sábado, 24 de enero de 2015

* DESDE VILLALUENGA: NUESTRA META: LA CASA DE LOS NAVAZOS.




Ayer viernes ya habíamos quedado con Miguel Ángel que saldríamos más temprano de lo que en nosotros es habitual. ¡Dicho y casi hecho!

Hoy la alarma del teléfono sonaba a las ocho de la mañana. Nos levantamos del tirón después de una cálida madrugada durmiendo tranquilamente y descansando bien. Mientras hacía mi primer y único café del día actualizaba el blog y escribía la reflexión diaria.

Mientras me vestí, me puse las lentillas y cogimos todo nos retrasamos un cuarto de hora de la prevista. Desayunamos en mesón "Los Caños" y mientras lo hacíamos el bueno de Carlos me preparaba un buen bocadillo de jamón serrano y queso payoyo para tomar algo a media mañana que es cuando el cuerpo se suele venir abajo por el esfuerzo. También me dio una buena provisión de mandarinas. Carlos y Ana siempre tan pendientes a nosotros y damos gracias a Dios por contar con su buena y verdadera amistad.

Salimos y nos montamos en el coche de Miguel Ángel pues llegaríamos en él hasta la entrada del llano del republicano y así nos quitábamos algunos kilómetros de encima pues el objetivo propuesto era subir hasta llegar a la casa de los Navazos y era mejor con las piernas cuanto más descansadas, sobre todo pensando en la vuelta cuando el cansancio atenaza todos los músculos el subir la dura cuesta que va desde la verja de los llanos hasta el puerto de las viñas se podría hacer demasiado duro para mí.

Cuando salimos del coche un aire helado, estábamos a tres grados, nos rompió en la cara. Todos los elementos de abrigo hicieron acto de presencia y hasta los "olvidados" guantes aparecieron de nuevo en nuestras manos.

Llegamos hasta las inmediaciones de la finca de Jesús y nos adentramos para abajo campo a través para llegar al acceso que daría a la vereda que rodea a la montaña.

Se hacía difícil respirar debido al frío seco que nos íbamos encontrando cada paso. Heladas las hierbas que pisábamos como una alfombra blanca y dura que rompía a nuestros pies, helada el agua, helados nuestro aliento en la sombra azulada en la que estábamos inmersos.

Empezamos a caminar, a subir, por la vereda, esquivando las rocas, subiendo por la escalera natural que en varios tramos del camino nos encontrábamos aunque todo el camino es una preciosa experiencia donde lo inmenso da la mano entre el hombre y la naturaleza.

Delante mía, yo cerraba el cortejo, Hetepheres, Miguel Ángel y Pablo. Íbamos subiendo tranquilamente, a nuestro paso, disfrutando de la diversidad de paisajes que nos encontrábamos a cada instante, admirando la innata belleza de lo que es verdaderamente inmenso, un auténtico tesoro ante nuestra embelesada mirada. A cierta altura ya la casa de Jesús se veía a lo lejos, se llegaba a distinguir la casa donde Mateo tiene su ganado arriba del Puerto de las Viñas e incluso distinguíamos la finca de Currín donde tan sólo dos semanas atrás habíamos estado cuando fuimos al encuentro de la vieja Escuela.

Seguía nuestro ascenso entre los claroscuros que dan las sombras de la arboleda, de la montaña y disfrutábamos de la calidez de los rayos de sol que calentaba todo en los claros que había en el camino.

No hablábamos mucho, guardábamos las fuerzas para seguir sin prisas pero sin pausas nuestro transitar por medio de la Sierra. Solamente cuando hacíamos un alto en el camino y nuestra mirada se perdía en la lejanía de los montes que nos rodeaban, de los valles, de esa florecilla, del hielo escarchado que nos encontrábamos, de las huellas de los distintos animales que habitan en su hábitat natural o echábamos la vista al cielo para contemplar el vuelo planeado, como rasgando el cielo, de los buitres que a cada paso nos parecían más cercanos.

¿Cansado? No, no os puedo decir que me sintiera cansando sino extasiado de tanta belleza. Eso sí, el caminar hizo que poco a poco fuera desapareciendo el inmenso frío que sentíamos y los guantes ya habitaban en nuestros bolsillos.

