Estamos viviendo horas de tal incertidumbre y agitación que casi la única certeza es que lo hoy tenido por seguro será rebasado mañana. Un gesto, un acto inofensivo y cotidiano puede ser juzgado imprudencia al día siguiente y negligencia criminal poco más tarde, sin que verdaderamente pueda uno saber qué debe hacer para no ser juzgado alarmista o temerario. Naturalmente, estoy hablando de la convocatoria de las decenas de manifestaciones del domingo, del mitin de Vistalegre -por el que, al menos, se ha pedido perdón-, pero también de los miles y miles de actos sociales o culturales que se celebraron ese fin de semana en medio de la mayor inconsciencia para encontrarse el lunes con la advertencia de que nunca debían haberse realizado. Quien esto escribe disfrutó el pasado viernes la presentación de su último libro, una recopilación de estos Envíos, con lo que se llama un ambientazo en La Revuelta, la popular sala cultural sevillana, abarrotada de amigos y lectores habituales de la columna. La alegría y la satisfacción me duraron hasta apenas el domingo, cuando leí el atinado y premonitorio artículo de Enrique García-Máiquez en estas páginas, advirtiendo de la imprudencia de Vox al no suspender su mitin y del movimiento feminista, encabezado por el Gobierno, por mantener las manifestaciones. Yo me veía también retratado en el nivel menor correspondiente, pero confieso que sólo dos días antes me hubiera parecido un despropósito desconvocar mi acto.
Ciertamente, un particular no tiene más información que la que proporcionan las autoridades, y es a éstas a las que corresponde modular flujo, mensaje y tono. El cambio de línea informativa y de política sanitaria desde el lunes ha sido brutal, y quizá aún debiera haberse producido antes y ser más intenso. Voces muy entendidas aseguran que se va por detrás de la expansión del virus y que la batalla, en estos momentos, se está perdiendo. No quiero ni pensar en qué clase de responsabilidades habrían incurrido las autoridades políticas y sanitarias si se confirmara que ya durante el fin de semana todos los indicadores apuntaban a la necesidad de haber incrementado el nivel de alarma e impedido las concentraciones de masas del domingo. Pero eso fue ayer. Lo de hoy es que ha llegado el momento de tomarse muy, muy en serio esta pandemia que, cada vez está más claro, no tiene parecido con una vulgar gripe y a la que vamos a recordar muchos, muchos años.
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