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LA MUERTE DE UNA JOVEN PEREGRINA QUE NO FUE EN VANO
Sophie Morinière preparó la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ) de Río de Janeiro con mucho esmero, hasta el punto de que Radio Notre-Dame, la emisora diocesana de París, había encargado una crónica diaria a esta estudiante de ingeniería de 21 años. La elección era acertada: además de su brillantez intelectual, la joven era una católica comprometida que llevaba cuatro veranos ejerciendo de camillera en Lourdes, había empezado a ayudar a minusválidos y todas las semanas asistía a un curso de formación para perfeccionar su comprensión de la fe.
(Alfa y Omega/InfoCatólica) La JMJ de Río -ya estuvo en la de Madrid en 2011- era, pues, la culminación de otros dos años de compromiso. Llena de ilusión despegó de París el 12 de julio de 2013. La primera etapa del viaje era Guayana, provincia gala de ultramar fronteriza con Brasil, en la que iban a preparar la gran cita de Río. El plan consistía en moverse a lo largo y ancho de ese territorio al tiempo que los jóvenes participaban en Vísperas de oración y otras actividades espirituales.
Todo transcurrió sin incidencias, hasta que, el 17 de julio, el autobús en el que viajaba Sophie junto con su grupo chocó con un camión que, sin razón alguna, se situó en su trayectoria. Sophie salió despedida y falleció casi en el acto, pese a los esfuerzos de reanimación llevados a cabo primero por dos amigas y luego por los bomberos.
«Cuando se manda a una hija a una peregrinación y que no vuelve, se produce un sentimiento de reprobación y también de incomprensión», cuenta François Morinière, padre de Sophie y Director General del diario deportivo L’Équipe, toda una institución en Francia.
Si la reprobación y la incomprensión no fueron a más, se debe principalmente a la sólida fe de François y de su esposa Béatrice; pero también a la inmensa reacción de afecto y solidaridad que se formó a raíz de la muerte de la joven. Nada más conocerse la trágica noticia, el matrimonio y sus otros tres hijos -Juliette, Paul y Matthieu- fueron arropados tanto por sacerdotes como por centenares de fieles.
El párroco de la iglesia parisina Saint-Christophe de Javel -a la que acuden los Morinière- no dudó en abrir el templo a la una de la mañana para celebrar una primera Eucaristía; el arzobispo de París, cardenal André Vingt-Trois, presidió otra. Las palabras que más impactaron y ayudaron a los Morinière fueron las pronunciadas por el sacerdote que celebró la misa corpore insepulto y el posterior entierro: «Su muerte es un accidente, no hay otra explicación». Secas y sencillas, pero balsámicas. «Fue una Misa grandiosa», recuerda François, con la voz ligeramente quebrada.
Y sirvió para erradicar definitivamente cualquier subsistencia de reprobación y de incomprensión. «Mire, no creo que en ningún momento nos hayamos situado en una lógica de castigo ni nada por el estilo; asimismo, junto con acontecimientos tan terribles como éste, suelen llegar gracias bastante inesperadas».
El Papa recibe a sus padres
En su caso, un año después su fe ha salido fortalecida. El drama «ha tenido un efecto muy profundo sobre nosotros, porque sabemos que Sophie está en el cielo, más que nunca unida a nosotros, y además cerca del Señor. Se ha creado una relación distinta de proximidad con Dios cuyo resultado ha sido un arraigo más sólido en nuestra fe».
Un gesto, más inesperado y a distancia, vino a completar esta semana trágica, a la par que llena de esperanza. El 25 de julio, hacia las once y media de la noche, François recibe un mensaje de texto de un sacerdote amigo diciéndole que el Papa acababa de rezar por él. Cuando encendió la televisión ya era demasiado tarde, pero nunca olvidará la mañana siguiente, cuando vio las imágenes del Papa Francisco pidiendo un minuto de oración en silencio para honrar la memoria de su hija. «Me llenó de orgullo, estaba conmovido. Es ahí cuando uno se da cuenta de lo qué es la Comunión de los Santos y la fuerza de la Iglesia».
El Papa, precisamente. Gracias a una gestión del cardenal Philippe Barbarin, Primado de las Galias, François y Béatrice fueron recibidos por el Pontífice en la Casa Santa Marta tres días antes de la doble canonización de Juan XXIII y Juan Pablo II. «Asistimos a su misa privada y, cuando terminó, le entregamos un marco con una foto de Sophie en la que lucía la insignia de la JMJ. Rezamos los tres juntos unos instantes. El Santo Padre estaba muy emocionado y nos pidió que rezásemos por él».
La audiencia vaticana ha sido el gesto más vistoso en este primer año sin Sophie. Sin embargo, no ha sido el único. François destaca la misa que se celebró en enero -a los seis meses de su muerte- en el colegio de su hija, y la estela que se inauguró, hace unos días, en Guyan, en el lugar en el que falleció.
Dicho esto, el instrumento con más vocación de permanencia es el blog que crearon unos primos de Sophie y que hoy administran sus padres, «con visitas procedentes de 75 países, España entre ellos, que recoge testimonios, que ayuda a conocer mejor a Sophie y también para acercarse más al Señor; que el blog sea un testimonio de fe».
José María Ballester Esquivias en Alfa y Omega
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