Por eso me pareció mentira divisar la casa de los Navazos que aparecía ante nuestra mirada y que estaba enclavada en un lugar ciertamente privilegiado rodeada de grandes pinsapos que hacían realmente único el paraje.

La rodeamos, nos empapamos de ella y su entorno y nos sentamos en una piedra para tomar el bocadillo y reponer algo de fuerzas que habíamos gastado en la subida. No hay nada mejor que comer en medio de la naturaleza con una buena conversación en la que se entremezclan risas, anécdotas, historias, leyendas, personajes, vivencias...

No sé el tiempo que tardamos en este refrigerio porque cuando estás a gusto, con las personas que quieres y en un lugar paradisíaco el reloj y el tiempo carecen de todo interés.

Cuando terminamos nos pusimos en camino, ya de vuelta, para desandar lo caminado e ir bajando lo habíamos previamente subido. El mismo camino aunque desde otra perspectiva, con otros colores aunque con el mismo sabor.

Debo reconocer que la bajada se me hizo más dura porque ya iba notando las piernas más cansadas y a su vez más torpes aunque gozando a cada paso. A lo lejos, enfrente de nosotros, la montaña se veía espolvoreada de nieve haciendo un contraste del liviano blanco con el gris rocoso que se imponía ante nuestras miradas.

Llegamos al final de la vereda, bajamos toda la ladera de la montaña, llegamos al llano donde el agua permanecía helada, el frío hacía acto de presencia de nuevo y empezábamos a subir un duro repecho, más duro por lo mojado del terreno y lo fatigados que ya nos encontrábamos, hasta llegar al carril donde teníamos el coche. ¡Gran idea el venir en él pues creo que hubiera sido imposible el subir las cuestas de los llanos del republicano hasta desembocar el Puerto de las Viñas! Justamente en este último lugar le dije a Miguel Ángel que parara pues quería bajar la cuesta que lleva al pueblo porque aunque estaba y me encontraba ciertamente cansado quería impregnarme del frío frescor y de la belleza de reencontrarme con el lugar donde he encontrado mi hogar, donde soy tan feliz, donde la placidez y la tranquilidad han anidado en mi vida y que se encuentra acunado en el Caíllo que lo protege de todo lo malo que pueda venir de esos mundos de Dios, luengo pueblo blanco de casas inmaculadas donde se huele a chimenea y las empinadas calles la hacen un rincón auténticamente único. Este lugar tiene nombre y se llama: Villaluenga del Rosario.

Ahora al calor de la chimenea escribo las vivencias y recuerdos de un día extraordinario y me embeleso con las imágenes tomadas que forman parte ya de la retina de mis recuerdos y emociones, ahora cuando el cansancio es uniforme y me encuentro en una placidez rotunda es cuando escribo este artículo lleno de colores, olores, imágenes y recuerdos porque al final todo lo vivido, lo experimentado, lo gozado forma parte inexorable de nuestros recuerdos.

Esta tarde-noche la he pasado junto a buenos y queridos amigos al calor de la mejor conversación y una buena copa.

En "La Posada" nos hemos juntados Miguel Ángel, Carmelo, José María, Gabriel así como otros queridos amigos y convecinos. Todos atendidos con la profesionalidad de Bernabé Barea y la elegancia personificada, la delicadeza, el tacto, la compostura y la alegría de la eficiente y siempre servicial directora, María Jesús Alberto Menacho.

Ahora ya en casa al calor de la chimenea y con la mejor compañía que siempre es y será Hetepheres, mi mujer, y con Canijo que acaba de llegar después de un día de "correrías".

Un poco de televisión mientras cenamos, un poco de lectura antes que el sueño nos venza, un poco más de felicidad que añadir a la plena felicidad que es vivir y compartir en mi querido pueblo, en Villaluenga del Rosario.

Recibe, mi querido amigo y convecino, un fuerte abrazo, que Dios y nuestra Madre del Rosario te bendiga.

Jesús Rodríguez Arias












Y siempre Villaluenga...

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