La huella de san Juan Pablo II es especialmente patente en su patria. La Polonia castigada en la Historia y marcada por el yugo del nazismo y el comunismo, conserva una fe viva, alentada por la figura del Papa santo. Seguir sus pasos es conocer, en cada rincón, el origen de su grandeza y su vida como cristiano en medio de un entorno hostil
Especiales web (30-IV-2014)
Cracovia está marcada por san Juan Pablo II. «En esta pequeña capilla, de las Hermanas bernardinas, el Papa se escapaba a rezar ante el Santísimo Sacramento», cuenta Malgosia, una veterana guía, a los peregrinos. Esta iglesia, dedicada a san José, está justo enfrente del Palacio episcopal, una casa «con la puerta abierta a todos», como el mismo santo se afanaba en repetir.
La bella Cracovia no sufrió la devastación de la Segunda Guerra Mundial, y conserva todo su esplendor gótico, barroco y renacentista. Así, el peregrino puede seguir la ruta que realizó Juan Pablo II durante cuarenta años, mientras estudió, fue sacerdote, profesor universitario en la Jagellónica y después obispo. Un paso obligado es la Plaza del Mercado, la gran protagonista, con la basílica de Santa María en un lateral. Otro camino fundamental para conocer al joven Wojtyla es escaparse al Parque Nacional de los Pienines y descender en barca el río Dunajec, una de las excursiones preferidas del santo para rezar en su amada naturaleza.
El pueblo natal de Lolek –como cariñosamente le llamaba su familia–, a 50 kilómetros de Cracovia, es el núcleo de la devoción por el santo. Allí empezó la vida en la casa familiar, cerrada de momento, por obras que la convertirán en una casa-museo. Por ahora, el peregrino puede visitar la casa parroquial contigua, donde se conservan la cuna y decenas de recuerdos fotográficos. También varios objetos personales están expuestos en las vitrinas, que muestran cuán deportista fue en su juventud, además de su faceta como intelectual y escritor. En Wadowice también comenzó la fe, a escasos metros de su casa. Allí, en la pequeña parroquia de Santa María, se conserva la pila bautismal donde recibió el Santísimo Sacramento. En un ambiente de recogimiento y silencio, los vecinos veneran una reliquia del Papa. Un detalle para los más golosos: en cualquier pastelería se puede degustar un kremowski –pastel de crema y hojaldre–, el postre favorito del Papa santo.
A 15 minutos en coche de Wadowice se encuentra Kalwaria Zebrydowska, un santuario mariano que marcó profundamente al Papa. Hasta allí llegaban todos los niños que recibían la Primera Comunión, acompañados de sus madres, para ser consagrados a María. Lolek, que acababa de perder a su progenitora, fue de la mano de su padre, que le dijo ante la imagen de la Virgen: «Karol, ahora ella es tu Madre». En muchas ocasiones llegaría el futuro Papa a rezar hasta allí, y fue el lugar donde celebró su última Misa en Polonia. También mariano es el santuario de Jasna Góra, donde la Virgen Negra de Czestochowa, Patrona de Polonia, recibe cada día a centenares de fieles. Y el santuario de la Divina Misericordia, a las tres de la tarde, es parada obligatoria para rezar la Coronilla que santa Faustina Kowalska enseñó al mundo.
En la Varsovia reconstruida, donde la impronta de resistencia y tristeza del pueblo polaco inunda cada calle, hay rincones donde la fe infunde una alegría inconfundible. Uno de ellos es la tumba del sacerdote Beato Jerzy Popieluszko, capellán del sindicato Solidaridad, asesinado por el Gobierno comunista. Hasta su parroquia, San Estanislao de Kostka, decenas de polacos van cada día a pedir su intercesión. Los alrededores de la capital también ofrecen al peregrino grandes retazos de Historia. No pueden dejar de acercarse al campo de concentración de Auschwitz-Birkenau, donde el dolor se masca..., y donde grupos de colegiales aprenden de los errores del pasado.
Para más información sobre peregrinar a Polonia: www.ainkarenviajes.es
Cristina Sánchez Aguilar
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