cuando el amor se acaba aún tienes que elegir entre una forma y otra de quedarte sin nada.
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El silencio tiene don de lenguas.
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El silencio se ahonda cuando se calla en dos idiomas.
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El amor es la única plenitud que no precisa madurez.
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El sol nos saluda quitándose el sombrero cuando pasa una nube ocasional.
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Los marineros son las alas del amor, según dice Cernuda, y él lo debe [de] saber cuando lo dice.
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Hay que metodizarse alegremente.
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La mujer siempre escucha porque tiene un teléfono en el oído que atiende todas las llamadas.[…]
Entre todas las cosas importantes que se pueden hacer en esta vida, la primera es seguir.
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Un centímetro más en el sitio indicado justifica una vida.
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La contemplación de un cuerpo de mujer nos hace hablar bajísimo para no despertar de estarla viendo.
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Aunque me estoy distrayendo, hoy y aquí tenía planeado hablar hoy del cashmere harapiento. Resulta que se me ha desvencijado del todo el jersey precioso que me regaló mi inolvidable abuela política. Es tan suave, aún, y tan calentito, que me resisto a tirarlo; pero no me lo puedo poner con Leonor, porque me riñe. Así que acudo al instituto con pinta de vagabundo:
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Y cómo no contar, aunque no lo tenía planeado y se alarga la entrada y tengo que irme a la ducha, que no llego al instituto, cómo no contar, digo, esta explicación de Carmen a Quique, oída al pasar: "Algo es gracioso cuando se ríen los demás, no uno".
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